miércoles, 29 de enero de 2014

Capítulo 12


Capítulo 12

V: Pero no esta noche.
M: ¿Por qué no?
V: Porque... porque no estoy segura de que seas tú precisamente quien me gusta (explicó ella con voz insegura).  Quiero decir, me has gustado... estos dos días anteriores… me has gustado mucho.  Pero no has sido tú mismo en realidad.
M: ¿Ah, no?  ¿Quién he sido, entonces?
V: Has sido el tío de Lautaro.  Has sido un hombre lleno de ternura y lo bastante asustado como para pedir mi ayuda.

Los labios de Marcos se curvaron en una sonrisa juguetona.

M: ¿Qué tal si te pidiera ayuda para no pasar la noche a solas?  ¿Funcionaría eso?

Victoria rió.

V: Me gustas cuando eres dulce, Marcos.  No cuando tratas de seducirme.

El Marcos dulce asintió con una inclinación de cabeza.

M: Si esta noche no quieres, de acuerdo (Marcos volvió a apoyar la cabeza de Victoria en su hombro y le acarició el pelo con suavidad).  Pero lo que te acabo de decir sobre el deseo que despiertas en mí, Victoria no es un truco para seducirte.
V: Lo creo (admitió ella dejándose acunar en los brazos mas­culinos y luego se apartó con renuencia).  Dame tiempo para pensar las cosas.  Todavía no estoy segura de quién eres.
M: Sabes quién soy (afirmó él, con una leve sonrisa).  Es de ti misma de quien no estás segura (se puso de pie y luego le ofreció la mano para ayudarla a levantarse).  

Marcos revisó los papeles dispersos sobre la mesita del café y frunció el ceño.

M: Todavía tenemos mucho trabajo que hacer (observó).  ¿Estarás libre mañana?

Victoria tardó un momento en decidir si quería pasar el día siguiente con Marcos, que terminaría, sin duda, con otra deliberación sobre sus deseos mutuos.  Pero estaba el hecho de que tenían mucho que hacer sobre el contrato con Barrios Software.  Quizás se forjara una idea más clara de quién era Marcos en realidad y qué era lo que ella misma quería, si se enfrascaban durante algunas horas en los negocios.

V: Por la mañana tengo que hacer algunas cosas (dijo Victoria).  Pero podría venir por la tarde.
M: Magnifico. ¿Qué te parece a la una de la tarde?
V: De acuerdo.

La acompañó a la puerta, le entregó su chamarra que estaba colgada en la percha del vestíbulo y la besó en los labios ligeramen­te.

V: Nos veremos mañana, entonces.

Sin mirar atrás, sin permitirse saborear el leve beso de despe­dida, ella se dirigió al estacionamiento.

El sábado por la tarde llegó a la casa de Marcos a la una y media.  Puntual como siempre, había procurado terminar todas sus faenas domésticas lo antes posible.  A las doce y media ya tenía la casa recogida, se había duchado, lavado y cepillado el pelo, se había puesto unos ajustados pantalones de pana y una camisa blanca de algodón.  Podría haber llegado a casa de Marcos con varios minutos de adelanto, pero eligió el camino más largo para ir.  El cielo estaba completamente despejado y el fresco aire de octubre resultaba muy agradable.  Trató de convencerse de que se estaba entreteniendo porque no quería encerrarse con Marcos, Lautaro y los papeles del asunto Barrios en una tarde tan maravillosa, lo intentó, pero sin éxito.  Sabía cuál era la verdadera razón por la que había elegido el camino más largo: necesitaba pensar y asimilar la última conversación que había sostenido con Marcos.  Había dejado que sus sentimientos se afloraran.

Victoria tampoco había dormido bien la noche anterior, a pesar de que había dejado encendida la luz del pasillo, ¿cómo podía sentirse tan segura en los brazos de Marcos y tan desolada sin él?

La cuestión no era que él la deseara.  Sin duda, Marcos Guerrero deseaba al ochenta por ciento de la población femenina con un coeficiente de inteligencia superior a cincuenta.  La cuestión era que ella también lo deseaba... y no sabía qué hacer al respecto.
Quizás cuando Lautaro se fuera con su madre, pudiera saber si esa gentileza que ella encontraba tan atractiva en Marcos formaba parte integral de su modo de ser.  O por el otro lado Marcos volviera a flirtear con todas las chicas de la oficina y a expresar opiniones muy poco favorables sobre las mujeres de negocios.

Por otra parte, era posible que Marcos fuese de verdad el hombre generoso y sincero con el que estaba trabajando en esos momentos.  Quizás le hubiera juzgado injustamente durante los pasados cuatro años.  Quizás hubiera malinterpretado sus acciones en la oficina porque en el fondo estaba buscando alguna excusa para sentir antipatía por él y no terminar enamorada como todas las empleadas de la empresa.

Sus palabras de la noche anterior acudían una y otra vez a su mente:
“Sabes quién soy yo.  Es de ti de quién no estás segura.”

Victoria siempre había creído conocerse a sí misma.  Se consi­deraba una mujer inteligente, ambiciosa, sincera y bien preparada, dispuesta en todo momento a demostrar que era tan eficiente como cualquier hombre.  ¿Podría estar ocultando otra faceta de su perso­nalidad?  ¿Podría ser también esa mujer que se había sentido muy regia de haber conseguido cambiar el pañal de un bebé y a la que humedecían los ojos cuando veía a esa misma criatura acunada en los brazos de un hombre?  ¿Podría ser una mujer que comprendía que el hecho de desear a Marcos no la hacía inferior a él?  

Victoria ya había pasado la calle donde debía virar para llegar a la urbanización de Marcos, de modo que dio la vuelta.  Bien, pensó, ya había admitido que deseaba a Marcos.  La verdadera cuestión era si actuaría de acuerdo con tal deseo.  Por el momento, estarían los dos demasiado ocupados, sin duda, para hacer otra cosa que sentarse en el sofá y besarse.

V: Siento haber llegado tarde (fueron las primeras palabras de Victoria cuando Marcos le abrió la puerta).

Él parecía aún más cansado que el día anterior.  Se había afeitado, no obstante, y llevaba unos pantalones claros y un jersey de cuello alto, pero sus ojos delataban la fatiga.  Carecían de su brillo habitual y estaban circundados por oscuras ojeras. 

Saludó a Victoria con una leve inclinación de cabeza.  La mirada de ella se clavó en el cochecito que estaba en el vestíbulo.  Lautaro estaba enfundado en una montaña de suéteres, mantas y la ridícula gorra que cubría casi toda su cabeza y parte de la cara.

M: Vamos a salir los tres (gruñó Marcos, empujando el coche­cito).  Si tengo que permanecer un segundo más con este individuo dentro... (Miró a Lautaro) terminaré por dar rienda suelta a mis impulsos homicidas.

Victoria miró al pequeño. Parecía sereno.

V: ¿Cómo podrías matar a una criatura tan encantadora?

Marcos le ofreció el cochecito.  Victoria aceptó e hizo todo lo que pudo por seguir el paso de Marcos.

M: Hubo ocasiones anoche en las que me desesperó y la paciencia estaba llegando a su nivel más bajo (confesó él, suavizando su tono al inhalar el fresco aire otoñal).  Por ejemplo, la tercera vez que me despertó a eso de las cuatro y media...  Me orinó, me llenó de baba y luego orinó en la alfombra y vomitó en la manta de la cuna.  ¿Has tratado alguna vez de limpiar una alfombra a las cuatro y media de la madrugada?

Victoria no pudo reprimir la risa.

V: No, nunca he tenido ese placer.
M: Esta mañana ha empapado cinco pañales en una hora.  Se ha pasado cuarenta y cinco minutos llorando sin parar.  A la hora del desayuno no sé cómo ha conseguido tirar de una patada mi taza de café.
V: Si era café instantáneo, yo también habría sentido la tenta­ción de tirarlo (bromeó Victoria).
M: Y yo de darte a ti un puntapié (gruñó Marcos).  

Pero el magnífico clima parecía estar surtiendo efecto en él, porque Victoria vislumbró un asomo de sonrisa en sus labios.  Pasearon por un sendero bordeado de árboles y cubierto con hojas doradas y pardas.  El camino terminaba en un centro recreativo que contenía un club, una piscina y una pequeña zona de juegos infantiles.


Continuará….

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