Capítulo
15
M: Victoria...
Al principio, Victoria, creyó que la voz formaba parte de su sueño.
Pero cuando oyó
su nombre por segunda vez, el sonido fue demasiado real. Haciendo un enorme esfuerzo, se incorporó y
vio a Marcos.
Se fijó en sus
ojos primero, esos ojos que habían estado nublados por la fatiga la última vez
que los había visto y ahora estaban brillantes y alertas. Observó su pelo revuelto que poseía destellos
dorados a la luz ambarina de la lámpara. Cambiando de rumbo, su mirada bajó. Notó que sólo llevaba puestos unos pantalones
cortos, contempló su torso desnudo. Estaba
muy bronceado y musculoso. Había tratado
de imaginar su torso varios días antes, cuando había percibido su contorno bajo
la fina tela de su camisa, pero su imaginación se había quedado corta en
comparación con la realidad. Su cuerpo
era magnifico.
Estaba sentado
tan cerca de ella que pudo sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Se humedeció involuntariamente los labios con
la punta de la lengua y luego se obligó a subir la mirada.
V: Creo que me
he quedado dormida (susurró). ¿Qué hora
es?
M: Tarde (le
informó él, con tono apacible y con los ojos fijos en ella). He creído oír el llanto de Lautaro y al
levantarme para ir a verle, me di cuenta que estaba encendida la luz de la
sala. He venido a apagarla y... (a manera
de conclusión extendió una mano y le apartó un mechón de la mejilla y se lo
colocó detrás de la oreja) te vi, estabas profundamente dormida.
V: ¿Estaba bien Lautaro?
(preguntó ella y se preguntó si Marcos habría notado el leve temblor de su voz
al sentir el toque de sus dedos sobre su mejilla).
Su pulso y su
respiración se hacían más agitados.
M: Sólo
balbuceaba en sueños (dijo él). No suele
dormir tan profundamente. ¿Qué le has
hecho?
Victoria
consiguió esbozar una sonrisa.
V: ¿Qué crees? He puesto mi sabiduría maternal congénita (se
incorporó y se apoyó sobre su codo). Creo
que debería irme a casa.
Otra vez los
dedos de Marcos se dirigieron a su pelo.
V: No (dijo ella
con voz trémula, pero decidida). No
deberías hacer esto.
Lo vio inclinarse
para besarla. No se movió, no hizo
ningún intento por resistirse. En lugar
de ello, volvió a acostarse y Marcos quedó encima de ella. Los labios de Marcos mordisquearon los de
ella, luego los obligaron a entreabrirse. La lengua masculina invadió su boca, buscando
su lengua. Victoria gimió. Ningún hombre la había besado como Marcos y ni
siquiera trató de reprimir la oleada de sensualidad que la invadió cuando la
lengua de Marcos encontró la suya y la retó a un duelo erótico.
Victoria llevó
las manos a la cintura de Marcos. La
sensación de su piel desnuda bajo sus dedos la sobresaltó y apartó las manos
con timidez.
M: Me gusta que
me toques, Victoria (susurró él). Te
deseo… te deseo...
V: Prometiste no
usar esa palabra (le recordó Victoria).
M: No la usaré,
entonces (prometió Marcos, mordisqueándole la mandíbula). Pero recuerda que acciones que dicen más de
mil palabras (su boca volvió a cubrir la de ella, en un beso más elocuente que
todas las palabras).
Victoria volvió
a suspirar. Hablaran o no de deseo, éste
se podía palpar y sentir. Deseaba a
Marcos; deseaba tocar su magnífico torso y ancha espalda. Victoria volvió a alzar con timidez una mano y
le tocó el costado, sintiendo la amplia caja torácica bajo sus dedos. Él gimió ligeramente, luego se echó hacia
atrás para que ella pudiera explorar su pecho con los dedos.
Después de
besarla de nuevo, Marcos concentró su atención en los botones de la camisa de
la joven. Los desabrochó con manos
expertas y, durante un momento que pareció congelarse en el tiempo, lo único
que hizo fue contemplar el pecho de la joven, sus senos luchando contra las
copas de su sujetador. Su sola mirada la
excitaba; sintió que sus pezones se henchían ante la mera idea de su caricia.
Victoria casi
deseó que él dijera algo, cualquier cosa. El sonido de su voz sería más familiar para
ella que los rápidos jadeos anhelantes que no podía controlar o la respiración
que se ahogó en su garganta cuando el dedo índice de Marcos dibujó una línea a
lo largo de su esternón hasta el broche frontal de su sujetador. Lo desabrochó y apartó las copas.
Marcos pareció
vacilar, como si quisiera resistir la tentación que representaban para él
aquellos senos pequeños, pero firmes. Alzó
la mirada hacia su cara y ella advirtió que su respiración era tan agitada como
la suya. El la interrogó con la mirada,
esperando su consentimiento.
Ella le deseaba,
deseaba sus caricias; quería que la abrazara que la hiciera suya. Quería gritárselo, expresar con vehemencia su
pasión. Pero era ella quien había fijado
las reglas, quien había decidido que no debían hablar de su deseo.
Victoria luchó
por controlar el impulso de desgarrar el resto de sus ropas y entregarse
frenéticamente a él. La oportunidad que
Marcos le estaba dando para detenerle en aquel punto era un regalo inesperado
y ella la aprovechó para considerar a quién deseaba en realidad.
No era al Juan Tenorio
de la oficina. No era al casanova de la
sonrisa fácil y los hoyuelos cautivadores. No al machista incorregible que consideraba a
las mujeres como seres volubles y sin control sobre sus emociones.
Victoria había
llegado a la conclusión que quería al tío amoroso, al hombre tierno y
responsable. Deseaba al colega que la
trataba como a una igual, al amigo que le confiaba sus desazones y sus
problemas, al hombre que admitía necesitarla. Deseaba a aquel hombre considerado y galante
que le estaba dando la oportunidad de decir que no, aunque los dos ardían de
deseo.
Deseaba a este
Marcos, al que había llegado a querer... a respetar… a amar, en los últimos
días. Sabía quién era ella; una mujer lo
bastante sincera como para admitir que le amaba. Victoria, aspirando profundamente, le cogió
una mano a Marcos y se la llevo a los labios. Le besó la punta de los dedos y luego la
apretó contra la turgente curva de su pecho.
El placer de Marcos ante aquel gesto fue apenas palpable.
Marcos se
inclinó para besarla con un beso prolongado, profundo, que fue más allá de su
boca, más allá de su cuerpo para incendiar su alma. Le rodeó con los brazos, colocando una palma
sobre el arco de su espalda y deslizando la otra hasta la base de la nuca para
enredar los dedos en su pelo mientras fundían sus bocas en otro apasionado
beso.
Cuando las manos
masculinas se posaron en sus senos y empezaron a acariciarlos con suavidad,
Marcos movió las caderas contra ella con un ritmo constante. Victoria respondió instintivamente y arqueó el
cuerpo hacia él en un ritmo similar. Marcos
emitió un gemido desgarrado y buscó afanosamente la cremallera de los pantalones
de la joven.
El contacto de
sus dedos sobre la sedosa piel de su estómago la trastornó. No tardó en encontrarse completamente desnuda. Marcos contuvo el aliento un momento. Luego, Marcos con sus manos recorrieron desde
los angostos tobillos hasta las esbeltas pantorrillas de Victoria. Siguió acariciando hacia arriba y se
detuvieron en las rodillas sólo el tiempo suficiente para hacerla gemir con
impaciencia. Una leve sonrisa asomó a
los labios de Marcos mientras sus manos acariciaban las piernas de la
muchacha, primero por la parte delantera y luego por detrás de los muslos,
dejando para lo último la sensible piel de la parte interior de los mismos. Sus caricias estaban tan cercanas a ella, tan
incitantemente cercanas que con un jadeo impaciente que Marcos le cogió una
mano a Victoria y la condujo hasta donde más ansiaba su contacto.
Aferrando la
tela de los pantalones cortos, Victoria olvidó por un instante su propia
frustración y recorrió con la punta de los dedos la dureza que proclamaba el
deseo masculino. Recorrió toda su
extensión palpitante a través de la suave tela, disfrutando de la embriagadora
sensación que le producía la conciencia de su propio poder sobre él. Marcos gruñó algo ininteligible y desató el
nudo corredizo de la cinturilla de su pantalón corto. La cuerda se aflojó y ella metió la mano.
M: ¡Oh,
Victoria...! (exclamó él con voz ahogada).
Mientras se
arqueaba contra su mano atrevida, ella respondió a la torturadora súplica
bajándole los pantalones para arrojarlos luego al suelo
El cuerpo
desnudo de Marcos cayó sobre el de Victoria, su boca devoró su boca con
voracidad y su mano se movió con dulce insistencia entre las piernas, hasta
que Victoria no fue otra cosa que hirviente sensación, húmeda receptividad. Ella trató de tocar otra vez su palpitante
virilidad, pero él esquivó el contacto.
V: Marcos (susurró
ella, olvidando las reglas del juego). Te
deseo...
M: Sí (murmuró
Marcos, deslizando la mano hasta sus muslos para abrirla por completo a su
vigorosa arremetida).
Sucedió casi con
demasiada rapidez, sus poderosas embestidas la llevaron a un súbito clímax. Tembló en los brazos de Marcos cuando el
éxtasis invadió todo su cuerpo. Durante largo rato
después Marcos apenas se movió. Ella lo
abrazó con delicadeza, deslizando las manos por su espalda bañada en sudor
mientras su cuerpo se relajaba lentamente y su respiración volvía a la
normalidad. Victoria sentía un inmenso
agradecimiento por lo que acababa de compartir con él.
Victoria nunca
había experimentado nada tan intenso en su vida. No podía entender lo que Marcos podía hacer
con su cuerpo. Lo único que sabía era
que iba más allá del simple deseo.
Le sintió
agitarse y aflojó el abrazo. Marcos se
incorporó para poder verla. Su sonrisa
era enigmática, sus ojos lúcidos y luminosos. La besó con suavidad.
M: Habíamos
esperado mucho por esto, Victoria (murmuro con voz aterciopelada).
Era cierto, Victoria
se dio cuenta de repente con azorada y súbita lucidez. Habían esperado demasiado para aquello. Cuatro años. Cuatro años de deseo contenido, escondido
detrás de una fachada de hostilidad e indiferencia. Cuatro años hasta que aquel primer beso
alcanzara su culminación natural. Se
habían ido preparando para aquel momento desde el día en que se habían
conocido.
Marcos se puso
de pie. Luego deslizó los brazos por
debajo de los hombros y las rodillas de la joven y la cogió en brazos como si
no pesara nada. Luego apagó la luz y,
después de besarla en la frente, subió con ella en brazos las escaleras hacia
su habitación.
Continuará….
Mi a encantado la manera tan elegante y sutil de describir un acto sexual, sin utilizar palabras malsonantes y vulgares, gracias.
ResponderEliminar