Capítulo
12
V: Pero no esta
noche.
M: ¿Por qué no?
V: Porque...
porque no estoy segura de que seas tú precisamente quien me gusta (explicó ella
con voz insegura). Quiero decir, me has
gustado... estos dos días anteriores… me has gustado mucho. Pero no has sido tú mismo en realidad.
M: ¿Ah, no? ¿Quién he sido, entonces?
V: Has sido el
tío de Lautaro. Has sido un hombre lleno
de ternura y lo bastante asustado como para pedir mi ayuda.
Los labios de
Marcos se curvaron en una sonrisa juguetona.
M: ¿Qué tal si
te pidiera ayuda para no pasar la noche a solas? ¿Funcionaría eso?
Victoria rió.
V: Me gustas
cuando eres dulce, Marcos. No cuando
tratas de seducirme.
El Marcos dulce
asintió con una inclinación de cabeza.
M: Si esta noche
no quieres, de acuerdo (Marcos volvió a apoyar la cabeza de Victoria en su
hombro y le acarició el pelo con suavidad).
Pero lo que te acabo de decir sobre el deseo que despiertas en mí,
Victoria no es un truco para seducirte.
V: Lo creo (admitió
ella dejándose acunar en los brazos masculinos y luego se apartó con renuencia).
Dame tiempo para pensar las cosas. Todavía no estoy segura de quién eres.
M: Sabes quién
soy (afirmó él, con una leve sonrisa). Es
de ti misma de quien no estás segura (se puso de pie y luego le ofreció la mano
para ayudarla a levantarse).
Marcos revisó
los papeles dispersos sobre la mesita del café y frunció el ceño.
M: Todavía
tenemos mucho trabajo que hacer (observó). ¿Estarás libre mañana?
Victoria tardó
un momento en decidir si quería pasar el día siguiente con Marcos, que
terminaría, sin duda, con otra deliberación sobre sus deseos mutuos. Pero estaba el hecho de que tenían mucho que
hacer sobre el contrato con Barrios Software. Quizás se forjara una idea más clara de quién
era Marcos en realidad y qué era lo que ella misma quería, si se enfrascaban
durante algunas horas en los negocios.
V: Por la mañana
tengo que hacer algunas cosas (dijo Victoria). Pero podría venir por la tarde.
M: Magnifico.
¿Qué te parece a la una de la tarde?
V: De acuerdo.
La acompañó a la
puerta, le entregó su chamarra que estaba colgada en la percha del vestíbulo y
la besó en los labios ligeramente.
V: Nos veremos
mañana, entonces.
Sin mirar atrás,
sin permitirse saborear el leve beso de despedida, ella se dirigió al estacionamiento.
El sábado por la
tarde llegó a la casa de Marcos a la una y media. Puntual como siempre, había procurado terminar
todas sus faenas domésticas lo antes posible. A las doce y media ya tenía la casa recogida,
se había duchado, lavado y cepillado el pelo, se había puesto unos ajustados
pantalones de pana y una camisa blanca de algodón. Podría haber llegado a casa de Marcos con
varios minutos de adelanto, pero eligió el camino más largo para ir. El cielo estaba completamente despejado y el
fresco aire de octubre resultaba muy agradable. Trató de convencerse de que se estaba
entreteniendo porque no quería encerrarse con Marcos, Lautaro y los papeles del
asunto Barrios en una tarde tan maravillosa, lo intentó, pero sin éxito. Sabía cuál era la verdadera razón por la que
había elegido el camino más largo: necesitaba pensar y asimilar la última
conversación que había sostenido con Marcos.
Había dejado que sus sentimientos se afloraran.
Victoria tampoco
había dormido bien la noche anterior, a pesar de que había dejado encendida la
luz del pasillo, ¿cómo podía sentirse tan segura en los brazos de Marcos y tan
desolada sin él?
La cuestión no
era que él la deseara. Sin duda, Marcos
Guerrero deseaba al ochenta por ciento de la población femenina con un
coeficiente de inteligencia superior a cincuenta. La cuestión era que ella también lo deseaba...
y no sabía qué hacer al respecto.
Quizás cuando Lautaro
se fuera con su madre, pudiera saber si esa gentileza que ella encontraba tan
atractiva en Marcos formaba parte integral de su modo de ser. O por el otro lado Marcos volviera a flirtear
con todas las chicas de la oficina y a expresar opiniones muy poco favorables
sobre las mujeres de negocios.
Por otra parte,
era posible que Marcos fuese de verdad el hombre generoso y sincero con el que
estaba trabajando en esos momentos. Quizás
le hubiera juzgado injustamente durante los pasados cuatro años. Quizás hubiera malinterpretado sus acciones en
la oficina porque en el fondo estaba buscando alguna excusa para sentir
antipatía por él y no terminar enamorada como todas las empleadas de la empresa.
Sus palabras de
la noche anterior acudían una y otra vez a su mente:
“Sabes quién soy
yo. Es de ti de quién no estás segura.”
Victoria siempre
había creído conocerse a sí misma. Se
consideraba una mujer inteligente, ambiciosa, sincera y bien preparada,
dispuesta en todo momento a demostrar que era tan eficiente como cualquier
hombre. ¿Podría estar ocultando otra
faceta de su personalidad? ¿Podría ser
también esa mujer que se había sentido muy regia de haber conseguido cambiar el
pañal de un bebé y a la que humedecían los ojos cuando veía a esa misma
criatura acunada en los brazos de un hombre? ¿Podría ser una mujer que comprendía que el
hecho de desear a Marcos no la hacía inferior a él?
Victoria ya había
pasado la calle donde debía virar para llegar a la urbanización de Marcos, de
modo que dio la vuelta. Bien, pensó, ya
había admitido que deseaba a Marcos. La
verdadera cuestión era si actuaría de acuerdo con tal deseo. Por el momento, estarían los dos demasiado
ocupados, sin duda, para hacer otra cosa que sentarse en el sofá y besarse.
V: Siento haber
llegado tarde (fueron las primeras palabras de Victoria cuando Marcos le abrió
la puerta).
Él parecía aún
más cansado que el día anterior. Se
había afeitado, no obstante, y llevaba unos pantalones claros y un jersey de
cuello alto, pero sus ojos delataban la fatiga. Carecían de su brillo habitual y estaban
circundados por oscuras ojeras.
Saludó a
Victoria con una leve inclinación de cabeza. La mirada de ella se clavó en el cochecito que
estaba en el vestíbulo. Lautaro estaba
enfundado en una montaña de suéteres, mantas y la ridícula gorra que cubría
casi toda su cabeza y parte de la cara.
M: Vamos a salir
los tres (gruñó Marcos, empujando el cochecito). Si tengo que permanecer un segundo más con
este individuo dentro... (Miró a Lautaro) terminaré por dar rienda suelta a mis
impulsos homicidas.
Victoria miró al
pequeño. Parecía sereno.
V: ¿Cómo podrías
matar a una criatura tan encantadora?
Marcos le
ofreció el cochecito. Victoria aceptó e
hizo todo lo que pudo por seguir el paso de Marcos.
M: Hubo
ocasiones anoche en las que me desesperó y la paciencia estaba llegando a su
nivel más bajo (confesó él, suavizando su tono al inhalar el fresco aire
otoñal). Por ejemplo, la tercera vez que
me despertó a eso de las cuatro y media... Me orinó, me llenó de baba y luego orinó en la
alfombra y vomitó en la manta de la cuna. ¿Has tratado alguna vez de limpiar una
alfombra a las cuatro y media de la madrugada?
Victoria no pudo
reprimir la risa.
V: No, nunca he
tenido ese placer.
M: Esta mañana
ha empapado cinco pañales en una hora. Se
ha pasado cuarenta y cinco minutos llorando sin parar. A la hora del desayuno no sé cómo ha
conseguido tirar de una patada mi taza de café.
V: Si era café
instantáneo, yo también habría sentido la tentación de tirarlo (bromeó
Victoria).
M: Y yo de darte
a ti un puntapié (gruñó Marcos).
Pero el magnífico
clima parecía estar surtiendo efecto en él, porque Victoria vislumbró un asomo
de sonrisa en sus labios. Pasearon por
un sendero bordeado de árboles y cubierto con hojas doradas y pardas. El camino terminaba en un centro recreativo que contenía un club, una piscina y una pequeña zona de juegos infantiles.
Continuará….
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