domingo, 2 de febrero de 2014

Capítulo 16


Capítulo 16

La dejó suave y tiernamente sobre su ancha cama.

M: ¿Quieres que deje encendida una luz? (le preguntó).

Victoria tiró de su brazo para que se sentara junto a ella, le acarició el hombro con suavidad,

V: Puedo sentirte mejor si no te veo (susurró).

Marcos rió con suavidad.

M: ¿Y cómo me sientes?
V: Increíblemente bien.
M: Hm (él suspiró complacido cuando ella dejó que sus dedos le exploraran a su gusto el torso).  Oh, Victoria (posó una mano sobre su cadera y la atrajo hacia él).  ¿No te alegras de que los hombres y las mujeres no seamos iguales?
V: Nunca he dicho que lo seamos (murmuró ella, deslizando la mano hacia la firme superficie dura del estómago de Marcos).

Marcos la instó a tumbarse y se inclinó para besarle los senos.  Sus labios se cerraron alrededor de un pezón y lo acarició con avidez y luego le pasó la lengua por la rosada punta hinchada.  Victoria gimió de placer.

M: Doy gracias a Dios por eso (murmuró Marcos antes de cubrir el otro pezón con la boca.
V: Ahora me toca a mí (jadeó Victoria, escabulléndose).

Marcos alzó la cabeza y la miró con curiosidad.  En su expresión había regocijo y algo más… desafío.  La estaba retando a que tomara la iniciativa.  Marcos acomodó la cabeza en la almohada y la observó con curiosidad mientras ella le buscaba con los dedos una de las tetillas.  Al loca­lizarla, inclinó la cabeza para besarla.  Casi inmediatamente, la tierna carne se endureció entre sus labios y cuando su lengua se aventuró a lamerla, Marcos lanzó un gemido.  Victoria se incorporó y preguntó
V: ¿Te hago daño?
M: ¡Oh no! (contestó él sin aliento).

Victoria se inclinó y buscó la otra tetilla.  Ésta también creció cuando ella la besó y cuando la mordisqueó ligeramente sintió que todos los músculos del cuerpo se ponían tensos.

V: Ahí tienes (declaró la feminista, tan excitada como Marcos al apartarse de él).  Diferentes, pero iguales.  Espero haberte con­vencido.
M: No me has convencido de nada (dijo Marcos con obstinación, girando sobre un costado y pasándole una pierna sobre las caderas para sujetarla).  Pero no pienso discutir el asunto contigo en este momento (sus labios la abrumaron con un candente beso y Victoria admitió en silencio que no era el momento más adecuado para discusiones filosóficas respecto a la igualdad de los sexos).
Marcos susurro con voz profunda, enronquecida:
M: Victoria... mujer. No me odias.  Realmente no me odias.
V: No te odio (admitió ella).
M: Incluso te gusto (sugirió él).
V: Más que eso, Marcos (confesó la joven).  Mucho más que eso.

Marcos la atrae nuevamente hacia su cuerpo.

M: No sabes lo que yo soñé con tenerte así, sentirte contra mi cuerpo.  Ay Victoria, que piel tiene, ahhh, que olor, tu perfume, tu piel, tu cara, me encantas toda, me vuelve loco, loquito…  Victoria te deseo tanto que no puedo pensar con claridad.

Sus labios se movían rápidamente por las mejillas y los párpados de Victoria.

M: Te voy a demostrar cuánto te deseo.  Quiero sentir cada milímetro de tu cuerpo contra el mío.

Marcos comenzó a besar a Victoria toda su cara, la besaba desde la frente, mejillas, quijadas, hasta llegar a su cuello, terminando en los labios de Victoria.  Besándola como si con ello se le fuera la vida, transmitiéndole todo la pasión que le tenía guardado. 

M: Victoria, sabes a dónde te voy a llevar nuevamente (le pregunta hiperventilado)
V: ¿A dónde?
M: Al fin del Mundo…(Hiperventilado) ¿Quieres que te lleve?
V: Si llévame, Marcos
M: Pídemelo, Victoria.
V: Llévame, llévame al Fin del Mundo, Marcos

Fue una orden tácita, la que Victoria le expresó a Marcos.  El aturdido cerebro de Marcos empezó a percibir algunas cosas.  Victoria olía a melocotones y sus labios de forma perfecta estaban ligeramente entreabiertos como suplicando otro beso.  Pero eso no fue lo único que percibió.  El cuerpo de Marcos respondía al volver a hacer contacto contra el cuerpo de la mujer que la traía loco por lo que cierta parte de su anatomía respondía de forma muy masculina y explosiva.

Marcos dibujó la boca de ella con su lengua para a continuación fundirse en ella en un profundo beso que provocó en Victoria agudas punzadas de placer por todo su cuerpo.  Por un momento pensó que iba a derretirse.  Era como si sus huesos se hubieran vuelto de goma y en lugar de sangre, corriera por sus venas miel caliente.
Marcos enredó sus dedos en el cabello de Victoria para mantenerla así cautiva mientras acariciaba con la lengua sus zonas erógenas más recónditas.  Victoria también podía saborear su pasión.  Su pulso se aceleró y se le disparó la temperatura.  Por su parte Marcos le estaba demostrando que sentía lo que decía de tal forma que ya no le quedaba la menor duda de que él la deseaba y estaba completamente enamorado de ella.

Lentamente, Marcos fue relajando la presión de su boca sobre la de ella hasta interrumpir el beso.

Victoria le hizo sentir a Marcos que ya estaba preparada para recibirlo a él.  Marcos entra en Victoria con suavidad pero a la misma vez con firmeza.  Ya hundido en el cuerpo de ella como estaba, sus músculos luchaban por ponerse en tensión para completar el acto amoroso, pero Marcos los ignoró.  No iba a dejarse llevar por la lujuria antes de estar seguro de que Victoria estaba lista para recibir placer.  A partir de ahora, siempre que te haga el amor, te voy a llevar al fin de mundo donde solamente tú y yo existamos.

La miró tiernamente y esperó a detectar un gesto de aceptación en los bellos ojos de Victoria.  Entonces, empezó a moverse con mucho cuidado con los ojos cerrados, concentrándose para no perder el control.  En su esfuerzo por reprimirse, mantenía los ojos cerrados con tal fuerza que veía destellos de colores en sus párpados.  Pero se resistía a dejarse llevar.  Victoria confiaba en él.  Cuando Marcos sintió que ella respondía a sus movimientos, abrió los ojos para buscar en la mirada de ella un anhelo igual al suyo.  Aceleró el ritmo al que se movía sin dejar de mirarla.  Las mejillas de Victoria resplandecían por la pasión.  Marcos sentía la presión de los músculos internos de Victoria mientras que ella se acercaba al punto cumbre de su pasión.

M: Eso es, Victoria (jadeó él).  Déjate llevar.

Cuando Victoria hundió sus uñas en la espalda de Marcos mientras gemía su nombre, Marcos supo que ella estaba a punto de llegar.  Pegándose aún más a ella, intensificó el ritmo de sus movimientos hasta que sintió cómo Victoria se relajaba repentinamente y liberaba toda su tensión.  El clímax de ella desencadenó el suyo, y estremecido por su intensidad, Marcos no se detuvo hasta derramarse dentro de ella.

Volvieron a hacer el amor frenética y desesperadamente y cuan­do descendieron de las cimas del éxtasis, Victoria se acurrucó en el firme refugio de los brazos masculinos de Marcos, dis­frutando de la apacible oscuridad que los rodeaba y se quedó dormida.

Continuará….


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