Capítulo
7
El pálido
resplandor plateado de la luz del pasillo inundó la habitación de Victoria a
través de la puerta abierta. Aunque
siempre dejaba la tenue luz del pasillo encendida toda la noche, rara vez se le
olvidaba cerrar la puerta cuando se acostaba. Hacía tiempo que trataba de convencerse de que
si dejaba encendida la luz del pasillo era para no tropezar si tenía que ir al
cuarto de baño durante la noche.
Pero aquella
noche quería que la luz iluminara su habitación, que definiera las sombras de
los muebles. Aquella noche necesitaba la
luz para tranquilizarse, para convencerse de que no estaba desligada del mundo,
de que no estaba sola, desamparada.
En su infancia
nunca le había obsesionado la soledad, aunque con frecuencia había deseado
tener un hermano o una hermana. Había
crecido en una hermosa casa en las afueras de Buenos Aires, rodeada de juguetes
y una serie de amas de llaves. Su padre,
ejecutivo de una importante compañía de inversiones, era un hombre reservado y
austero. Victoria tenía la impresión de
que nunca le había conocido, pero sospechaba que había heredado de él su propia
reticencia y reserva.
Su madre había
ejercido una influencia más poderosa en su vida. Abogada de éxito, Georgina Fernández era el
tipo de mujer que todo el mundo admiraba, especialmente en aquellos días,
cuando pocas mujeres lograban realizar con éxito una carrera profesional y al
mismo tiempo cumplir el rol de madres. No
había sido una madre muy apegada a Victoria, pero ésta no podía por menos que
venerar a aquella guapa mujer cuya disciplina y dedicación le habían hecho ganarse
una envidiable posición en un medio hasta entonces casi exclusivo de los
hombres.
“Podrás lograr
cualquier cosa si te lo propones y luchas por alcanzarlo”, solía decirle su
madre. “Fija tu meta, persevera, y el
mundo será tuyo”.
Hubo ocasiones
en las que Victoria se permitió preguntarse si seguir el ejemplo de su madre
era lo que en realidad quería hacer. Una
vez pidió a una de las amas de llaves que la enseñara a cocinar y la mujer de
servicio la había echado de la cocina, diciéndole con impaciencia:
“A tu madre no
le gusta que te metas en la cocina, Victoria. Vete y déjame hacer mi trabajo en paz”.
En otra ocasión,
cuando el ama de llaves favorita de Victoria le había enseñado los rudimentos
del arte de tejer, la madre de la niña había intervenido y le había quitado de
las manos las agujas.
“No pierdas el
tiempo aprendiendo esas tonterías”, le había dicho. “Las mujeres que se pasan la vida tejiendo
jamás llegan a ser dueñas de su propio destino. Los hombres no las tratan como a sus iguales”.
De manera que
Victoria nunca había aprendido a cocinar ni a tejer. Tampoco había aprendido a cuidar a niños, en
parte porque a su madre no le gustaba que jugara con muñecas y en parte porque
la niña no tenía ningún ejemplo en ese sentido que imitar. Las pocas veces que trabajó como niñera cuando
era adolescente le enseñaron poco, ya que los bebés estaban por lo regular
profundamente dormidos cuando ella llegaba a cuidarlos. El trabajo se reducía a ver la televisión,
comer patatas fritas y asomarse de vez en cuando al cuarto del bebé para
cerciorarse de que seguía durmiendo sin contratiempos.
No obstante, la
infancia de Victoria no había sido mala. Había sido razonablemente feliz. Sabía que muchos niños no tenían tantas
ventajas como ella y le agradaba la posibilidad de tener una vida tan
emocionante y llena de desafíos como la de su madre. Se aplicó en sus estudios, fijó sus metas y
diseñó un plan de acción que la llevaría al mismo tipo de éxito profesional y
respeto de que disfrutaba su madre.
Era sólo por la
noche cuando sucumbía a la soledad. Era
cuando el mundo se oscurecía y el sendero tan bien trazado de la muchacha
desaparecía de su vista, cuando ella anhelaba algo más, algo diferente, algo
cálido y consolador. No sabía con
precisión qué quería. De niña, pensaba
que quería un hermanito o una hermanita, o una mascota, o simplemente alguien
que se sentara a su lado en la cama, la cogiera de la mano y le contara con voz
suave cuentos de princesas y magos y castillos maravillosos entre las nubes.
Cuando creció,
pensó que quizá lo que deseaba era un novio, un amante. Pero ninguno de los muchachos, y más tarde los
hombres, con quienes mantuvo relaciones fueron capaces de hacer desaparecer del
todo aquella sensación. Ni siquiera en
los años en que había estado con Tomás se había sentido completamente segura,
satisfecha con su vida.
Había aprendido
a dormir casi siempre con la luz apagada. Pero esta noche se sentía dolorosamente sola. Esta noche necesitaba la luz que venia del
pasillo.
Hundiendo a
cabeza en la almohada, fijó la mirada en el techo y trató de entender por qué
se sentía tan sola. La respuesta que se
estaba formando en su mente era que había disfrutado demasiado de la compañía
de Marcos; su compañía y su beso, sus brazos rodeándola y el excitante calor
de su cuerpo contra el de ella. Dejar su
casa le había resultado muy difícil. Pero
habría sido peor quedarse.
«Ni siquiera me
cae bien», se recordó con impaciencia. Marcos
tenía un criterio muy estrecho respecto a las mujeres.
Quizás ella no
fuera menos susceptible al encanto de Marcos Guerrero que el resto de las
empleadas de la compañía. Quizás también
estuviera fascinada por los hoyuelos de sus mejillas, sus profundos ojos color
castaño y su cuerpo atlético.
Pero el hecho era
que durante los últimos cuatro años, sólo había sentido irritación en presencia
de Marcos. Durante casi cuatro años, sus
hoyuelos y sus ojos y su cuerpo no habían ejercido en ella el menor efecto. De cualquier manera, ella no había sido nunca
el tipo de mujer que presta demasiada atención al aspecto físico de un hombre.
No había sido a
su aspecto físico lo que había respondido esa noche, reconoció. En realidad, le había visto menos impecable y elegante
que de costumbre. Su pelo estaba
revuelto, su ropa desaliñada, su sonrisa era rápida y titubeante. Y sin embargo, le había encontrado
irresistible.
¿Qué sentido
tenía pensar en eso? Durante cuatro años
ella se había resistido al encanto del casanova de la oficina y después de un
día con él, oliendo a bebé y discutiendo sobre la forma de preparar el café,
todas sus barreras habían caído y ahora suspiraba por él, sin poder conciliar
el sueño. Él estaba durmiendo en
compañía de un bebé inquieto, y ella se sentía sola y muy desolada.
A la mañana
siguiente…
Victoria había
encontrado más fácil rechazar a Marcos en su mente aquella mañana que la noche
anterior. Había dormido mal y se había
despertado con un leve dolor de cabeza. El
día amenazaba con ser agitado; tenía que realizar bastantes investigaciones
sobre el asunto Barrios y para colmo Marcos no pensaba ir a la oficina para
hacer su parte del trabajo. Así que ella
lo haría casi todo y Marcos se llevaría todos los honores. Esta idea y su dolor de cabeza la ayudaron a
borrar todo rastro de los sentimientos que la noche anterior habían despertado
en ella el recuerdo de su compañero de trabajo.
Tan pronto como
Victoria entró al baño de damas para llenar de agua la jarra de café, Rebecca,
la secretaria de su división, la siguió para inundarla de preguntas.
R: Oye ¿Qué hay
entre Marcos, tú y ese bebé?
Victoria sintió
una oleada de lealtad protectora hacia Marcos. No deseaba chismorrear con nadie respecto a
él.
La verdad era
que ella misma no sabía qué había entre Marcos, ella y el bebé. No había averiguado gran cosa respecto a Lautaro,
aparte de que el nombre de su madre era Carol, que ésta se hallaba lo
suficientemente lejos de la ciudad como para haber puesto a Marcos una
conferencia y que la peor hora de Lautaro era de tres y media a cuatro y media
por lo regular, no sabía más nada.
Ante la mirada
inexpresiva de Victoria, Rebecca la insto:
R: Saliste con
él de la oficina ayer por la tarde con un bebé. ¿Qué está sucediendo? ¿De quién es el bebé?
V: La verdad es
que no lo sé (respondió Victoria, fingiendo estar absorta en la acción de
llenar la jarra).
Rebecca esperó
con impaciencia a que su compañera terminara de medir el agua. En cuanto Victoria cerró la llave, la curiosa
secretaria dijo:
R: Vamos, Vicky…
todo el mundo se hace preguntas sobre eso. Thelma, la del piso de arriba, ha dicho que
Marcos recibió una llamada ayer por la mañana, canceló sus citas de la tarde y
salió del edificio. Cuando volvió,
empujaba un coche de capota. Todas nos
morimos de curiosidad por saber si es hijo suyo.
V: Te juro que
no sé nada al respecto (repitió e insistió Victoria).
Se alegraba de
no haber presionado a Marcos para que le hablara más sobre el bebé. De haberlo hecho, sin duda se habría visto
forzada ahora a mentir a Rebecca y a ella no le gustaba mentir.
Pero Rebecca no
estaba convencida de la ignorancia de Victoria.
R: Entonces…
¿por qué saliste con él de la oficina?
V: Los dos
estamos trabajando en el mismo contrato (explicó Victoria). Guerrero no podía quedarse en la oficina, así
que fuimos a su casa a trabajar.
R: ¿Fuiste a su
casa? (Rebecca la miró con los ojos muy abiertos). Creía que no podías soportar a Marcos
Guerrero.
V: No somos
grandes amigos, somos solo compañeros de trabajo (dijo Victoria). Además estamos trabajando juntos en un
proyecto, de modo que tenemos que pasar cierto tiempo juntos. No hay manera de evitarlo.
Antes de que Rebecca
pudiera continuar con su interrogatorio, la puerta del tocador de damas se
abrió y apareció Ellen, una linda secretaria rubia. Ellen había salido con Marcos más de una vez. Victoria no había prestado especial atención a
la vida amorosa o social de Marcos, pero Ellen trabajaba en el mismo piso que
ella y aquel hecho había sido muy comentado. El anillo que Ellen lucía en la mano anunciaba
que había atraído el interés de otro hombre, pero Marcos y ella seguían
llevándose bien a pesar de su frustrado romance. Ellen apenas advirtió la presencia de Rebecca
antes de enfilar sus cañones sobre Victoria.
E: ¡Oye, Vicky! ¿Qué hay entre Marcos y tú? ¿Qué hace él con un bebé?
Victoria tuvo
que echarse a reír.
V: No tengo la
menor idea, respondió.
Ellen la miró
con suspicacia.
R: Lo mismo me
acaba de decir a mí (informó Rebecca, haciendo notar su presencia).
E: Pero tú
saliste con él del edificio ayer por la tarde (insistió Ellen).
Victoria se
encogió de hombros.
R: Están
trabajando en el mismo asunto (Rebecca se encargó de informar). Vicky es muy discreta.
Victoria sonrió.
V: Marcos me
dijo que no pensaba contestar preguntas de nadie respecto al bebé (dijo al
fin). De manera que no le hice ninguna.
R: Estoy segura
de que el bebé es suyo (dijo Rebecca). Apuesto
que es el resultado de algún descuido.
Ellen sacudió la
cabeza, se miró al espejo y se acomodó algunos rizos rebeldes.
E: Conozco muy
bien a Marcos (dijo) Y si de algo estoy
segura es de que no es descuidado. Quiero
decir, finge ser un pícaro pero en realidad es un tipo muy decente. No creo que sea capaz de engendrar un hijo
accidentalmente. Es demasiado precavido
para cometer un error semejante.
R: La
experiencia ha hablado (dijo Rebecca indirectamente). ¿Verdad?
Victoria no quiso
esperar a oír la réplica de Ellen. No
quería saber nada respecto a los pasados amoríos de Marcos, aun cuando lo que
oyera mejorara su reputación. ¿Qué
diantre le importaba si era decente y cuidadoso? No le interesaba saber cómo había descubierto
tan nobles atributos la rubia que se arreglaba el pelo ante el espejo. Aunque eso perteneciera al pasado había
cosas que quería Victoria simplemente no quería saber.
V: Voy a
preparar el café (dijo bruscamente, dirigiéndose hacia la puerta). Siento no poder informarlas de todo tipo de
sórdidos detalles sobre Marcos.
Una vez en su
despacho trató de apartar de su mente de la conversación que había mantenido
con las dos secretarias en el tocador. Si
todas las empleadas de P&D eran igual de curiosas, no le extrañaba que Marcos
hubiera acudido a ella en busca de ayuda. Y que le estuviera tan agradecido por no haber
preguntado nada.
Continuará….
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