domingo, 2 de febrero de 2014

Capítulo 17


Capítulo 17

Al despertar, descubrió que estaba sola en la cama.  Marcos había subido la persiana para que entrara la luz del sol en la habitación y Victoria miró a su alrededor con fascinación.  El cuarto de Marcos estaba razonablemente ordenado y limpio, si se tenía en cuenta que era el de un soltero.

V: Vaya un pensamiento más machista (se dijo a sí misma con una amplia sonrisa).

El hecho de que ella tuviera su habitación más arreglada no tenía nada que ven con su sexo sino con su obsesión por el orden y la limpieza.  Aunque Marcos había dejado varios artículos y prendas de vestir dispersos por el suelo, al menos los muebles no tenían polvo.

No se sentía turbada o desilusionada por haber despertado sola, había dejado que Marcos se fuera a dormir temprano la noche anterior y ahora él le estaba pagando el favor permitiéndole dormir hasta tarde mientras él cuidaba de Lautaro.  Más que sentirse abandonaba, estaba conmovida por su consideración.

Se desperezó, saboreando por un momento el lujo de tener para ella sola la enorme cama y disfrutando aún más profundamente la idea de haberla compartido con Marcos.  El recuerdo de su pasión y su sensibilidad hizo asomar una sonrisa a los labios de la joven.  Le hubiera encantado no levantarse en todo el día, reviviendo en su mente la dicha que había experimentado con él la noche anterior, pero se obligó a echar a un lado las sábanas para ponerse de pie y enfrentarse al mundo.  

Sólo Dios sabía a qué tormentos estaría sometiendo Lautaro a su tío aquella mañana.  Debía vestirse y bajar a echarle una mano.  El problema era que todas sus ropas estaban abajo, en la sala.

No podía bajar desnuda, aunque suponía que a Marcos no le disgustaría el espectáculo.  Fue hacia el armario y lo abrió.  Encontró una bata de baño y la descolgó.  Después de volver a cerrar la puerta corrediza, se puso la prenda.  Naturalmente, era demasiado grande para ella, pero le serviría para no tener que bajar desnuda a recoger su ropa.

Cuando salió al pasillo oyó la voz de Marcos, era evidente que estaba manteniendo una animada charla con su sobrino.

Se dirigió hacia las escaleras, pero se paró en seco al darse cuenta de que no era el bebé quien contestaba a las palabras de Marcos, sino una mujer.

XXX: Realmente eres algo especial, Marcos (estaba diciendo la mujer).  ¿Qué te pasa?  Es casi enfermiza la forma como te comportas.
M: Oh, déjame tranquilo (gruñó él).
XXX: ¿Que te deje tranquilo?  ¿Qué quieres que piense cuando llego aquí y encuentro ropas de mujer dispersas por toda la sala?  ¿Crees que debo respetar a un hombre que lleva una vida como la tuya?  ¿Crees que debo confiar en ti?
M: Si hubieras tenido la cortesía de llamar por teléfono antes de venir, habría tenido tiempo de limpiar la sala.
XXX: Oh, por favor, no te vayas a molestar por mí (dijo la mujer con sarcasmo).
M: Dios sabe que ya me he molestado bastante por ti (masculló Marcos y Lautaro subrayó la declaración de su tío con un grito agudo).  Ten cuidado, ¿quieres?
XXX: ¿Que tenga cuidado?  ¿El Don Juan Tenorio de la comarca me pide que tenga cuidado?

El estómago de Victoria se contrajo dolorosamente.  ¿Quién era esa mujer?  ¿Una conquista de Marcos?  ¿Una ex-amante?  Quienquiera que fuese, Victoria no quería conocerla.  Ni siquiera quería estar bajo el mismo techo de aquella mujer.
Pero no podía salir de la casa sin su ropa y no podía recuperarla sin bajar a la sala y no podría bajar las escaleras sin pasar por delante de la cocina, donde estaban Marcos y la mujer.  Tampoco le pareció apetecible la alternativa de encerrarse en el cuarto de Marcos a esperar a que se fuera la desconocida.  Quizás ella pensara perma­necer mucho tiempo allí.  Quizás incluso irrumpiera en el cuarto y la encontrara escondida allí como una cobarde.

M: La forma en que le tienes cogido no es la más adecuada (estaba explicando Marcos con enorme paciencia).  Le gusta tener la cara contra tu hombro.  Es por eso por lo que se mueve tanto.
C: Es mi hijo (exclamó la mujer).  Yo sé cómo cogerle.

Si era Carol, la hermana de Marcos.  La tensión de Victoria disminuyó, pero sólo ligeramente.  Era mejor que la mujer fuera la hermana de Marcos y no una amiguita.  Pero de cualquier manera, no le gustaba la idea de conocerla vestida sólo con la enorme bata de su hermano.  Por lo tanto, no le quedaba otra alternativa que volver a la habitación y esperar a que Carol se fuera.  Suspirando, dio la vuelta.

M: Creo que he oído pasos (la voz de Marcos sonó más cerca).  Buenos días, Victoria.
V: ¿Cómo has podido oírme? (murmuro con asombro Victoria).  He hecho todo lo posible por no hacer ruido.
M: Te he oído moverte por mi habitación (él también hablaba con voz suave).

Cuando llegó arriba, extendió los brazos hacia ella y la hizo volverse a mirarle.

M: Buenos días (murmuro antes de cubrir con sus labios los de ella).

A Victoria le sorprendió la oleada de calor que la invadió.  Escondiendo la cara en el pecho del hombre con quién había pasado la mejor noche de su vida le dice:

V: Te agradecería enormemente que me trajeras mi ropa.  Quie­ro vestirme.

Marcos deslizó una mano por debajo del escote de la bata y le acaricio la sedosa piel de un hombro.

M: Preferiría que te quedaras desnuda (le susurró sexymente).
V: Por favor, Marcos (imploró ella).  Tu hermana esta aqui y…
M: Y me está sacando de quicio (añadió).  Incluso Lautaro se está irritando con ella.  Ven abajo a tomar una taza de café.  Estoy seguro de calmar a Lautaro mejor que ella.
V: No quiero inmiscuirme en una disputa familiar.
C: No es una disputa (intervino la voz de la mujer).  Sólo las habituales muestras de afecto de los Guerrero.  Hola, me llamo Carol.  Tú debes ser la dueña de esta ropa, supongo.

Victoria bajó la mirada hacia la mujer que estaba al pie de las escaleras.  Era alta y delgada como su hermano y su pelo tenía el mismo tono.  Con un brazo sujetaba a su inquieto hijo y con el otro las ropas de Victoria.

M: Deja sus cosas donde estaban (ordenó Marcos mientras ba­jaba junto a Victoria el resto de las escaleras).  Victoria no se intimida fácilmente, ni se abochorna.  Por otra parte, es una de esas personas que lo primero que necesita al levantarse es una buena taza de café (apretó amorosamente los hombros de Victoria).  Lo he preparado especialmente para ti.

V: ¿Si?  ¿Café de verdad? (exclamó Victoria, conmovida).
M: Sólo para ti (la besó en la mejilla y luego la acompañó hasta la cocina, sin detenerse al pasar ante Carol).

Sin saber qué hacer, Victoria se sentó en una silla de la cocina mientras Marcos le servía una taza.

M: La leche y el azúcar están en la mesa (dijo, mientras le ofrecía la taza).
V: Gracias.

Victoria aceptó el café.  Dio un sorbo al humeante líquido y casi se atraganta.  Llamarlo el peor brebaje que había probado en su vida era apenas hacerle justicia.  ¿Cómo podía un hombre de la inteligencia de Marcos preparar tan abominable café?

C: Nauseabundo, ¿verdad? (comentó Carol al entrar en la cocina y observar el gesto de Victoria).  También ha intentado hacerme beber esa porquería a mí.  Algo que debes aprender desde ahora, antes de enredarte más con mi hermanito, es que el pobre es una nulidad en la cocina.
V: Ya lo sé (declaró Victoria, pero inmediatamente se arrepintió de sus palabras.  No quería ser desleal con Marcos), es decir, sé que no prepara muy buen café (se corrigió, esquivando la mirada de Marcos).  Pe... pero... tiene un verdadero talento cuando se trata de descongelar pizzas.
C: ¿Pizzas? (preguntó Carol con incredulidad).  ¿Preparas pizzas?
M: Sólo para Victoria (respondió Marcos, dedicando una sonrisa agradecida a Victoria.  Se acercó a ella y le acarició el pelo).  ¿Qué te parece si te preparo una esta noche?  (preguntó, haciéndole un pícaro guiño).

Victoria no pudo evitar sonreír.

V: Es demasiado trabajo para ti, Marcos (dijo).  Acabas de preparar una el...  ¿cuándo fue?  ¿El jueves por la noche?  No quiero que te molestes tanto por mí.
M: Bien, entonces será la semana que viene (ofreció Marcos, disfrutando evidentemente del juego sensual ignorando la presencia de Carol).
V: Ya veremos.
C: Tú y yo ya hemos hablado una vez, ¿verdad? (intervino Carol señalando a Victoria con el dedo).

Cogió una silla y colocó a Lautaro sobre sus piernas, luego dirigió a Victoria una atenta mirada.

C: Reconozco tu voz.  Fuiste la que contestó el teléfono, ¿verdad?

Victoria hizo acopio de Valor y lealtad, tomó otro trago del abominable café y luego se enfrentó a Carol con una sonrisa amable.

V: Sí (confirmó, ofreciendo su mano con cortesía).  Yo con­testé.  Me llamo Victoria Fernández.

Carol estrechó su mano.

C: Marcos me dijo que una amiga le estaba ayudando con Lautaro.  Supongo que tú eres la amiga (escudriñó a Victoria, luego asintió).  Supongo que debo darte las gracias.  Sin ti sólo Dios sabe qué habría hecho Marcos con mi pobre criatura mientras yo estaba fuera.
V: En realidad, no ha necesitado demasiada ayuda mía (ase­guró Victoria, pensando que no mentía).

Marcos había hecho una labor excelente con el bebé.  Y la ayuda que ella le había prestado no había sido tan esencial.
Marcos ya empezaba a hartarse de oír a las dos mujeres hablar de él en tercera persona.

M: Escucha, Carol, ¿quieres que guarde las cosas de Lautaro en su maleta?  Estoy seguro de que tienes muchas cosas que hacer, no quiero retenerte aquí todo el día.
C: Claro, claro.  Quieres que te deje el campo libre, ¿no?  (Carol interpretó su poco sutil indirecta y luego sonrió a Victoria).  Igual que cuando tenía doce años, entraba en la sala donde estabas besuqueándote con alguna amiga, siempre me mandabas desapa­recer inmediatamente.
M: Yo sólo te mando desaparecer cuando te comportas de forma abominable, Caro! (afirmó Marcos, irritado).  Como en este mo­mento, por ejemplo.  Recogeré las cosas de Lautaro y las llevaré a tu coche (salió de la cocina y añadió desde el pasillo).  Y recuerda, Carol, no trates de fastidiar a Victoria.  Perderás el tiempo (volvió a guiñar el ojo a Victoria y comenzó a subir las escaleras).

Carol apretó a su hijo contra el pecho y suspiro.

C: Debe ser un alivio para él que me lleve a Lautaro (murmu­ro).
V: No lo creo (observó Victoria).  A pesar de todo, hemos... quiero decir, Marcos ha disfrutado mucho cuidando al bebé.

Carol miró a la otra mujer con ojos entornados.

C: Has pasado aquí todo el tiempo, ¿eh?

Marcos había dicho que ella era inmune al bochorno y Victoria decidió hacer todo lo posible por no dejarle mal.  Encogiéndose de hombros, dijo:

V: No, sólo me he quedado aquí esta noche.
C: Escucha Victoria, siento haberme comportado así al ver tu ropa en la sala (se disculpó Carol).  Lo que pasa es que... ya sabes, le dejo a mi bebé unos días y cuando vuelvo me encuentro la casa llena de ropa de mujer, como si hubiera estado celebrando una orgía. ¿Qué podía pensar?

Victoria movió la cabeza.

V: No te preocupes.

Carol se apoyó contra el respaldo de la silla y volvió a examinar a Victoria.

C: Espero que no te moleste que diga esto, pero eres diferente a sus conquistas habituales. ¿Va... en serio lo vuestro?

Victoria se dio cuenta de que Carol no estaba tratando de abochornarla, sino que era por naturaleza franca y sin tacto.

V: Quizá debas preguntárselo a él (dijo con voz apacible).
C: Si se lo pregunto me mandará a freír espárragos (se lamentó Carol).

Victoria sonrió y no replicó nada.

C: Está bien, no es asunto mío (concedió Carol).  Pero si no te molesta que lo diga, me parece que eres lo mejorcito que le ha tratado.  Y creo que él también lo piensa.  La forma en que te trata, abrazándote delante de mí y todo eso... no es habitual en él.  Jamás le ha importado tanto una mujer como para prepararle café o hacerle una pizza.

Victoria no sólo estaba sorprendida por la revelación de Carol, sino complacida.  Tanto, que tuvo que pugnar por controlar la enorme sonrisa que afloraba a sus labios.  Comento:

V: Quizás haya hecho el café también para ti.  Te quiere mucho.

Carol suspiro.

C: Los dos nos sacamos de quicio de parte y parte, hermanos al fin (exclamó, resumiendo con esas palabras su relación fraternal).  Él me considera frívola e inconsciente, pero a fin de cuentas piensa que todas las mujeres son así.  Es un machista de la cabeza a los pies.

El machista apareció en ese momento en el umbral, con la maleta del bebé en una mano y el enorme oso de peluche en la otra.

M: A menos que tengas alguna objeción, me gustaría quedarme con la cuna (le dijo a su hermana), por si se tiene que volver a quedar aquí.

Los ojos de Carol se abrieron desmesuradamente al ver el oso.

C: ¿No crees que tener una cuna en la casa sería perjudicial para tu imagen? (preguntó Carol).

Marcos parecía a punto de replicar algo con ira, pero se controló y en cambio dirigió a su hermana una sonrisa.

M: En realidad, creo que sería beneficioso para mi imagen (dijo).  A ciertas mujeres les conmueve un hombre que sabe cambiar pañales (miró a Victoria por un momento que pareció interminable, luego, salió de la cocina con la maleta y el oso).

Carol se volvió hacia Victoria.

C: ¿Estoy alucinando o era un oso panda lo que llevaba en un brazo?
V: Era un oso (certificó Victoria con una sonrisa).  Lo compró para Lautaro el jueves.
C: Caramba.  Espero que no le haya provocado pesadillas al bebé (bromeó Carol, aunque estaba obviamente encantada por el detalle sentimental de su hermano. Posó su mirada sobre Victoria por un momento).  Quédate con él, Victoria (dijo con sinceri­dad).  Creo que le haces mucho bien.

Antes de que Victoria tuviera tiempo de reaccionar, Marcos entró de nuevo en la cocina.

M: Todo está en el coche (dijo, pasando una mano bajo el brazo de Carol, para ayudarla a ponerse de pie).  Se te hace tarde.
C: Ya, ya, no tienes que empujarme (protestó Carol).  Me alegro mucho de haberte conocido, Victoria  (dijo antes de salir de la cocina).

Victoria permaneció inmóvil.  Oyó las voces de Marcos y su her­mana al despedirse y luego el sonido de la puerta al cerrarse y los pasos del hombre al volver.

M: Lo siento (dijo Marcos).

Victoria miró la taza de café y frunció los labios.

V: Deberías sentirlo.  Este café es asqueroso.

Victoria se puso de pie y vertió el contenido de la taza en el fregadero, convencida de que si quería tomar café debía preparárselo ella misma.  Nada más preparó la cafetera, Marcos la tomó en sus brazos y la besó con pasión).

M: Lo que he querido decir es que lamento que hayas despertado para encontrarte con Carol.  Es difícil de soportar, incluso para quienes no necesitan una taza de café al levantarse.
V: A mí me ha parecido muy simpática, además de ser una chica muy directa (declaró Victoria con sinceridad).
M: Debió llamar por teléfono antes de venir (observó Marcos no muy convencido).  Estaba dándole el biberón a Lautaro cuando llegó inesperadamente (soltó a Victoria para que pudiera llenar las tazas de café ya listo).  ¿Quieres desayunar? (preguntó).  ¿O comer?  Es casi mediodía.

Victoria movió la cabeza.

V: Mi pobre estómago tardará una semana en recuperarse de ese veneno que has tratado de hacer pasar por café (bromeo).

Ambos se sentaron a la mesa, Marcos movió el azúcar en su café mien­tras observaba a Victoria dar un sorbo al suyo.  Parecía estar espe­rando que ella dijera algo, pero ella se limitó a sonreír y a dar otro trago a su café.
M: No vas a preguntar, ¿verdad?
V: ¿Preguntar qué?

Marcos sacudió la cabeza con asombro mientras la observaba con detenimiento.

M: Nunca he conocido una mujer como tú, Victoria.
V: ¿Es eso un elogio?
M: Oh, Victoria... (Extendió una mano sobre la mesa para coger la de ella).  Cualquier otra mujer me estaría ametrallando a pre­guntas sobre Carol, lo que había dicho, qué le había sucedido.  Pero tú... te has limitado a sentarte delante de mí con una sonrisa y que sonrisa.
V: Si quieres hablarme de Carol, lo harás sin que yo te pregunte nada (declaró Victoria con un leve encogimiento de hombros).  Si no quieres contarme nada, ¿qué sentido tiene preguntar?
M: Victoria (Marcos volvió a mover la cabeza con asombro).  Creía que todas las mujeres eran curiosas.
V: ¿En qué basas tu opinión? (inquirió Victoria, divertida, más que irritada).  ¿En tu experiencia con Carol?  Ella es bastante curiosa.
M: En ella y en mis otras hermanas.  El crecer rodeado de tres chismosas incorregibles es suficiente para que un hombre haga generalizaciones sobre las mujeres.
V: Tres hermanas (murmuró Victoria con cierto asombro).
M: Mis otras dos hermanas son mayores que yo (le informó Marcos, mientras añadía otra cucharada de azúcar a su café y lo movía).  Las dos son unas atolondradas, como Carol...

Victoria no pudo menos que sonreír ante la expresión de con­tenida exasperación de Marcos.

V: Ahora comprendo por qué has adoptado esa actitud respecto a las mujeres.

Marcos movió su cabeza pensativo y miró a Victoria con los ojos entornados.

M: Diego dijo que va a volver a Buenos Aires, pero no está seguro de que se quiera casar con ella (le informó, de repente).

Victoria le miró con extrañeza.
V: ¿Diego?

El padre de Lautaro.  Parece que el viaje de Carol a Florida no ha dado los resultados que ella esperaba,

V: Estoy segura de que será mejor para Lautaro que su padre este cerca de él, esté o no casado con Carol (opinó Victoria).  ¿Carol vive en Buenos Aires? (ante el asentimiento de Marcos, sonrió).  
M: No está lejos de aquí.  Es menos de 30 minutos en coche.

Los ojos de Marcos encontraron los de ella y también sonrió.  Fue una sonrisa de entendimiento mutuo.

M: Ya extraño a Lautaro (confesó).  Casi quisiera que Carol no hubiera vuelto todavía.
V: Supongo que te has acostumbrado a tenerlo aquí.
M: Nunca me acostumbraré a que no me dejen dormir por las noches (admitió él).  Pero aparte de eso, ha sido divertido.  En especial porque tú estabas aquí, compartiéndo conmigo.

V: Sigo aquí (murmuró Victoria).

Un suspiro ronco escapó de los labios de Marcos.

M: ¡No sabes cuánto me alegro de ello! (se puso de pie, se acercó a ella y la ayudó a levantarse).

Cuando su boca encontró la de ella, sus manos buscaron el cinturón de la bata, lo desataron y luego se deslizaron debajo de la tela para acariciar la desnuda piel femenina.

M: ¿Puedes imaginar lo difícil que es discutir con una persona, como mi hermana menor, cuando en tu habitación tienes a una hermosa mujer desnuda?
V: No (respondió Victoria con una sonrisa pícara y traviesa).  En rea­lidad no; nunca he estado en semejante situación.
M: Créeme (dijo Marcos con seriedad).  Es angustioso (se qui­tó el jersey, besó a Victoria en la base del cuello y volvió a lanzar un ronco gemido).  Vamos a la cama (rogó con voz enronquecida).

Victoria no necesitó demasiada persuasión.  Entrelazó sus dedos con los de él y subió a su lado a la habitación.

Continuará….


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