Capítulo
19
Para Victoria, el
hecho de no ver a Marcos en toda la mañana la inquietó más de lo que le parecía
lógico. La verdad era que Victoria lo
extrañaba y mucho, pero también extrañaba sus besos, sus abrazos en fin todos sus
mimos y caricias por lo que ya pensaba que era adicta a éstos. Saber que Marcos estaba en el mismo edificio
que ella, separado sólo por unos centímetros de cemento, era suficiente para
casi volverla loca. No era que deseara
olvidar su trabajo y pasarse todo el día con él, jugando, riendo y haciendo el
amor, pero sí deseaba compartir al menos una sonrisa, una palabra de afecto o
un comentario privado, una caricia sutil. Sabía que lo mejor era mantener las distancias
en el trabajo, pero le echaba de menos.
A la hora de la
comida Victoria se sentó con dos asesores, quienes inmediatamente
interrumpieron sus comentarios sobre el partido de fútbol del día anterior, en
deferencia a la dama que se hallaba entre ellos. Cuando Marcos entró en la cafetería algunos
minutos después y le negó incluso una inclinación de cabeza a modo de saludo,
Victoria sintió que algo se marchitaba dentro de ella, una parte sensible que
anhelaba la ternura de Marcos como nunca había anhelado a nadie.
Durante casi
cuatro años él había entrado en la cafetería sin saludarla y eso no la había afectado
lo más mínimo. Pero ahora… ahora era
diferente. Ahora sabía que Marcos podía
disipar la soledad que la había invadido durante toda su vida. Verlo allí, en el mismo lugar, y no poder
correr a su lado, abrazarlo y besarlo, o por lo menos saludarle, acentuó su
sensación de soledad.
Era ella la que
había fijado las reglas, claro, y sabía que la discreción era importante,
pero... ¿tenía que sentarse él en una mesa ocupada por un montón de
secretarias, como un gallo en el gallinero? ¿O como un sultán en su harem?
Nunca había
sentido celos. No era una mujer
insegura. Marcos le había demostrado que
la consideraba atractiva y excitante. No
le creía tan frívolo o inconsciente como para considerar el fin de semana que
habían disfrutado juntos como algo pasajero y sin importancia.
Sin embargo, a
Victoria le irritaba que él hubiera adoptado de nuevo sus habituales aires de
don Juan. Trató sin mucho éxito de
ignorarle durante la comida. Trató de
participar en el diálogo de sus compañeros de mesa, pero perdió el apetito y
encontró poco divertida la charla sobre política internacional. Cuando se excusó y se levantó de la mesa, sus
compañeros apenas notaron cuando se fue.
Ella tenía la culpa,
se dijo al entrar en el baño. Ella había
fijado las reglas. Reglas razonables,
tenía que admitir. Se peinó e hizo una
mueca a su propio reflejo. Suspirando,
se pintó los labios y salió. Decidió
subir a su despacho por las escaleras con la esperanza de que el ejercicio la
ayudara a serenarse. Cuando llegó su
área de trabajo, se dirigió hacia la sala de descanso para prepararse un café.
Se detuvo en la
puerta de la sala. Rebecca estaba frente
a la cafetera, echandole agua. Marcos se
encontraba a su lado, apoyado contra la pared. Ninguno advirtió la presencia de Victoria y
ella retrocedió con presteza para esconderse detrás de la puerta. Ya no los podía ver, pero sí oírlos.
M: Cuanto antes
pases a máquina las preguntas de la encuesta, mejor, Rebecca (estaba diciendo
Marcos).
R: Ya sabes que
haré lo que sea por complacerte, Marcos (le aseguró Rebecca con voz coqueta).
Victoria apretó
los labios.
M: Ese café
huele muy bien (comentó Marcos). Ojalá
supiera preparar café. Me han dicho que
el café que hago sabe a agua de fregar.
R: Cualquiera
puede hacer un café decente (dijo Rebecca). Si quieres te enseño.
M: De acuerdo (dijo
él). El único problema es que si aprendo
a preparar buen café, ya no tendré excusa para pedirles a los demás que me lo
preparen.
La risa de Rebecca
no ayudó a calmar la furia que comenzaba a invadir a Victoria.
R: ¿Cómo lo
tomas? (preguntó Rebecca) ¿Con leche?
M: Eso no tiene
nada que ver con la leche (se quejó Marcos). Lo tomo solo, con azúcar.
R: Aquí tienes (dijo
Rebecca).
¡Maldita sea!,
gruñó Victoria para sí. ¿No podía mover
su propio café? ¿Tenía que dejar que una
admiradora realizara por él tan insignificante tarea?
M: Gracias (Marcos
hizo una pausa y Victoria lo imaginó dando un sorbo al café). Eres genial, Rebecca. Está delicioso. Gracias otra vez.
R: Ha sido un
placer, Marcos (dijo Rebecca con voz melosa).
Si Marcos iba a
salir de la salita, Victoria tendría que hacer su aparición. No podía permitir que la pillaran expiando
detrás de la puerta. Haciendo acopio de valor,
entró en la salita del café.
Marcos se detuvo
en seco al verla entrar. Su amplia
sonrisa perdió fuerza al saludarla.
M: Hola, Fernández
(dijo).
V: Qué tal,
Guerrero (dijo ella con tono helado y pasó por delante de él en dirección a la
cafetera). Hola, Rebecca (saludó a la
secretaria con excesiva afabilidad).
R: Hola,
Victoria
La mirada de Rebecca
se desvió de Victoria a Marcos, quien permanecía cerca de la puerta, viendo
cómo Victoria se servía una taza de café. Aunque Victoria evitaba mirar de frente a
Marcos, podía sentir sus ojos fijos en ella.
El silencio que flotaba
entre ellos lo puso nervioso y agradeció que Rebecca rompiera el mismo.
R: Marcos me ha
pedido que pase a máquina el cuestionario para la encuesta de Barrios Software
(le comunica a Victoria).
V: Sí, es lo
mejor (dijo ésta).
Rebecca dirigió
otra mirada rápida en dirección a Marcos antes volver a decirle a Victoria.
R: ¿Sigues
trabajando en ese asunto? Por la forma
en que Marcos ha hablado, he pensado que... bien, se me ha ocurrido que quizás
habían encargado otra cosa.
Victoria dirigió
a Marcos una fría sonrisa.
V: Según las
últimas noticias sigo trabajando en eso (le contestó Victoria, aclarando). Ya sabes cómo es Guerrero, Rebecca. Le duele mucho tener que compartir conmigo los
honores sobre cualquier cosa.
Marcos esbozó
una sonrisa irónica.
M: Hay algunas
cosas sobre las que compartiría gustoso los honores contigo, Fernández (dijo
Marcos con un significativo tono que solo ellos dos entendían).
Victoria no pudo
evitar ruborizarse. Ante la mirada
perpleja de Rebecca, Victoria optó por retirarse.
V: Si me disculpan
(dijo, cogiendo su taza de café y dirigiéndose a la puerta). Algunos no tenemos tiempo para pasar toda la
tarde en la sala del café.
Una hora después
Marcos la llamó por teléfono a su despacho.
***Llamada
Telefónica***
M: Fernández,
habla Guerrero. ¿Podrías venir a mi
oficina?
V: ¿Para qué?
M: Necesito
hablan contigo. En persona. Es urgente.
V: Bien, voy
ahora, espérame.
La puerta de
Marcos se abrió en cuanto que Victoria llamó. Marcos la tomó en sus brazos con vehemencia.
M: Este ha sido
un día muy difícil para mí (le susurró antes de cubrirle la boca con la suya).
Victoria había
intentado mostrarse fría con él hasta que se disculpara por flirtear con Rebecca
y las chicas de la cafetería. Pero en
cuanto su cálida lengua se abrió camino en su boca perdió toda capacidad de
resistencia.
Cuando por fin
la apartó un poco para mirarla a la cara, después de lanzar un ahogado gemido,
Marcos dijo:
M: ¡Oh, Dios!
También ha sido duro para ti, ¿verdad?
V: En realidad
no (declaró ella sin mucha convicción).
M: Es por eso
por lo que me trataste tan mal en la salita de café, ¿verdad?
Victoria deslizó
dos dedos por la abertura que quedaba entre dos botones de su camisa y alzó los
ojos llenos de tierno reproche hacia él.
V: Yo sólo me
estaba defendiendo.
M: Hm (Marcos le
cogió la cara con las manos). Quizás
mañana a la hora de la comida podamos escabullirnos e ir a un lugar cercano
donde podamos estar los dos solitos.
V: Eso me parece
de lo más sórdido (protestó Victoria, aunque estaba riendo).
M: No tanto como
tirarte al suelo aquí en mi oficina y hacerte el amor (dijo él). Lo cual es una posibilidad muy real, si se
considera la forma en que me siento ahora (le cogió las manos entre las suyas y
bajó la cabeza para besarla con suavidad en los labios). Creo que fingir que no me interesas sólo me
hace desearte mucho más.
V: Pues parecías
soportar tu tormento con gran estoicismo (comentó Victoria con sarcasmo). ¿Por qué tenías que decirle a Rebecca que es
genial sólo porque sabe preparar un café tolerable?
M: ¿Lo oíste? (Marcos
pareció asombrado por un momento y luego la miró con ojos entornados). ¿Me estabas espiando?
Victoria esquivo
su mirada acusadora.
V: So... sólo oí
un poco de la charla al... al entrar. Me
pareció que te estabas excediendo en tus elogios, ¿no crees?
M: ¿Qué tiene de
malo decir algunas palabras bonitas a una pobre chica?
V: Pero ¡Qué
amable eres! Además, ¿por qué le diste a
entender que yo ya no trabajaba en el contrato de Barrios?
M: ¿Por qué
dices eso?
V: Porque le
pediste que pasara a máquina la encuesta para ti... no para nosotros.
M: ¿Y eso qué
importancia tiene?
V: Porque Rebecca
supuso que yo no trabajaba ya en el proyecto. Está bien que finjamos no tener nada que ver
en el plano íntimo cuando estemos aquí, pero no me parece bien que me ignores
por completo. Marcos, el proyecto es
nuestro, no lo olvides.
Marcos estudió
su indignada expresión por un momento, luego asintió.
M: Tienes razón.
Creo que no tengo costumbre de compartir
los proyectos con otros asesores.
V: En especial
con asesoras.
M: Es cierto. En especial con asesoras tan hermosas.
Victoria hizo un
gesto de fastidio, pero sus labios se curvaron con una sonrisa de
reconciliación, Marcos la besó y luego dijo:
M: También te he
llamado para decirte que Francisco Barrios me ha telefoneado
V: ¿Si? ¿Y qué ha dicho?
M: Primero me ha
informado de que ha recibido su copia del contrato y ha querido darme las
gracias por haberlo hecho tan rápido.
V: ¿Darte a ti
las gracias? (explotó Victoria). Fui yo
la que acució a los de contabilidad. Tú
estabas en casa con Lautaro.
Marcos sonrió.
M: Supongo que Barrios
ha pensado que aunque tú eras la asesora ideal para cortejarle con e! fin de
conseguir el contrato, yo soy el adecuado para realizar todo lo relativo a su
aplicación práctica.
V: ¡Una típica
actitud machista!
M: Eso me ha
parecido a mí. De manera que le he
confesado que habías sido tú la encargada de acelerar los trámites del
contrato.
Victoria se
quedó muda y sin saber cómo reaccionar ante aquel inesperado cambio de la
situación.
M: Como muestra
de agradecimiento, ha decidido invitarte a comer.
Victoria hizo
una mueca de fastidio.
V: Wow, ¡Qué
afortunada soy! (dijo con sarcasmo)
M: De modo que
no tardará en llamarte (la avisó Marcos). Cuando concretes con él la cita recuerda por
favor que los martes yo no puedo ir. Tengo
partido de squash los martes desde las doce hasta la una y media.
V: Marcos... tu
programa de actividades no viene al caso, ¿no crees? (señaló Victoria). Si Barrios quisiera comer contigo también, te
habría invitado, ¿no?
Los ojos de
Marcos brillaron con malicia.
M: Eres tú la
que subraya a cada momento que este es nuestro proyecto, Victoria.
V: De acuerdo,
pero si Barrios es el que invita, tiene derecho a elaborar la lista de
invitados.
M: Victoria...
me dijiste que tiene la costumbre de buscarte la rodilla por debajo de la mesa.
V: Y también te
dije que me sé cuidar sola.
M: Pues yo
quiero estar presente cuando comas con Barrios (insistió Marcos). No me importa lo importante que sea como
cliente; no quiero que te moleste. No
quiero que te toque. Es más, no quiero
que piense en ti de otra forma que no sea como colaboradora en el proyecto para
promocionar su compañía. Punto.
Victoria le miró
durante un buen rato. Su insistencia le parecía a la vez divertida y
conmovedora.
V: ¿De verdad
quieres estar de mirón?
M: Quiero
sentarme entre Francisco y tú para que él ocupe sus manos inquietas en otros
menesteres aparte de tratar de agarrarte las rodillas.
Victoria rió.
V: ¿Ce!oso?
Marcos frunció
el ceño.
M: Esto no es
cuestión de celos, Victoria, es cuestión de política de negocios. Es cuestión de que Barrios aprenda a tratarte
como una profesional, como una igual... no como objeto sexual.
Victoria tuvo
que hacer un esfuerzo para reprimir la risa.
V: Quizás sepa
algunos buenos chistes bobos (dijo). Si
quieres venir a comer con nosotros porque estás colaborando en el proyecto,
estoy de acuerdo. Pero no voy a permitir
que vengas para darle manotazos cuando se pase de la raya. Soy muy capaz de defender sola mi honor.
Marcos la miró
un momento y luego dijo con excesiva solemnidad:
M: Iré porque
estamos colaborando juntos en el proyecto.
V: Bien,
entonces puedes ir (accedió Victoria).
M: Magnifico (la
besó en la frente). ¿Nos vemos esta
noche?
V: Eso depende
de quién prepare la cena (bromeó ella).
M: Si vienes a
mi casa, cenaremos pizza congelada. ¿Cuál
sería el menú en la tuya?
V: Atún con
mayonesa. Vayamos a tu casa.
M: Me parece
bien. Pero tú tendrás que preparar el
café en la mañana, si quieres que sea bebible.
Marcos le dio un
beso breve en los labios y la acompañó a la puerta. Después de mirar a ambos lados con actitud
conspiratoria, le dio un último beso antes de que ella se dirigiera hacia las
escaleras.
Pasaron todas
las noches de la semana juntos, lo cual hizo más soportable la forzada
indiferencia en la oficina.
No hablaban de
amor. Pero Victoria sabía que existía
entre ellos; la frenética pasión que los unía cada noche no podía emanar de
otra cosa que del amor. Sin embargo, no
estaba segura de que fuera un amor para toda la vida. Y puesto que Marcos seguía provocando suspiros
nostálgicos entre el personal femenino de la compañía, Victoria no estaba muy
segura si él estaría dispuesto a mantener una relación permanente.
El Don Juan Tenorio
de la oficina no podía cambiar de la noche a la mañana, aunque se lo
propusiera. Victoria tenía que hacer todo lo
posible por ignorar los seductores hoyuelos de Marcos cada vez que éste le dedicaba a las
compañeras de trabajo una de sus sonrisas.
Quería creer que ninguna de sus muestras de afecto no significa nada
para él, que sólo nacían de un impulso caballeresco y de un innato respeto y
admiración por el sexo femenino en general.
Continuará….
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