jueves, 30 de enero de 2014

Capítulo 14


Capítulo 14

Marcos alzó la mano con solemnidad en un juramento a la manera de los boy scouts.

M: Lo juro (dijo).
V: Hablo en serio.  Una sola mención de la pa­labra deseo, no me importa en qué contexto, y dejo a Lautaro en tus rodillas y me marcho.
M: Trato hecho (prometió Marcos y sonrió con agradecimiento).

Victoria no quiso decirle que ver la televisión a su lado era exactamente como ella quería pasar esa noche; si lo hacía, podría estimularle para que mencionara otra vez sus deseos.  De manera que limitó sus comentarios a temas inocuos, como lo ridículo de algunos anuncios y la inexplicable preferencia de Lautaro por ella.

El bebé se comportaba razonablemente bien en su regazo, pero cada vez que ella hacía el menor movimiento, soltaba un chillido de alarma.  La breve visita de Victoria al cuarto de baño provocó sus protestas a un nivel de sonido más alto que los decibeles en una discoteca y cuando ella volvió a la sala, los gestos de Marcos eran los de una víctima torturada por la inquisición.  Casi arrojó a Lautaro a los brazos de ella en cuanto ésta se volvió a sentar en el sofá.  Como por arte de magia, Lautaro se calmó.

A eso de las nueve de la noche, vio que Marcos cabeceaba.

V: ¿Por qué no te vas a acostar? (sugirió Victoria).

La mirada somnolienta de Marcos se desvió hacia Lautaro, quien estaba sentado muy erguido en el regazo de Victoria y trataba infructuosamente de cogerse un pie con las manos.
M: ¿Qué harás tú? (le preguntó a Victoria).
V: Terminaré de ver este programa de televisión y luego trataré de dormir a Lautaro.  Cuando lo consiga, le meteré en su cuna y me iré a casa,
M: ¿No te importa que te deje sola con él?
V: No eres precisamente una compañía muy animada.  Apenas voy a notar tu ausencia (dijo Victoria).

Marcos aceptó su comentario con una sonrisa cansada.  Se levantó del sofá, bostezó y se dirigió lentamente hacia las escaleras.

M: Te agradezco de verdad lo que estás haciendo por mí, Victoria.  Ah, y no se te olvide cambiarle el pañal antes de meterle en la cuna, ¿eh?  Dejaré un biberón lleno en la cocina, seguramente tendrá hambre dentro de un rato.
V: No necesito instrucciones (gruñó Victoria).  Después de todo soy mujer y las mujeres nacemos con una sabiduría congénita respecto a estas cosas, ¿no es cierto?

Marcos sonrió ante el sarcasmo y contraataco:
M: De acuerdo, pero cuida bien de mi sobrino mientras descanso y quizá algún día te lo pague como mereces.

Antes de que Victoria pensara en una réplica ingeniosa, Marcos ya se había ido.  Riendo con suavidad, volvió a concentrar su atención en el bebé.  Lautaro no parecía cansado, pero mientras estuviera de buen humor a ella no le molestaba permanecer con él.  Ignorando el programa de televisión, puso los dedos entre las manos del pequeño y vio como él se los aferraba uno por uno con esa concentrada atención de los bebés.  Le hizo cosquillas en el estómago y él rió.

No creía sinceramente que su cariño por Lautaro naciera de algún instinto maternal congénito.  No había nada de congénito en ello.  Por el contrario, había aprendido a quererle, como había aprendido a cambiarle el pañal y a vestirle, a alimentarle y jugar con él.  Quizás estuviera disfrutando de su compañía por la satisfac­ción que le producía haber conseguido cuidar a un bebé, o quizás se debiera a que se estaba acercando el día en que ella se iba a convertir en madre

Pero ese día todavía estaba muy lejano, se recordó.  Sólo tenía veintiocho años; tenía pensado ascender todavía algunos escaños más en su escalera profesional antes de pensar en formar una familia.  La maternidad era un proyecto muy interesante, pero no estaba dispuesta a abandonar sus metas profesionales en ese mo­mento en que su carrera podía verse amenazada por la maternidad.

Victoria era joven; tenía tiempo.  Sin embargo, la tarea de cuidar de Lautaro había dado a aquella cuestión un nuevo matiz.  Victoria ya no se preguntaba si sería madre.  La cuestión ahora era cuándo lo seria.

Aunque Lautaro seguía bien despierto a las diez, Victoria deci­dió darle el biberón para ver si se dormía.  El niño se lo tomó con entusiasmo, luego se arrellanó en los brazos de Victoria y empezó a tirar de uno de los botones de su camisa.  Tenía los ojos muy abiertos.
Eran unos ojos muy bellos, observó Victoria.  Igual que los de Marcos. Victoria pensó en el hombre que dormía arriba y sonrió.

Le aliviaba inmensamente la forma en que había transcurrido el día.  Habían trabajado bien juntos y, lo mejor de todo, en ningún momento la había elogiado por sus brillantes conceptos y sus ideas acertadas.  Quería impresionarle, por supuesto, pero si la hubiera elogiado por sus logros, se habría indignado con él.  Pero él había aceptado sus sugerencias con naturalidad, como si en ningún mo­mento hubiera dudado que pudieran ser aceptadas.  Victoria conside­raba esa actitud más halagüeña que cualquier elogio.  Trabajaban bien juntos, reflexionó, y jugaban bien juntos.  Si Marcos se sentía lo bastante relajado en su compañía como para irse a dormir mientras ella permanecía en la casa, y ella se sentía lo bastante relajada como para quedarse mientras él dormía.  ¿Dónde estaba el sordo antagonismo que ambos habían abrigado el uno por el otro durante los pasados cuatro años?

Lautaro había permanecido mucho tiempo inmóvil y callado, y cuando ella bajó la mirada hacia él, se dio cuenta de que estaba a punto de quedarse dormido.  Se lo echó al hombro y se puso de pie.  Sentía las piernas entumecidas después de llevar tanto tiempo sentada con el bebé en el regazo y esperó a que la sangre volviera a correr por ellas antes de subir las escaleras hacia la habitación del niño.
         
Dejó la puerta del cuarto abierta y cambió el pañal de Lautaro con la luz del pasillo, para que no se espabilara.  Después le meció canturreando una canción de cuna y Lautaro no tardó en caer profundamente dormido.

Le dejó en la cuna y salió del cuarto con sigilo.  Todavía sentía las piernas agarrotadas y se dio cuenta de que ella también estaba agotada.  Decidió prepararse una taza de café antes de irse a su casa.  Necesitaría una fuerte dosis de cafeína para mantenerse despierta mientras conducía.

Una vez que el café estuvo listo, se sirvió una taza y la llevó a la sala para tomársela allí.  La luz de la lámpara en la mesita lateral le hacía daño en los ojos, pero no se atrevió a apagarla. Si lo hacía, estaba segura de que se quedaría dormida.  Se acomodó en el sofá, sopló al café para enfriarlo y le dio un sorbo.  Su mirada cayó sobre el montón de notas que Marcos y ella habían recopilado aquella tarde.  Con razón estaba cansada, se dijo.

En un solo día había hecho sus faenas domésticas, había jugado en el parque, trabajado en el plan para un sondeo de mercado y cuidado a un bebé.  Mientras daba otro trago al café se preguntó si una sola taza bastaría para despertarla.

El sofá era demasiado confortable, decidió, y el café demasiado caliente.  Dejó la taza en la mesa, se quitó las sandalias y se acomodó entre los mullidos cojines.  Sólo una pequeña siesta, se dijo, mientras se le iban cerrando los ojos.  Un cabeceo de unos diez minutos le daría energías suficientes para conducir hasta su casa.

Continuará….


Capítulo 13


Capítulo 13

V: Llevemos a Lautaro a los columpios (sugirió Victoria luchando por empujar el carrito sobre la hierba).

Marcos frunció el ceño, luego la siguió.

M: Es muy pequeño todavía.
V: Puedo cogerlo en mi regazo.

Victoria se detuvo junto a un columpio, apartó la montaña de mantas que le cubría y le cogió.  Sus bellos ojos color castaño brillaron con fascinación mientras le llevaba al columpio.
M: Es una idea absurda (objetó Marcos).  ¿Qué pasará si le sueltas?
V: No lo voy a soltar (prometió Victoria, sentándose en el columpio con el bebé en las piernas).

Después de estrechar a Lautaro contra ella, empezó a moverse para darse impulso.
Marcos la observó por un momento, sacudiendo la cabeza.

M: No merece divertirse después de los tormentos a que me ha sometido (se quejó con una pequeña sonrisa que hizo notar sus sexys hoyuelos de sus mejillas).

Marcos, a regañadientes, se colocó detrás del columpio y empezó a empujarlo.  Lautaro emitió un gritito de alborozo y Victoria oyó la risa casi involuntaria de Marcos a su espalda.

V: Bien, ¿por qué no hablamos de la encuesta? (sugirió Victoria).
M: ¿Qué?
V: Tenemos mucho trabajo que hacer, Guerrero.  Por eso es por lo que estoy aquí, ¿recuerdas?  Una de las cosas que debemos hacer es una encuesta a los propietarios de ordenadores para conocer su opinión.  ¿Has pensado algo al respecto?

Marcos no contestó inmediatamente.  Victoria miró hacia atrás y notó que trataba de reprimir una sonrisa.

M: ¿De verdad quieres hablar de negocios ahora?
V: Claro que sí.

Marcos rió abiertamente.

M: Está bien, Fernández.  De hecho, he pensado un poco en ello.  Lo que ofrece Barrios es flexibilidad y adaptabilidad.  Lo que debe­mos averiguar es si los clientes potenciales están dispuestos a probar un nuevo producto basado en esas características.

Durante la siguiente hora discutieron qué tipo de encuesta debían planear y a cuáles compañías entrevistar.  Marcos se sentó junto a Victoria en el columpio.  Cuando Lautaro comenzó a cule­brear peligrosamente en el regazo de Victoria, Marcos se ofreció a llevarle al tobogán.  Cada vez que Marcos aterrizaba al pie del tobogán con el bebé en su regazo, Victoria le explicaba a gritos algunas ideas sobre su plan para la encuesta, luego Marcos iba hacia la escalera del tobogán y una vez arriba le decía sus propias ideas al respecto.  Después de su décimo descenso por el tobogán, Lautaro co­menzó a gemir, interrumpiendo lo que podía haber sido un diálogo muy productivo.

V: ¿Tiene hambre? (preguntó Victoria).
M: Estará hambriento, mojado o cansado.  Los tres grandes di­lemas que rigen su vida (bromeó Marcos).  Creo que debemos regresar a casa.
V: Podríamos también escribir algunas de nuestras ideas (su­girió Victoria).

Victoria se sentía satisfecha por la facilidad con la que habían inter­cambiado opiniones respecto a la forma mejor de realizar el plan de trabajo.  Recordó lo pesimista que se había sentido respecto a colaborar con Marcos.  Sin embargo, sus conceptos eran claros y precisos y era evidente que consideraba válidos los de ella.  Había rechazado algunos, pero sin arrogancia.  Y también había aceptado las críticas de ella con ecuanimidad respecto a sus propias ideas.

Victoria volvió a preguntarse si sería la presencia de Lautaro lo que había influido en la actitud de Marcos, relajándole y aceptándola como colega.

Cuando llegaron a la casa, Victoria cambió el pañal a Lautaro, mientras Marcos le preparaba el biberón.  Luego se acomodaron en el sofá de la sala.  Marcos daba el biberón al pequeño mientras Victoria anotaba en su libreta algunas de las ideas que se les habían ocurrido en el parque.  Satisfecho su apetito, Lautaro se durmió en el regazo de Marcos, permitiendo a éste y Victoria concentrarse en su tarea.

Hacia las seis de la tarde habían concluido un borrador viable sobre el plan para la encuesta.
V: Creo que deberíamos poner fin a nuestro trabajo por ahora (sugirió Victoria y su petición fue secundada por Lautaro, quien se removió en el regazo de Marcos y lanzó un agudo gemido).

Marcos revisó las notas que Victoria había tomado y asintió.  Las dejó encima de una mesa lateral.
M: ¿Qué te parece si cenamos?

Victoria sintió una leve punzada de aprensión ante la posibilidad de que ahora la charla se deslizara hacia el peligroso terreno de su relación personal.

V: No sé (contestó con cautela).  ¿Vas a cocinar tú?

Marcos rió de buena gana.

Si quieres podemos cenar fuera.  Victoria le miró incrédula.

V: ¿Has contratado alguna niñera?

Marcos la miró sin pestañear. 

M: Estaba pensando que podríamos cenar en uno de esos lugares que sirven en el coche (cuando Victoria arrugó la nariz ante la sugerencia, él se defendió).  Al menos sería algo caliente y ninguno de los dos tendríamos que entrar en la cocina.  Mi coche es muy cómodo.  Vamos (la instó).

Victoria aceptó resignada.  Calentaron un biberón para Lautaro y se dirigieron hacia el coche de Marcos.  Éste metió el cochecito del niño en el maletero y Victoria se sentó en el asiento de atrás con el niño. 

Durante el trayecto se dedicó a meditar sobre su relación con Marcos.  Victoria se sentía muy bien al lado de Marcos; no podía ocurrírsele nada más apetecible que tomar una cerveza y una hamburguesa en su com­pañía y luego volver a la casa para ver la televisión o escuchar música.  Quería estar con él.  No quería perder su compañía ni la inusitada camaradería que había surgido entre ellos.

Pero si la volvía a tomar en sus brazos, si la besaba y susurraba palabras de deseo… ¿qué haría entonces?  Su cuerpo responderla sin duda, pero... ¿sería eso sensato?  ¿Estaba realmente dispuesta a confiar en él, a olvidar la antipatía que había existido entre ellos durante cuatro años y a creer que él era en realidad diferente a como le había imaginado?
Más tiempo, pensó.  Necesitaba más tiempo para estar segura.  Pero si Marcos la tocaba, si la besaba en la palma de la mano como la noche anterior, no sabia qué haría.  Su acción más sensata seria irse a casa en cuanto terminaran de cenar.

No tardaron en llegar a su destino.  Después de ordenar, Marcos se sentó con Victoria y Lautaro en el asiento trasero.  Después de devorar todas sus patatas fritas, el hombre cogió unas cuantas del paquete de Victoria, lo cual le hizo ganarse una palmada en la mano.  Su retribución fue un irónico sermón sobre los hábitos alimenticios de las mujeres.  Todas las mujeres, y su poca disposición a compartir esas calorías excedentes que se regalaban a sí mismas.
M: Si esta fuera una ensalada de espinacas (afirmó, cogiendo otra patata antes de que Victoria pudiera impedírselo), ya me habrías ofrecido la mitad, pero de todos los millones, qué digo millones, trillones, de mujeres que he conocido en mi vida, ni una sola me ha ofrecido una de sus patatas fritas.
V: Sabes agasajar muy bien a tus trillones de mujeres, ¿verdad? (replicó ella con una sonrisa irónica).  Las papitas fritas de McDonalds son las más deliciosas, ummm, no hay nada mejor que eso (dijo a la vez que las saboreaba).

Marcos sonrió y aceptó el comentario con una inclinación de cabeza.

Durante el camino de vuelta a casa, Victoria hizo todo lo posible por olvidar lo mucho que deseaba quedarse con él más tiempo.  Si la invitaba a quedarse, no aceptaría.  Si se mostraba seductor, seria franca y le pedirla que se tomara las cosas con calma.  Si habían de convertirse en amantes, no había ninguna prisa.  Quizás Marcos estu­viera acostumbrado a que las mujeres se derritieran bajo el influjo y hechizo de su sonrisa, pero Victoria prefería ir despacio.  Sí la deseaba de verdad, Marcos tendría que hacer las cosas a su manera.
Sin embargo, Victoria no había contado con la intervención de Lautaro para frustrar su estrategia marcharse de la casa de Marcos.
En cuanto salieron del coche al frío aire de la noche, el bebé empezó a llorar desconsoladamente, haciendo caso omiso de la voz arrulladora de Marcos de sus mimos y cosquillas, de sus gruñidos amenazantes.  Cuando parecía a punto de explotar, Victoria se lo arrebató de los brazos y lo acunó en su pecho.  Milagrosamente, Lautaro se calló.
Victoria le arrulló un poco para calmar sus últimos sollozos.  Era un misterio para ella por qué su pecho podría consolar al pequeño mientras que el de Marcos no.  Por lo que llegó a la conclusión que no podía dejar al hombre solo en esa situación cuando éste se lo pidió.

M: Por favor (suplicó él, mirando al bebé con una mezcla de ira y temor), quédate.

Obviamente éste es uno de esos momentos en los que necesita el consuelo femenino.

V: No puedo quedarme (expresó Victoria, ante el comentario de Marcos.

Dios guardara el hombre de insinuar que él también necesitaba consuelo femenino.
Marcos la miró durante un rato.

M: Victoria, ¿Quieres huir por mi causa?
V: No quiero huir (aseguró).
M: Soy un ser humano, no una piraña (dijo él con voz fatigada).  No voy a morderte.
V: Lo sé.  Pero... (Marcos la interrumpió)
M: ¿Quieres saber la verdad?  Esta noche no tendría fuer­zas para morderte aunque quisiera hacerlo.  Si te llevara a la cama esta noche, la única experiencia que tendrías conmigo seria oírme roncar.

Sin saber cómo contestar a tan abrupto comentario, Victoria pregunto

V: ¿Roncas?

Detectó un brillo de travesura en los ojos de Marcos.

M: ¿Por qué no te quedas y lo averiguas?
V: Marcos, hablo en serio (afirmó ella, volviendo a su anterior actitud).  No me puedo quedar esta noche contigo.  He venido aquí a trabajar y hemos trabajado.  De modo que ahora lo único que puedo hacer es marcharme (dio a Lautaro un beso de despedida, pero cuando fue a entregárselo a su tío, empezó a chillar).
M: ¿Conveniente para quién?  No para Lautaro, sin duda.  Y menos para mí.  Se pasará la noche atormentándome con sus llantos.
V: Es tu sobrino, no mío (señaló Victoria, aunque siguió aca­riciando al bebé para tranquilizarlo).
M: A riesgo de parecer una abominable sexista (aventuró Marcos mientras colgaba su abrigo en el armario del vestíbulo) creo que hay ocasiones en las que los bebés necesitan a sus mamis.  No a sus papis, sino a sus mamis.  Y en este momento tú eres su mami prestada.

Victoria suspiró y se dirigió a la sala.  Se sentó en el sofá con Lautaro.

V: ¿Se te ha ocurrido pensar que eres demasiado exigente?  ¿No se te ha ocurrido pensar que pedirme que haga las veces de madre de tu sobrino va más allá de los límites razona­bles de mis responsabilidades como compañera de trabajo?

Marcos intentó apaciguarla.

M: Victoria, por favor, sabes que yo...
V: ¿No se te ha ocurrido que he hecho demasiado por ti y el bebé? (le interrumpió ella).  He cambiado pañales sucios, he arruinado mi traje favorito, he comido porquerías y, para colmo, he tenido que soportar tus lascivos avances.  ¿No se te ha ocurrido pensar que puedes ser un soberano fastidio, Guerrero?

Marcos clavó su mirada en la de ella.  Su cuerpo comenzó a estremecerse por la risa, luego estalló en una franca carcajada.  Victoria empezó a reír también.  Un momento después los dos reían sonoramente y sin control.  Lautaro no sabía si unirse al repentino regocijo o ponerse a llorar asustado.

Parte de al histórico regocijo de ambos adultos se debía al puro agotamiento y parte de lo absurdo de la situación que Victoria había descrito con tanta vehemencia como con exactitud.  Pero sobre todo, ambos reían como dos buenos amigos que compartían un momento de espe­cial de entendimiento y comunicación.

M: ¿Lascivos? (preguntó Marcos después de que ambos calmaran las risas).  ¿Has dicho que mis avances son lascivos?  Me han acusado de muchas cosas en la vida, Victoria, pero nunca de ser lascivo en mis intentos de seducción.
V: Está bien (concedió Victoria, limpiándose las lágrimas de risa y procurando recobrar la seriedad).  Me retracto de lo de los avances lascivos, pero el resto sigue en pie.

Marcos asintió con una sonrisa.

M: Está bien, soy un soberano fastidio.  Al menos no soy un fastidio común y corriente (se apoyó en el respaldo del sofá y observó a su acompañante).  ¿Qué te parece quedarte sólo hasta que Lautaro se quede dormido? (antes de que ella pudiera objetar algo, continuó). Sinceramente, Victoria, no me siento capaz de pasar otra noche como la de ayer.  Lautaro se ha portado como un perfecto caballero contigo y cuando te vayas se portará como un monstruo conmigo.

Se mostraba tan patético y suplicante que el corazón de Victoria se ablandó.

V: Me quedaré un rato (accedió, pero luego creyó conveniente añadir una severa advertencia).  Me quedaré, pero no quiero que me hagas ninguna insinuación amorosa.  Ya planteaste tu caso ano­che y el jurado sigue deliberando.  No intentes nada esta noche.


Continuará….

miércoles, 29 de enero de 2014

Capítulo 12


Capítulo 12

V: Pero no esta noche.
M: ¿Por qué no?
V: Porque... porque no estoy segura de que seas tú precisamente quien me gusta (explicó ella con voz insegura).  Quiero decir, me has gustado... estos dos días anteriores… me has gustado mucho.  Pero no has sido tú mismo en realidad.
M: ¿Ah, no?  ¿Quién he sido, entonces?
V: Has sido el tío de Lautaro.  Has sido un hombre lleno de ternura y lo bastante asustado como para pedir mi ayuda.

Los labios de Marcos se curvaron en una sonrisa juguetona.

M: ¿Qué tal si te pidiera ayuda para no pasar la noche a solas?  ¿Funcionaría eso?

Victoria rió.

V: Me gustas cuando eres dulce, Marcos.  No cuando tratas de seducirme.

El Marcos dulce asintió con una inclinación de cabeza.

M: Si esta noche no quieres, de acuerdo (Marcos volvió a apoyar la cabeza de Victoria en su hombro y le acarició el pelo con suavidad).  Pero lo que te acabo de decir sobre el deseo que despiertas en mí, Victoria no es un truco para seducirte.
V: Lo creo (admitió ella dejándose acunar en los brazos mas­culinos y luego se apartó con renuencia).  Dame tiempo para pensar las cosas.  Todavía no estoy segura de quién eres.
M: Sabes quién soy (afirmó él, con una leve sonrisa).  Es de ti misma de quien no estás segura (se puso de pie y luego le ofreció la mano para ayudarla a levantarse).  

Marcos revisó los papeles dispersos sobre la mesita del café y frunció el ceño.

M: Todavía tenemos mucho trabajo que hacer (observó).  ¿Estarás libre mañana?

Victoria tardó un momento en decidir si quería pasar el día siguiente con Marcos, que terminaría, sin duda, con otra deliberación sobre sus deseos mutuos.  Pero estaba el hecho de que tenían mucho que hacer sobre el contrato con Barrios Software.  Quizás se forjara una idea más clara de quién era Marcos en realidad y qué era lo que ella misma quería, si se enfrascaban durante algunas horas en los negocios.

V: Por la mañana tengo que hacer algunas cosas (dijo Victoria).  Pero podría venir por la tarde.
M: Magnifico. ¿Qué te parece a la una de la tarde?
V: De acuerdo.

La acompañó a la puerta, le entregó su chamarra que estaba colgada en la percha del vestíbulo y la besó en los labios ligeramen­te.

V: Nos veremos mañana, entonces.

Sin mirar atrás, sin permitirse saborear el leve beso de despe­dida, ella se dirigió al estacionamiento.

El sábado por la tarde llegó a la casa de Marcos a la una y media.  Puntual como siempre, había procurado terminar todas sus faenas domésticas lo antes posible.  A las doce y media ya tenía la casa recogida, se había duchado, lavado y cepillado el pelo, se había puesto unos ajustados pantalones de pana y una camisa blanca de algodón.  Podría haber llegado a casa de Marcos con varios minutos de adelanto, pero eligió el camino más largo para ir.  El cielo estaba completamente despejado y el fresco aire de octubre resultaba muy agradable.  Trató de convencerse de que se estaba entreteniendo porque no quería encerrarse con Marcos, Lautaro y los papeles del asunto Barrios en una tarde tan maravillosa, lo intentó, pero sin éxito.  Sabía cuál era la verdadera razón por la que había elegido el camino más largo: necesitaba pensar y asimilar la última conversación que había sostenido con Marcos.  Había dejado que sus sentimientos se afloraran.

Victoria tampoco había dormido bien la noche anterior, a pesar de que había dejado encendida la luz del pasillo, ¿cómo podía sentirse tan segura en los brazos de Marcos y tan desolada sin él?

La cuestión no era que él la deseara.  Sin duda, Marcos Guerrero deseaba al ochenta por ciento de la población femenina con un coeficiente de inteligencia superior a cincuenta.  La cuestión era que ella también lo deseaba... y no sabía qué hacer al respecto.
Quizás cuando Lautaro se fuera con su madre, pudiera saber si esa gentileza que ella encontraba tan atractiva en Marcos formaba parte integral de su modo de ser.  O por el otro lado Marcos volviera a flirtear con todas las chicas de la oficina y a expresar opiniones muy poco favorables sobre las mujeres de negocios.

Por otra parte, era posible que Marcos fuese de verdad el hombre generoso y sincero con el que estaba trabajando en esos momentos.  Quizás le hubiera juzgado injustamente durante los pasados cuatro años.  Quizás hubiera malinterpretado sus acciones en la oficina porque en el fondo estaba buscando alguna excusa para sentir antipatía por él y no terminar enamorada como todas las empleadas de la empresa.

Sus palabras de la noche anterior acudían una y otra vez a su mente:
“Sabes quién soy yo.  Es de ti de quién no estás segura.”

Victoria siempre había creído conocerse a sí misma.  Se consi­deraba una mujer inteligente, ambiciosa, sincera y bien preparada, dispuesta en todo momento a demostrar que era tan eficiente como cualquier hombre.  ¿Podría estar ocultando otra faceta de su perso­nalidad?  ¿Podría ser también esa mujer que se había sentido muy regia de haber conseguido cambiar el pañal de un bebé y a la que humedecían los ojos cuando veía a esa misma criatura acunada en los brazos de un hombre?  ¿Podría ser una mujer que comprendía que el hecho de desear a Marcos no la hacía inferior a él?  

Victoria ya había pasado la calle donde debía virar para llegar a la urbanización de Marcos, de modo que dio la vuelta.  Bien, pensó, ya había admitido que deseaba a Marcos.  La verdadera cuestión era si actuaría de acuerdo con tal deseo.  Por el momento, estarían los dos demasiado ocupados, sin duda, para hacer otra cosa que sentarse en el sofá y besarse.

V: Siento haber llegado tarde (fueron las primeras palabras de Victoria cuando Marcos le abrió la puerta).

Él parecía aún más cansado que el día anterior.  Se había afeitado, no obstante, y llevaba unos pantalones claros y un jersey de cuello alto, pero sus ojos delataban la fatiga.  Carecían de su brillo habitual y estaban circundados por oscuras ojeras. 

Saludó a Victoria con una leve inclinación de cabeza.  La mirada de ella se clavó en el cochecito que estaba en el vestíbulo.  Lautaro estaba enfundado en una montaña de suéteres, mantas y la ridícula gorra que cubría casi toda su cabeza y parte de la cara.

M: Vamos a salir los tres (gruñó Marcos, empujando el coche­cito).  Si tengo que permanecer un segundo más con este individuo dentro... (Miró a Lautaro) terminaré por dar rienda suelta a mis impulsos homicidas.

Victoria miró al pequeño. Parecía sereno.

V: ¿Cómo podrías matar a una criatura tan encantadora?

Marcos le ofreció el cochecito.  Victoria aceptó e hizo todo lo que pudo por seguir el paso de Marcos.

M: Hubo ocasiones anoche en las que me desesperó y la paciencia estaba llegando a su nivel más bajo (confesó él, suavizando su tono al inhalar el fresco aire otoñal).  Por ejemplo, la tercera vez que me despertó a eso de las cuatro y media...  Me orinó, me llenó de baba y luego orinó en la alfombra y vomitó en la manta de la cuna.  ¿Has tratado alguna vez de limpiar una alfombra a las cuatro y media de la madrugada?

Victoria no pudo reprimir la risa.

V: No, nunca he tenido ese placer.
M: Esta mañana ha empapado cinco pañales en una hora.  Se ha pasado cuarenta y cinco minutos llorando sin parar.  A la hora del desayuno no sé cómo ha conseguido tirar de una patada mi taza de café.
V: Si era café instantáneo, yo también habría sentido la tenta­ción de tirarlo (bromeó Victoria).
M: Y yo de darte a ti un puntapié (gruñó Marcos).  

Pero el magnífico clima parecía estar surtiendo efecto en él, porque Victoria vislumbró un asomo de sonrisa en sus labios.  Pasearon por un sendero bordeado de árboles y cubierto con hojas doradas y pardas.  El camino terminaba en un centro recreativo que contenía un club, una piscina y una pequeña zona de juegos infantiles.


Continuará….

martes, 28 de enero de 2014

Capítulo 11


Capítulo 11

Por alguna razón Victoria había supuesto que lo sucedido entre Marcos y ella la noche anterior era de una naturaleza completamente diferente.  No había estado flirteando con ella entonces; no había percibido nada frívolo ni superficial en su acercamiento.  Su beso había sido algo muy serio, casi solemne.

Pero no estaba dispuesta a hablar de ello esa noche… ni nunca.  Tenía la esperanza de que si apartaba el incidente de su cabeza, conseguiría olvidarse de ello a la larga.  Sin embargo, era una suposición ridícula, decidió.  Si después de cuatro años aún no había olvidado aquel beso.  ¿Cómo podía esperar olvidar un beso de hacía solo veinticuatro horas?
Ahora que Marcos había sacado a la luz el asunto, estaba presente entre ellos como una entidad tangible.

V: ¿Por qué no fingimos simplemente que ese beso nunca existió? (sugirió ella, irritada por el leve temblor de su voz).
M: Porque no quiero olvidarlo (declaró Marcos.  Se acercó a ella en el sofá y le cogió una mano.  Observó los largos dedos de la mano de Victoria).  Te confieso que me gustaría besarte otra vez.  Me gustaría besarte de tal manera que nunca trataras de huir de mí.  Dime cómo debo hacerlo, Victoria.  Dime qué debo hacer para no asustarte.

Ella se rio nerviosamente.

V: Podrías dejar de hablar de ese modo (sugirió Victoria, tratando de ignorar la corriente de sensualidad que corría por su mano y se filtraba por todo su cuerpo).
M: ¿Es porque trabajamos juntos? (preguntó él, sin dejar de acariciarle la mano).  ¿Es porque he salido con algunas de las chicas de la compañía?  ¿Es eso lo que te molesta?
V: Ya sabes lo que me molesta (mantuvo Victoria, tratando infructuosamente de apartar la mano.  La hipnótica caricia le gus­taba demasiado y la mantenía hechizada).  No me gusta tu opinión sobre las mujeres.  Más bien, no me gusta tu actitud hacía las mujeres.
M: Amo a las mujeres (aseguró él).  Las respeto.  Tienen sus debilidades y sus aciertos, como los hombres, pero no las considero inferiores.
V: No las tratas como iguales (dijo Victoria con un leve temblor en la voz cuando el pulgar de su interlocutor le acaricio con suavi­dad la sensible piel de la muñeca).
M: No, no las trato como iguales (aceptó él).  Trató a los hombres como hombres y a las mujeres como mujeres (alzó la mano de la joven hasta su boca y le besó la palma.  Ella suspiro involuntariamente, para luego lograr poner distancia entre ellos.
V: Por favor, basta, Marcos (murmuró).
M: ¿Por qué? (pregunto él, aunque no intentó volver a atrapar la mano de la joven).  Tú también me deseas, Victoria, puedo sentirlo.  No me odias.  En realidad, te gusto.  De modo que dime qué es lo que se interpone en mi camino.
V: Quizá tu ego machista (sugirió Victoria).

Marcos ignoró el ataque.

M: ¿Es que tienes una mala opinión de los hombres en general? (preguntó).  ¿Acaso te ha roto Tomás el corazón?
V: No (respondió Victoria con sinceridad, todavía asombrada de que Marcos hubiera hecho tanto caso a los chismes de la oficina sobre su vida sentimental).

La realidad era que Tomás no le había causado la menor desazón.  Lo único que había sucedido era que su relación había llegado a un punto muerto y había empezado a estancarse.  Las flores que él le enviaba empezaban a tener más vida que los sentimientos que debían expresar. Su relación se había ido marchitando, simplemen­te, sin dramatismos ni dolor.

Cuando Tomás y ella decidieron separarse, Victoria llegó a sos­pechar que ella era más culpable que él del fracaso de su romance.  Habían estado juntos mucho tiempo, pero ella no había permitido que su relación avanzara hacia el siguiente paso natural: el matri­monio.   Estaba siguiendo con diligencia el plan que se había trazado y de acuerdo con ese programa no había todavía lugar para el matrimonio, ni para la maternidad.  Ya habría tiempo para eso más tarde.  No estaba preparada para una relación permanente, de ma­nera que Tomás y ella se habían separado sin asperezas.

Pero ninguna de las razones anteriores explicaba su resistencia a Marcos.  No creía que él buscara algo permanente con ella.  Estaba segura de que lo que le motivaba era el afán de reanudar una aventura iniciada cuatro años antes y que se había deformado en una leve hostilidad.

V: Has tratado de sabotear mi trabajo (se defendió ella, más bien para convencerse asi misma que al propio Marcos).

Marcos hizo un gesto de impaciencia.

M: No he hecho nada semejante (protestó).  He hecho reco­mendaciones.  Sugerí que te quitaran de un proyecto para que pudieras trabajar en otro.  Además, mi palabra no es ley en la compañía, no tomo decisiones unilaterales.
V: Me consideras demasiado emocional (señaló Victoria).  Piensas que me tomo las cosas demasiado personalmente...
M: Es verdad (dijo sin rodeos).  

Marcos deslizó el brazo por el res­paldo del sofá y su mano se apoyó sobre el hombro de Victoria.

M: De modo que, te suplico que seas demasiado emocional conmigo, Victoria (su voz se hizo seductoramente sedosa).  Tómame personalmente.  Canaliza toda esa feminidad contenida en algo que valga la pena.

Entonces Marcos la estrechó en sus brazos, con lentitud y delicadeza, dándole oportunidad de resistirse.  Ella no se resistió, pero tampoco se rindió del todo.  Se acurrucó en su pecho y posó la mejilla en su hombro.  Marcos la rodeó con los brazos y la abrazó estrechamente
Lo sintió tan fuerte, tan firme y protector...   Esa noche no olía a talco infantil sino a jabón.  Ella prefería aquel olor a limpio que el aroma a colonia o loción, cerrando los ojos, aspiró profundamen­te.

No le tenía miedo, tampoco pensaría en él como el Juan Tenorio de la empresa.  No con su actual aspecto, con sus pantalones gastados y su sudadera.  Los dos días anteriores le había visto bajo una luz diferente.  Ya no era el arrogante y poderoso asesor de los hoyuelos seductores.  Más bien, era alguien que se preocupaba por un bebé y por su hermana atolondrada, alguien que luchaba por satisfacer las necesidades de sus seres queridos.  Era un hombre que podía mostrarse vulnerable ante Victoria, que podía compartir con ella su carga.

Y era alguien lo bastante interesado por ella como para averiguar todo lo posible sobre su ex-novio.  A pesar de su indiferencia hacia ella en la oficina, a pesar de su arrogancia, se interesaba por ella.

Victoria abrigó una fugaz esperanza de que su interés proviniera de algo más que la resistencia que le había puesto.  La noche anterior le había acusado de haberla tratado de seducir con el único propósito de poder completar su lista de mujeres conquistadas en la compañía.  Pero no lo creía realmente.  Ahora se sentía más inclinada a creer que su reputación era un poco exagerada, como él había dado a entender.  Era compren­sible que se construyeran mitos sobre un hombre tan atractivo como Marcos.

En este momento no parecía mítico.  Parecía muy humano en todos los sentidos.   Acurrucada contra él, Victoria sintió una extraña sensación de paz.  No quería ser besada, pero tampoco quería que la dejara de abrazar.  En ese momento, protegida por el dulce asilo de sus brazos, casi creía que nunca volvería a dejar encendida la luz del pasillo.
Sintió los labios de Marcos le rozaban su frente.

M: Te he deseado desde aquel primer día, Victoria (confesó él en un susurro).  Desde que te conocí (le acarició el brazo del codo hasta el hombro).
V: Pues tienes una forma muy curiosa de demostrarlo (mur­muró ella).
M: Si hubiera conocido tus gustos, te habría encerrado conmigo en la bodega para contarte mi repertorio completo de chistes (bromeó Marcos).  Te habría atiborrado de café auténtico hasta que te arrancaras las ropas, suplicándome que te hiciera mía.
V: ¡Ni en sueños! (dijo Victoria, entre risas).

Marcos calló por un momento.

M: ¿Podrías al menos admitir que no me odias? (preguntó por fin).
V: Lo admití ayer.
M: Avanza un poco más (suplicó él).  Dime que te gusto.  Victoria suspiró y cerró los ojos otra vez.  La rítmica caricia en su brazo estaba ejerciendo un efecto hipnótico en ella; sintió el deseo de ronronear, dormirse en sus brazos.
V: Me gustas, Marcos (confesó en un susurro).
M: Dime que me deseas (murmuró Marcos, rozándole la frente en los labios y posando una mano en su barbilla para alzarle la cara hacia él).
V: Esta noche no (dijo ella, tratando de sujetarle la mano).

Él la miró.

M: ¿No me lo quieres decir esta noche, o no me deseas esta noche?

Otra vez vio un brillante anhelo en sus ojos.  Tímidamente alzó la mano y pasó los dedos por su áspera mejilla debido a la barba a medio crecer.

V: Me gustas, Marcos (repitió la joven en voz baja).  Y... te deseo (bajó la mirada y sintió que el rubor encendía sus mejillas).  

Continuará….