Capítulo
18
Eran casi las
cuatro de la tarde cuando Victoria llegó por fin a su apartamento. ¿Cómo y dónde se había pasado el día? Bien, sabía la respuesta a esa pregunta y
apenas se le podría ocurrir una mejor manera de pasar un domingo.
No debía haberse
preocupado porque Marcos volviera a ser el mismo macho arrogante cuando Lautaro
se fuera. Cuanto más lo pensaba, más se
convencía de que todos los defectos que ella le atribuía a Marcos habían nacido
de su deseo de resistirse a su fascinación. Era fácil no ceder a su encanto viril si se
pensaba que se trataba de un hombre lleno de prejuicios respecto a la mujer.
No era perfecto,
por supuesto. Tenía sus momentos de
machismo. Pero siempre se mostraba
dispuesto a recapacitar sobre sus propias ideas y opiniones y a escuchar el
punto de vista de Victoria.
Y respecto al
excesivo sentimentalismo de las mujeres... ¿no era él a veces también demasiado
sentimental? ¿No le había comprado un
ridículo oso gigantesco a su sobrino?
Después de hacer
el amor y haber conseguido levantarse de la cama, Marcos se había vestido y
había pasado largo rato en la habitación que había servido de guardería, con el
pretexto de buscar un lugar donde guardar la cuna portátil. Victoria le había visto ponerse melancólico
mientras echaba la bolsa con pañales usados en la basura y luego limpiaba el
escritorio para volver a colocar encima su ordenador.
M: ¡Está tan
vacío sin él! (era lo único que había dicho).
Sin dramas, sin
lágrimas, pero a su propia manera controlada, había demostrado ser tan sentimental
como una mujer, tan sentimental y lleno de ternura.
¿Por qué habían
desperdiciado cuatro años de sus vidas esquivándose el uno al otro?, se
preguntaba Victoria mientras se dirigía hacia su habitación. Se desnudó y luego se dio una ducha. Marcos la recogería a las cinco y media para
ir a cenar, esta vez a un restaurante. Quizás
Marcos echara de menos a su sobrino, pero era agradable poder salir a cenar sin
tener que buscar primero a una niñera o limitar la opción de restaurantes de
comida rápida.
Se enjuagó el
pelo y contempló las burbujas deslizarse por su cuerpo. Cerró los ojos y recordó las manos de Marcos
sobre ella, sus labios, la pasión de sus besos y sus caricias y sintió un
estremecimiento sensual que erizó toda su piel.
Mientras cerraba
el grifo del agua decidió que tendrían que ser discretos en la oficina. No quería que se convirtieran en el tema
favorito de chismes y murmuraciones entre las secretarias. Durante la cena explicaría a Marcos que
esperaba que ellos pudieran mantener una distancia profesional en el trabajo. Estaba segura de que él accedería; a él
tampoco le gustaba ser la comidilla de los chismes de pasillos de oficina.
Salió de la
ducha, cogió una toalla y se envolvió en ella. Luego, buscó una segunda toalla, más pequeña y
se secó el pelo con energía. Quitó con
la toalla el vaho que el vapor de la ducha había dejado sobre el espejo situado
encima del lavamanos. Se dejaría crecer
el pelo, decidió.
Volvió a pasarse
la toalla por la cabeza y, cuando se volvió a mirar al espejo su sonrisa
desapareció. No era su propio reflejo lo
que estaba viendo ahora, sino el recipiente de plástico situado en el estante
superior del armario. Un helado
estremecimiento le recorrió la espalda cuando abrió de golpe la puerta y miró el
recipiente que contenía su diafragma. ¿Cómo
podía haber sido tan descuidada? ¿Cómo
podía haberse entregado tan libremente, tan irresponsablemente a Marcos? Victoria nunca había sido muy activa
sexualmente, pero siempre había tenido cuidado. Lo último que deseaba era un embarazo
accidental.
V: Está bien (se
dijo a sí misma, cerrando el botiquín y tragando el nudo de preocupación que se
le había formado en la garganta). No te
dejes llevar por el pánico. Cada mujer
tiene derecho a ser descuidada una vez en su vida.
Pero no había
sido una vez, recordó. Marcos le había
hecho el amor tres veces.
Victoria volvió
a tragar saliva y se dirigió a su habitación, donde tenía el calendario de mano
donde anotaba su ciclo mensual. Siempre
había sido muy regular. Suponiendo que
su cuerpo no le hubiera jugado una mala treta, debería estar segura. Sus días más fértiles habían pasado hacía casi
una semana. No una semana, la fastidió
una vocecilla interior. «Más bien cuatro
días».
Se desplomó en
su cama y aspiró para tratar de calmarse. No le quedaba mucho por hacer excepto confiar
en su suerte. No podía pasarse los
próximos ocho días desesperada por la inquietud de saber si estaba o no
embarazada.
Sin embargo, no
podía dejar de preocuparse. No porque el
delicioso fin de semana con Marcos podía traer consecuencias inesperadas, sino
por algo mucho más importante, más profundo. Lo que había sucedido entre Marcos y ella no
era cuestión de descuido, de echar la cautela por la borda.
Había sido
producto del amor, de un deseo incontrolable. En los años que había compartido con Tomás,
nunca se había visto tan arrastrada por la pasión como para olvidarse de sí
misma, para olvidar lo que era importante para ella, lo que había planeado para
sí misma y su futuro. Y mucho menos para
olvidarse de tomar las precauciones necesarias para evitar un embarazo no
planificado. Pero con Marcos... lo había
olvidado.
El lunes fueron
al trabajo en coches separados. Aunque
Marcos se había reído al principio cuando Victoria le había advertido sobre la
importancia de mantener discreción respecto a su relación, había terminado por
acceder, más que nada por la reputación de Victoria.
M: Si realmente
piensas que haber tenido una aventura con el Don Juan Tenorio de la empresa
puede ser una mancha en tu currículo, entonces seremos discretos (había dicho Marcos,
fingiendo sentirse ofendido). Si quieres
puedo fingir que tu presencia me disgusta.
V: Tampoco hay
que exagerar (había dicho Victoria con una sonrisa de tolerante humor). Sólo debes comportarte como un perfecto
caballero cuando estemos en la oficina.
M: Hm (él había
sonreído con malicia). Procuraré no
darte pellizcos en el trasero cuando vayas a preparar e! café, ni hacerte el
amor en el escritorio cuando estemos discutiendo lo del contrato Barrios. ¡A ver si puedo controlarme!
Victoria había
reído de buena gana.
V: Termina de
cenar, Marcoss (había dicho, entre risas).
Marcos había
pasado la noche en el apartamento de Victoria y habían salido juntos por la
mañana, después de tomar un ligero desayuno. Pero cuando Victoria se metió en el estacionamiento
del edificio en el que se encontraban las oficinas de la empresa, Marcos había
continuado avanzando a lo largo de la calle en su propio coche, de manera que Victoria
había entrado sola al edificio.
Continuará ...
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