Capítulo
23
Victoria se
quedó inmóvil en el centro del cuarto, mirando fijamente hacia la puerta cerrada.
No estaba muy segura de lo que esperaba
que hiciera Marcos, pero jamás que se fuera así. Suponía que le ofrecería su
apoyo moral y económico, aunque no se comprometiera a nada más serio.
Pero, en lugar
de eso, se había dado la vuelta y se había ido.
Quizá esa fuera la reacción más sincera, reflexionó ella, mientras iba a
su habitación para cambiase de ropa. Quizás
debiera consolarla el hecho de que Marcos no fuera hipócrita, de que no se
escondía detrás de una fachada de formalismos. Había pensado que ella podía desear un aborto
y se lo había dicho. No estaba seguro de
sus sentimientos y se había ido para reflexionar.
Nada de lo cual
pronosticaba un gran futuro con él, pero al menos sabía que podía contar con su
franqueza.
Colgó su ropa de
trabajo en el armario. Luego se dio una
ducha. No se preocupó de ponerse bella
para Marcos aquella noche. No sabía cuándo
regresaría. Si alguna vez regresaba,
pensó desolada. Quizás ahora estuviera
camino de la estación, con todos sus talonarios de cheques por si ella le
exigía ayuda económica para su hijo.
Una risa amarga
escapó de su garganta mientras iba a la cocina. Abrió la nevera, pero la cerró inmediatamente,
sintiendo nauseas ante la sola idea de comer algo. Los ojos se le llenaron de lágrimas, sin
embargo, parpadeó con fuerza para controlarlas. Llorar era un lujo que no podía permitirse. Si Marcos se iba, que se fuera. Le había despreciado durante cuatro años. Suponía que podría aprender a despreciarle
otra vez.
Se dirigió hacia
la sala y se sentó en el sofá. Apretó
las manos sobre su vientre, como si quisiera comunicarse con su bebé a través
de las palmas. Quería decirle que no se
preocupara, sería tan buena madre como le fuera posible, sin importarle qué
clase de padre fuera Marcos.
V: Es posible
que no tenga un enorme instinto maternal (Victoria le murmuró a la incipiente
vida que latía en su vientre). Pero soy
rápida aprendiendo y ya sé cambiar pañales y preparar biberones. Y mis hombros son confortables para consolar
bebés. Saldremos adelante.
El sonido del
timbre la sobresaltó. Se asomó a la
cocina para consultar el reloj de pared. Marcos había estado fuera una hora y
quince minutos.
Aspiró hondo y
fue hacia la puerta. Después de mirar a
través de la mirilla, abrió. Marcos seguía
vestido con su traje formal, aunque se había quitado la corbata. En los brazos llevaba una enorme bolsa de
papel. De la bolsa sobresalía una caja
rectangular blanca. Estaba sonriente y
parecía lleno de energía.
M: Creo que lo
tengo todo (dijo mientras entraba en la cocina y dejaba la bolsa sobre la mesa).
Perpleja,
Victoria le vio vaciar la bolsa. Sacó de
ella la caja en primer lugar y se la entregó a Victoria.
M: Esto es para
animarte un poco (dijo).
Victoria abrió
la caja. Contenía una sola rosa roja
sobre un papel de seda verde. La sacó y
olió el capullo con forma de corazón que todavía no se había empezado a abrir. Su olor era delicioso.
V: ¿Animarme
para qué? (preguntó, con una leve sonrisa).
M: Para esto (dijo
Marcos sacando de la bolsa una botella de champán).
Se la entregó
con una enorme sonrisa.
V: Oh, Marcos...
Victoria no
entendía por qué él hacía eso ni por qué suponía que debía congraciarse con
ella. Lo único que la podría alegrar
ahora era oírle decir que estaba encantado con la noticia del bebé. Miró la botella durante un momento y luego la
dejó en la mesa.
V: No puedo
beber esto (dijo). Las mujeres
embarazadas no deben tomar alcohol.
M: Oh (Marcos le
dirigió una sonrisa). Bien, podremos
guardarla para cuando el bebé haya nacido. Mientras tanto... (Con gran fanfarria, metió
la mano en la bolsa y extrajo un recipiente con helado). Es de chocolate y vainilla, tus sabores
favoritos (sacando también una lata de maní y otra de crema batida.
Victoria se echó
a reír.
M: Bien, ahora
viene lo serio (dijo él, aunque seguía sonriendo).
Buscó en el
fondo de la bolsa y sacó un libro titulado “Cómo cuidar bien a un bebé”.
Victoria tragó
saliva.
Buscó en el
fondo de la bolsa y sacó un libro titulado “Cómo cuidar bien a un bebé”.
Victoria tragó
saliva.
V: Creo que lo
hicimos bien con Lautaro.
M: Si, pero solo
fueron par de días.
Marcos continuó
sacó de la bolsa un marco en metal, tamaño 8” x 11”, sin foto.
M: Para nuestra
primera foto familiar.
Victoria sintió
que Marcos ya pensaba en ellos como una familia, lo que la enamoró más de él.
M: Y lo último,
aunque no lo menos importante... (Metió la mano en la bolsa por última vez y
sacó una pequeña cajita azul terciopelo.
Su sonrisa
desapareció y adoptó una expresión solemne cuando cogió la mano de Victoria y
depositó en ella el estuche.
M: Ábrelo.
Ella lo hizo y
vio un anillo con un gran diamante. Quiso
hablar, pero la garganta se le agarrotó y no encontró las palabras.
M: Tenían muchos
anillos con diamantes (dijo Marcos). Pero tú eres una mujer excepcional y
merecías un anillo excepcional. Pruébatelo. He tenido que adivinar
la medida. El joyero me ha dicho que puedo cambiarlo.
Le quedaba perfectamente. Marcos le alzó la mano para observar el anillo en su dedo y asintió su aprobación.
M: No digas nada
(la interrumpió él). No ahora. Tómate el tiempo que necesites para
hacerte a la idea (la tomó en sus brazos y la besó).
Ella olvidó su
brusca salida y su decepcionante reacción ante el embarazo. Lo olvidó todo excepto su entusiasmo, su
afecto, la maravillosa energía que había desplegado para ir a comprar todas
esas cosas con el fin de celebrar la noticia. De repente, ella no quiso discutir las cosas
con sensatez, sólo deseó celebrarlo con él.
Marcos le rodeó
el cuello con las manos y la cogió en brazos.
M: ¿Podré hacer
esto dentro de algunos meses? (preguntó Marcos).
V: ¿Qué?
M: Alzarte en
mis brazos (explicó él, dejándola sobre la cama).
Luego se acostó
a su lado y buscó el cinto que ataba la bata de Victoria, pero antes de
desatarlo se detuvo un momento y la miró con expresión interrogante.
M: ¿Podemos hacer
esto, Victoria? ¿No te pasará nada? No sé nada sobre mujeres embarazadas.
V: Yo tampoco (admitió
ella, desabrochando uno de los botones de la camisa de Marcos). Pero creo que sí está permitido.
La cara de
Marcos se iluminó con una sonrisa de deleite.
M: Magnífico (murmuró
y le apartó los bordes de la bata y hundió la cabeza entre sus senos desnudos).
Te deseo tanto, Victoria… tanto...
Con ayuda de
ella, la desnudó y arrojó la bata a un lado de la cama. La miró con el deseo reflejado en los ojos.
M: Hueles
maravillosamente bien, tu piel es tan suave que me haces desearte cada día más (murmuró,
apartándole un mechón de pelo de la frente con la punta de los dedos).
V: Acabo de
ducharme (dijo ella).
M: Hm.. (Marcos
inclinó la cabeza para besarla).
Sus labios
descendieron de la frente a la boca. Su
beso fue lleno de amor, su lengua fue exploradora y posesiva. Pero sus manos corrieron por el cuerpo
femenino con la suavidad de un susurro, con una delicadeza desconocida hasta
entonces para ella. Ella quiso
asegurarle que no era de cristal, que no se quebraría con su contacto. Sin embargo, no quería que él dejara de hacer
lo que estaba haciendo, sus cautelosas caricias resultaban exquisitas.
Victoria suspiró
y emitió un trémulo jadeo, su cuerpo se movió para ofrecerse mejor a su amante.
Marcos aceptó la ofrenda, pero con una
ternura casi insoportable. Sus cuerpos
se fundieron y se movieron como si fueran uno solo. Cada vez que Marcos le hacía el amor era
única, pero en aquella ocasión Victoria sintió que también sus almas se habían
fundido.
Victoria no supo
cuánto tiempo había pasado, minutos u horas, antes de que él quitara su peso de
encima de ella y se acostara a su lado. Marcos
cogió la mano izquierda de la joven, explorando la poco familiar forma del
anillo.
M: ¿Te quieres
casar conmigo? (preguntó en un susurro).
Ella observó su
cara, el brillo de sus ojos ya no era de expectativa sino de satisfacción. Su sonrisa era confiada, pero no tanto como de
costumbre. Había algo de expectante y esperanzado
en ella.
V: Creí que me
ibas a dar tiempo para pensarlo.
M: Ya te lo he
dado.
V: Apenas tuve
tiempo de pensar (dijo ella, con intención).
M: Pues piénsalo
ahora (le insistió él). Te doy treinta
segundos.
V: Si no
estuviera embarazada no te casarías conmigo.
M: Eso no viene
al caso (declaró Marcos). Lo estás.
V: Y es probable
que seas el tipo de esposo que espera que yo represente el papel de esposa
clásica.
M: No seas
tonta. Ya estoy aprendiendo a cocinar. Tú podrías hacer la limpieza mientras yo
cocino. Claro que del café te encargarás
tú.
Ella sonrió en
contra de su voluntad.
V: Marcos, no
estoy bromeando. Estoy segura de que
serás un buen padre, pero ¿cómo puedo saber qué serás buen esposo?
Marcos adoptó
una expresión solemne.
M: Tendrás que
confiar en mí. Sé que eres una ardiente
feminista y todo eso. Sé quién eres y en
qué crees. Pero, por amor de Dios, no te
dejes atrapar por tus propios conceptos, no seas una esclava de las ideas. El hecho es que por el bien de los dos... de los
tres... lo mejor será que nos casemos. Pero
creo que el feminismo no está reñido con la sensatez y el sentido común.
V: ¿El Don Juan
Tenorio de Publicidad Dones va a explicarme lo que es el feminismo?
M: El supuesto Juan
Tenorio de Publicidad Dones va a advertirle, señorita Fernández, que si le dice
que no se casará con él insistirá hasta que usted ceda aunque sea por cansancio
(luego se puso más serio). Si no consigo
que te cases conmigo, Victoria, entonces lucharé por mi hijo. Esta tarde me he ido porque necesitaba
reflexionar un poco en el asunto y lo he hecho. Se lo que quiero y lo que es mejor para
nosotros. Y si no accedes, haré todo lo
que esté en mi mano para no perder a mi hijo. ¿Me entiendes?
Ella le miró con
los ojos muy abiertos. Nunca habría
esperado que Marcos fuera tan posesivo respecto a un hijo suyo. Y era precisamente su poderoso instinto
paternal lo que ella había encontrado tan atractivo.
V: ¿Esperas que
renuncie a mi trabajo?
M: Sólo tú
puedes decidir eso, y si no quieres renunciar a él, yo lo aceptaré. No olvides que ya te he visto cuidar de un
bebé mientras trabajabas en un contrato. Es difícil, pero se puede hacer (se apoyó
sobre un codo para verla mejor). Podríamos vender mi apartamento y comprar una
casa más grande. Podríamos instalar allí
una oficina para ambos, donde podríamos trabajar cuando no estemos en la
empresa. Especialmente si contratamos
una niñera para que te ayude. Tenemos
muchos meses por delante para tomar una decisión, podremos entrevistar varias
candidatas para elegir a la niñera que más nos convenga.
V: Otra
posibilidad (aventuró Victoria), es que tú te quedes en casa con el bebé mientras
yo voy a las oficinas.
Marcos abrió la
boca para objetar, pero al percibir la plácida sonrisa de la joven, también
sonrió.
M: Claro (concedió
con una risita divertida). O podemos
turnarnos. ¿Qué podía ser más justo? ¡Tres hurras por la igualdad!
Victoria sonrio
de buena gana y se incorporó un poco para besarle. Él podía ser feminista y un buen padre, pero
todavía faltaba un ingrediente para el matrimonio, sin el cual ella nunca
podría decir que si.
V: ...Marcos (murmuró,
sin sonreír). ¿Me amas?
M: ¿Que si
te...? (Marcos echó la cabeza atrás y la miró). ¡Por Dios, Victoria! ¡Hace cuatro años que me enamoré de ti! ¿No te habías dado cuenta?
V: ¿Cuatro años?
(ella lo miró estupefacta).
M: Fue amor a
primera vista (confesó Marcos). Está
bien, quizás no me enamoré en el sentido que tú lo dices, el primer día, claro.
Pero siempre supe que eras una mujer muy
especial.
V: ¡Especial! (exclamó
ella). Por si se te han olvidado las
circunstancias específicas de ese primer encuentro, Guerrero, primero te
negaste a creer que yo fuera asesora y luego me preguntaste con quién me había
acostado para conseguir el puesto.
M: Porque me
pareciste un poco engreída (explicó Marcos), y pensé que era conveniente
disipar un poco esos humos que se te estaban subiendo a la cabeza y...
V: ¡Y que cayera
rendida a tus pies! Sinceramente,
Marcos, ¿por qué, si has estado tan
enamorado de mí durante todos estos años, has flirteado con tanto entusiasmo
con todas las secretarias y empleadas de la empresa?
M: Porque quería
darte celos y que te fijaras en mí.
V: Ah, vaya que
si me fijé (gruñó Victoria). Pero no
estaba celosa.
M: ¿Que no lo
estabas? Hace apenas una semana, cuando
dije a Rebecca que era genial... Oh, a propósito, creo que tú eres más genial
preparando café.
Victoria le miró
con fingida exasperación.
V: ¿Nunca se te
ocurrió, Marcos Guerrero, que si me hubieras tratado con respeto y
consideración habrías atraído mi interés mucho antes?
M: ¿Se te
ocurrió a ti alguna vez que estabas enfrascada en una relación bastante seria
con Tomás y que yo estaba a un lado, esperando a que le mandaras a paseo?
V: Pero no
sufriste mucho en la espera (comentó Victoria con gesto irónico). Te consolabas bastante bien con Ellen y con
quién sabe cuántas más.
Marcos se
encogió de hombros.
M: Soy un hombre
con sangre en las venas, como tú sabes bien. No me puedes culpar por querer hacer
soportable la espera.
Victoria le
observó durante largo rato, tratando de digerir lo que acababa de decirle. ¿Realmente la había amado en secreto durante
todo aquel tiempo? ¿Había esperado a que
ella estuviera libre para dar el primero paso?
V: Si fuera una
ingenua, sentiría la tentación de pensar que planeaste con tu hermana todo lo
del bebé para atraer mi atención.
Marcos rio entre
dientes.
M: Lo último que
emplearía para atraer tu atención sería un bebé. ¿Contigo, la dinámica mujer de
carrera? Jamás habría imaginado que te
pondrías tierna y sentimental a la vista de un bebé desamparado.
V: No me puse
sentimental (protestó Victoria con tono gruñón).
Marcos la miró
con escepticismo.
M: No te pedí tu
ayuda como estrategia para conquistar tu amor. Te la pedí porque confiaba en ti. Te lo dije entonces y era verdad. Aunque me odiaras, yo confiaba en ti.
V: Marcos, nunca
te he odiado (afirmó Victoria).
M: Bien, me has
aborrecido, te he sido antipático, como quieras decirlo. La cuestión es que todo eso ya no importa.
V: Marcos, no
crees que eso ya no importa (Victoria le rodeó el cuello con los brazos y guió
sus labios hacia los de ella). Porque
ahora te amo.
M: Entonces di
que sí (imploró él). Di que te casarás
conmigo.
V: Si, Marcos (accedió
ella). Me casaré contigo.
M: Así me gusta,
una dócil mujercita que sabe obedecer a su amo y señor (bromeó Marcos).
Victoria emitió
un grito de fingida indignación y le amenazó con el puño apretado, pero él le
cogió las dos manos y la besó. Volvieron
a hacer el amor pero esta vez tenían ante ellos un gran futuro donde ambos
junto a su hijo formarían una gran familia.
Continuará….
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