sábado, 1 de febrero de 2014

Capítulo 15


Capítulo 15

M: Victoria...

Al principio, Victoria, creyó que la voz formaba parte de su sueño.
Pero cuando oyó su nombre por segunda vez, el sonido fue demasiado real.  Haciendo un enorme esfuerzo, se incorporó y vio a Marcos.

Se fijó en sus ojos primero, esos ojos que habían estado nubla­dos por la fatiga la última vez que los había visto y ahora estaban brillantes y alertas.  Observó su pelo revuelto que poseía destellos dorados a la luz ambarina de la lámpara.  Cambiando de rumbo, su mirada bajó.  Notó que sólo llevaba puestos unos pantalones cortos, contempló su torso desnudo.  Estaba muy bronceado y musculoso.  Había tratado de imaginar su torso varios días antes, cuando había percibido su contorno bajo la fina tela de su camisa, pero su imaginación se había quedado corta en comparación con la realidad.  Su cuerpo era magnifico.

Estaba sentado tan cerca de ella que pudo sentir el calor que emanaba de su cuerpo.  Se humedeció involuntariamente los labios con la punta de la lengua y luego se obligó a subir la mirada.

V: Creo que me he quedado dormida (susurró).  ¿Qué hora es?
M: Tarde (le informó él, con tono apacible y con los ojos fijos en ella).  He creído oír el llanto de Lautaro y al levantarme para ir a verle, me di cuenta que estaba encendida la luz de la sala.  He venido a apagarla y... (a manera de conclusión extendió una mano y le apartó un mechón de la mejilla y se lo colocó detrás de la oreja) te vi, estabas profundamente dormida.
V: ¿Estaba bien Lautaro? (preguntó ella y se preguntó si Marcos habría notado el leve temblor de su voz al sentir el toque de sus dedos sobre su mejilla).

Su pulso y su respiración se hacían más agitados.

M: Sólo balbuceaba en sueños (dijo él).  No suele dormir tan profundamente.  ¿Qué le has hecho?

Victoria consiguió esbozar una sonrisa.

V: ¿Qué crees?  He puesto mi sabiduría maternal congénita (se incorporó y se apoyó sobre su codo).  Creo que debería irme a casa.

Otra vez los dedos de Marcos se dirigieron a su pelo.

V: No (dijo ella con voz trémula, pero decidida).  No deberías hacer esto.

Lo vio inclinarse para besarla.  No se movió, no hizo ningún intento por resistirse.  En lugar de ello, volvió a acostarse y Marcos quedó encima de ella.  Los labios de Marcos mordisquearon los de ella, luego los obligaron a entreabrirse.  La lengua masculina invadió su boca, buscando su lengua.  Victoria gimió.  Ningún hombre la había besado como Marcos y ni siquiera trató de reprimir la oleada de sensualidad que la invadió cuando la lengua de Marcos encontró la suya y la retó a un duelo erótico.

Victoria llevó las manos a la cintura de Marcos.  La sensación de su piel desnuda bajo sus dedos la sobresaltó y apartó las manos con timidez.

M: Me gusta que me toques, Victoria (susurró él).  Te deseo… te deseo...
V: Prometiste no usar esa palabra (le recordó Victoria).
M: No la usaré, entonces (prometió Marcos, mordisqueándole la mandíbula).  Pero recuerda que acciones que dicen más de mil palabras (su boca volvió a cubrir la de ella, en un beso más elocuente que todas las palabras).

Victoria volvió a suspirar.  Hablaran o no de deseo, éste se podía palpar y sentir.  Deseaba a Marcos; deseaba tocar su magnífico torso y ancha espalda.  Victoria volvió a alzar con timidez una mano y le tocó el costado, sintiendo la amplia caja torácica bajo sus dedos.  Él gimió ligeramente, luego se echó hacia atrás para que ella pudiera explorar su pecho con los dedos.

Después de besarla de nuevo, Marcos concentró su atención en los botones de la camisa de la joven.  Los desabrochó con manos expertas y, durante un momento que pareció congelarse en el tiempo, lo único que hizo fue contemplar el pecho de la joven, sus senos luchando contra las copas de su sujetador.  Su sola mirada la excitaba; sintió que sus pezones se henchían ante la mera idea de su caricia.

Victoria casi deseó que él dijera algo, cualquier cosa.  El sonido de su voz sería más familiar para ella que los rápidos jadeos anhe­lantes que no podía controlar o la respiración que se ahogó en su garganta cuando el dedo índice de Marcos dibujó una línea a lo largo de su esternón hasta el broche frontal de su sujetador.  Lo desabro­chó y apartó las copas. 

Marcos pareció vacilar, como si quisiera resistir la tentación que repre­sentaban para él aquellos senos pequeños, pero firmes.  Alzó la mirada hacia su cara y ella advirtió que su respiración era tan agitada como la suya.  El la interrogó con la mirada, esperando su consentimiento.

Ella le deseaba, deseaba sus caricias; quería que la abrazara que la hiciera suya.  Quería gritárselo, expresar con vehemencia su pasión.  Pero era ella quien había fijado las reglas, quien había decidido que no debían hablar de su deseo.

Victoria luchó por controlar el impulso de desgarrar el resto de sus ropas y entregarse frenéticamente a él.  La oportunidad que Marcos le estaba dando para detenerle en aquel punto era un regalo ines­perado y ella la aprovechó para considerar a quién deseaba en realidad.

No era al Juan Tenorio de la oficina.  No era al casanova de la sonrisa fácil y los hoyuelos cautivadores.  No al machista incorregible que consideraba a las mujeres como seres volubles y sin control sobre sus emociones.

Victoria había llegado a la conclusión que quería al tío amoroso, al hombre tierno y responsable.  Deseaba al colega que la trataba como a una igual, al amigo que le confiaba sus desazones y sus problemas, al hombre que admitía necesitarla.  Deseaba a aquel hombre considerado y galante que le estaba dando la oportunidad de decir que no, aunque los dos ardían de deseo.

Deseaba a este Marcos, al que había llegado a querer... a respe­tar… a amar, en los últimos días.  Sabía quién era ella; una mujer lo bastante sincera como para admitir que le amaba.  Victoria, aspirando profundamente, le cogió una mano a Marcos y se la llevo a los labios.  Le besó la punta de los dedos y luego la apretó contra la turgente curva de su pecho.  El placer de Marcos ante aquel gesto fue apenas palpable.  

Marcos se inclinó para besarla con un beso prolongado, profundo, que fue más allá de su boca, más allá de su cuerpo para incendiar su alma.  Le rodeó con los brazos, colocando una palma sobre el arco de su espalda y deslizando la otra hasta la base de la nuca para enredar los dedos en su pelo mientras fundían sus bocas en otro apasionado beso.

Cuando las manos masculinas se posaron en sus senos y empezaron a acariciarlos con suavidad, Marcos movió las caderas contra ella con un ritmo constante.  Victoria respondió instintivamente y arqueó el cuerpo hacia él en un ritmo similar.  Marcos emitió un gemido desgarrado y buscó afanosamente la cremallera de los pan­talones de la joven.

El contacto de sus dedos sobre la sedosa piel de su estómago la trastornó.  No tardó en encontrarse completamente desnuda.  Marcos contuvo el aliento un momento.  Luego, Marcos con sus manos recorrieron desde los angostos tobillos hasta las esbeltas pantorri­llas de Victoria.  Siguió acariciando hacia arriba y se detuvieron en las rodillas sólo el tiempo suficiente para hacerla gemir con impaciencia.  Una leve sonrisa asomó a los labios de Marcos mientras sus manos acari­ciaban las piernas de la muchacha, primero por la parte delantera y luego por detrás de los muslos, dejando para lo último la sensible piel de la parte interior de los mismos.  Sus caricias estaban tan cercanas a ella, tan incitantemente cercanas que con un jadeo impaciente que Marcos le cogió una mano a Victoria y la condujo hasta donde más ansiaba su contacto.

Aferrando la tela de los pantalones cortos, Victoria olvidó por un instante su propia frustración y recorrió con la punta de los dedos la dureza que proclamaba el deseo masculino.  Recorrió toda su extensión palpitante a través de la suave tela, disfrutando de la embriagadora sensación que le producía la conciencia de su propio poder sobre él.  Marcos gruñó algo ininteligible y desató el nudo corredizo de la cinturilla de su pantalón corto.  La cuerda se aflojó y ella metió la mano.
M: ¡Oh, Victoria...! (exclamó él con voz ahogada).

Mientras se arqueaba contra su mano atrevida, ella respondió a la torturadora súplica bajándole los pantalones para arrojarlos luego al suelo

El cuerpo desnudo de Marcos cayó sobre el de Victoria, su boca devoró su boca con voracidad y su mano se movió con dulce insistencia entre las pier­nas, hasta que Victoria no fue otra cosa que hirviente sensación, húmeda receptividad.  Ella trató de tocar otra vez su palpitante virilidad, pero él esquivó el contacto.

V: Marcos (susurró ella, olvidando las reglas del juego).  Te deseo...
M: Sí (murmuró Marcos, deslizando la mano hasta sus muslos para abrirla por completo a su vigorosa arremetida).

Sucedió casi con demasiada rapidez, sus poderosas embestidas la llevaron a un súbito clímax.  Tembló en los brazos de Marcos cuando el éxtasis invadió todo su cuerpo.  Durante largo rato después Marcos apenas se movió.  Ella lo abrazó con delicadeza, deslizando las manos por su espalda bañada en sudor mientras su cuerpo se relajaba lentamente y su respiración volvía a la normalidad.  Victoria sentía un inmenso agradecimiento por lo que acababa de compartir con él.

Victoria nunca había experimentado nada tan intenso en su vida.  No podía entender lo que Marcos podía hacer con su cuerpo.  Lo único que sabía era que iba más allá del simple deseo.

Le sintió agitarse y aflojó el abrazo.  Marcos se incorporó para poder verla.  Su sonrisa era enigmática, sus ojos lúcidos y luminosos.  La besó con suavidad.

M: Habíamos esperado mucho por esto, Victoria (murmuro con voz aterciopelada).

Era cierto, Victoria se dio cuenta de repente con azorada y súbita lucidez.  Habían esperado demasiado para aquello.  Cuatro años.  Cuatro años de deseo contenido, escondido detrás de una fachada de hostilidad e indiferencia.  Cuatro años hasta que aquel primer beso alcanzara su culminación natural.  Se habían ido preparando para aquel momento desde el día en que se habían conocido.

Marcos se puso de pie.  Luego deslizó los brazos por debajo de los hombros y las rodillas de la joven y la cogió en brazos como si no pesara nada.  Luego apagó la luz y, después de besarla en la frente, subió con ella en brazos las escaleras hacia su habitación.


Continuará….

1 comentario:

  1. Mi a encantado la manera tan elegante y sutil de describir un acto sexual, sin utilizar palabras malsonantes y vulgares, gracias.

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