domingo, 2 de febrero de 2014

Capítulo 18


Capítulo 18

Eran casi las cuatro de la tarde cuando Victoria llegó por fin a su apartamento.  ¿Cómo y dónde se había pasado el día?  Bien, sabía la respuesta a esa pregunta y apenas se le podría ocurrir una mejor manera de pasar un domingo.

No debía haberse preocupado porque Marcos volviera a ser el mismo macho arrogante cuando Lautaro se fuera.  Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que todos los defectos que ella le atribuía a Marcos habían nacido de su deseo de resistirse a su fascinación.  Era fácil no ceder a su encanto viril si se pensaba que se trataba de un hombre lleno de prejuicios respecto a la mujer.

No era perfecto, por supuesto.  Tenía sus momentos de machismo.  Pero siempre se mostraba dispuesto a recapacitar sobre sus propias ideas y opiniones y a escuchar el punto de vista de Victoria.

Y respecto al excesivo sentimentalismo de las mujeres... ¿no era él a veces también demasiado sentimental?  ¿No le había comprado un ridículo oso gigantesco a su sobrino?

Después de hacer el amor y haber conseguido levantarse de la cama, Marcos se había vestido y había pasado largo rato en la habitación que había servido de guardería, con el pretexto de buscar un lugar donde guardar la cuna portátil.  Victoria le había visto ponerse melancólico mientras echaba la bolsa con pañales usados en la basura y luego limpiaba el escritorio para volver a colocar encima su ordenador.

M: ¡Está tan vacío sin él! (era lo único que había dicho).

Sin dramas, sin lágrimas, pero a su propia manera controlada, había demostrado ser tan sentimental como una mujer, tan sentimental y lleno de ternura. 

¿Por qué habían desperdiciado cuatro años de sus vidas esquivándose el uno al otro?, se preguntaba Victoria mientras se dirigía hacia su habitación.  Se desnudó y luego se dio una ducha.  Marcos la recogería a las cinco y media para ir a cenar, esta vez a un restaurante.  Quizás Marcos echara de menos a su sobrino, pero era agradable poder salir a cenar sin tener que buscar primero a una niñera o limitar la opción de restaurantes de comida rápida.

Se enjuagó el pelo y contempló las burbujas deslizarse por su cuerpo.  Cerró los ojos y recordó las manos de Marcos sobre ella, sus labios, la pasión de sus besos y sus caricias y sintió un estremecimiento sensual que erizó toda su piel.

Mientras cerraba el grifo del agua decidió que tendrían que ser discretos en la oficina.  No quería que se convirtieran en el tema favorito de chismes y murmuraciones entre las secretarias.  Durante la cena explicaría a Marcos que esperaba que ellos pudieran mantener una distancia profesional en el trabajo.  Estaba segura de que él accedería; a él tampoco le gustaba ser la comidilla de los chismes de pasillos de oficina.

Salió de la ducha, cogió una toalla y se envolvió en ella.  Luego, buscó una segunda toalla, más pequeña y se secó el pelo con energía.  Quitó con la toalla el vaho que el vapor de la ducha había dejado sobre el espejo situado encima del lavamanos.  Se dejaría crecer el pelo, decidió.

Volvió a pasarse la toalla por la cabeza y, cuando se volvió a mirar al espejo su sonrisa desapareció.  No era su propio reflejo lo que estaba viendo ahora, sino el recipiente de plástico situado en el estante superior del armario.  Un helado estremecimiento le recorrió la espalda cuando abrió de golpe la puerta y miró el recipiente que contenía su diafragma.  ¿Cómo podía haber sido tan descuidada?  ¿Cómo podía haberse entregado tan libremente, tan irresponsablemente a Marcos?  Victoria nunca había sido muy activa sexualmente, pero siempre había tenido cuidado.  Lo último que deseaba era un embarazo accidental.

V: Está bien (se dijo a sí misma, cerrando el botiquín y tragando el nudo de preocupación que se le había formado en la garganta).  No te dejes llevar por el pánico.  Cada mujer tiene derecho a ser descuidada una vez en su vida.

Pero no había sido una vez, recordó.  Marcos le había hecho el amor tres veces.

Victoria volvió a tragar saliva y se dirigió a su habitación, donde tenía el calendario de mano donde anotaba su ciclo mensual.  Siempre había sido muy regular.  Suponiendo que su cuerpo no le hubiera jugado una mala treta, debería estar segura.  Sus días más fértiles habían pasado hacía casi una semana.  No una semana, la fastidió una vocecilla interior.  «Más bien cuatro días».

Se desplomó en su cama y aspiró para tratar de calmarse.  No le quedaba mucho por hacer excepto confiar en su suerte.  No podía pasarse los próximos ocho días desesperada por la inquietud de saber si estaba o no embarazada.

Sin embargo, no podía dejar de preocuparse.  No porque el delicioso fin de semana con Marcos podía traer consecuencias inesperadas, sino por algo mucho más importante, más profundo.  Lo que había sucedido entre Marcos y ella no era cuestión de descuido, de echar la cautela por la borda.

Había sido producto del amor, de un deseo incontrolable.  En los años que había compartido con Tomás, nunca se había visto tan arrastrada por la pasión como para olvidarse de sí misma, para olvidar lo que era importante para ella, lo que había planeado para sí misma y su futuro.  Y mucho menos para olvidarse de tomar las precauciones necesarias para evitar un embarazo no planificado.  Pero con Marcos... lo había olvidado.

El lunes fueron al trabajo en coches separados.  Aunque Marcos se había reído al principio cuando Victoria le había advertido sobre la importancia de mantener discreción respecto a su relación, había terminado por acceder, más que nada por la reputación de Victoria.

M: Si realmente piensas que haber tenido una aventura con el Don Juan Tenorio de la empresa puede ser una mancha en tu currículo, entonces seremos discretos (había dicho Marcos, fingiendo sentirse ofendido).  Si quieres puedo fingir que tu presencia me disgusta.
V: Tampoco hay que exagerar (había dicho Victoria con una sonrisa de tolerante humor).  Sólo debes comportarte como un perfecto caballero cuando estemos en la oficina.
M: Hm (él había sonreído con malicia).  Procuraré no darte pellizcos en el trasero cuando vayas a preparar e! café, ni hacerte el amor en el escritorio cuando estemos discutiendo lo del contrato Barrios.  ¡A ver si puedo controlarme!

Victoria había reído de buena gana.

V: Termina de cenar, Marcoss (había dicho, entre risas).


Marcos había pasado la noche en el apartamento de Victoria y habían salido juntos por la mañana, después de tomar un ligero desayuno.  Pero cuando Victoria se metió en el estacionamiento del edificio en el que se encontraban las oficinas de la empresa, Marcos había continuado avanzando a lo largo de la calle en su propio coche, de manera que Victoria había entrado sola al edificio.

Continuará ...

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