jueves, 23 de enero de 2014

Capítulo 7


Capítulo 7

El pálido resplandor plateado de la luz del pasillo inundó la habitación de Victoria a través de la puerta abierta.  Aunque siempre dejaba la tenue luz del pasillo encendida toda la noche, rara vez se le olvidaba cerrar la puerta cuando se acostaba.  Hacía tiempo que trataba de convencerse de que si dejaba encendida la luz del pasillo era para no tropezar si tenía que ir al cuarto de baño durante la noche.

Pero aquella noche quería que la luz iluminara su habitación, que definiera las sombras de los muebles.  Aquella noche necesitaba la luz para tranquilizarse, para convencerse de que no estaba desligada del mundo, de que no estaba sola, desamparada.

En su infancia nunca le había obsesionado la soledad, aunque con frecuencia había deseado tener un hermano o una hermana.  Había crecido en una hermosa casa en las afueras de Buenos Aires, rodeada de juguetes y una serie de amas de llaves.  Su padre, ejecutivo de una importante compañía de inversiones, era un hombre reservado y austero.  Victoria tenía la impresión de que nunca le había conocido, pero sospechaba que había heredado de él su propia reticencia y reserva.
Su madre había ejercido una influencia más poderosa en su vida.  Abogada de éxito, Georgina Fernández era el tipo de mujer que todo el mundo admiraba, especialmente en aquellos días, cuando pocas mujeres lograban realizar con éxito una carrera profesional y al mismo tiempo cumplir el rol de madres.  No había sido una madre muy apegada a Victoria, pero ésta no podía por menos que venerar a aquella guapa mujer cuya disciplina y dedicación le habían hecho ganarse una envidiable posición en un medio hasta entonces casi exclusivo de los hombres.

“Podrás lograr cualquier cosa si te lo propones y luchas por alcanzarlo”, solía decirle su madre.  “Fija tu meta, persevera, y el mundo será tuyo”.

Hubo ocasiones en las que Victoria se permitió preguntarse si seguir el ejemplo de su madre era lo que en realidad quería hacer.  Una vez pidió a una de las amas de llaves que la enseñara a cocinar y la mujer de servicio la había echado de la cocina, diciéndole con impaciencia:
“A tu madre no le gusta que te metas en la cocina, Victoria.  Vete y déjame hacer mi trabajo en paz”.

En otra ocasión, cuando el ama de llaves favorita de Victoria le había enseñado los rudimentos del arte de tejer, la madre de la niña había intervenido y le había quitado de las manos las agujas.
“No pierdas el tiempo aprendiendo esas tonterías”, le había dicho.  “Las mujeres que se pasan la vida tejiendo jamás llegan a ser dueñas de su propio destino.  Los hombres no las tratan como a sus iguales”.

De manera que Victoria nunca había aprendido a cocinar ni a tejer.  Tampoco había aprendido a cuidar a niños, en parte porque a su madre no le gustaba que jugara con muñecas y en parte porque la niña no tenía ningún ejemplo en ese sentido que imitar.  Las pocas veces que trabajó como niñera cuando era adolescente le enseñaron poco, ya que los bebés estaban por lo regular profundamente dormidos cuando ella llegaba a cuidarlos.  El trabajo se reducía a ver la televisión, comer patatas fritas y asomarse de vez en cuando al cuarto del bebé para cerciorarse de que seguía durmiendo sin contratiempos.

No obstante, la infancia de Victoria no había sido mala.  Había sido razonablemente feliz.  Sabía que muchos niños no tenían tantas ventajas como ella y le agradaba la posibilidad de tener una vida tan emocionante y llena de desafíos como la de su madre.  Se aplicó en sus estudios, fijó sus metas y diseñó un plan de acción que la llevaría al mismo tipo de éxito profesional y respeto de que disfrutaba su madre.

Era sólo por la noche cuando sucumbía a la soledad.  Era cuando el mundo se oscurecía y el sendero tan bien trazado de la muchacha desaparecía de su vista, cuando ella anhelaba algo más, algo diferente, algo cálido y consolador.  No sabía con precisión qué quería.  De niña, pensaba que quería un hermanito o una hermanita, o una mascota, o simplemente alguien que se sentara a su lado en la cama, la cogiera de la mano y le contara con voz suave cuentos de princesas y magos y castillos maravillosos entre las nubes.  

Cuando creció, pensó que quizá lo que deseaba era un novio, un amante.  Pero ninguno de los muchachos, y más tarde los hombres, con quienes mantuvo relaciones fueron capaces de hacer desaparecer del todo aquella sensación.  Ni siquiera en los años en que había estado con Tomás se había sentido completamente segura, satisfecha con su vida.

Había aprendido a dormir casi siempre con la luz apagada.  Pero esta noche se sentía dolorosamente sola.  Esta noche necesitaba la luz que venia del pasillo.

Hundiendo a cabeza en la almohada, fijó la mirada en el techo y trató de entender por qué se sentía tan sola.  La respuesta que se estaba formando en su mente era que había disfrutado demasiado de la compañía de Marcos; su compañía y su beso, sus brazos ro­deándola y el excitante calor de su cuerpo contra el de ella.  Dejar su casa le había resultado muy difícil.  Pero habría sido peor quedarse.

«Ni siquiera me cae bien», se recordó con impaciencia.  Marcos tenía un criterio muy estrecho respecto a las mujeres.

Quizás ella no fuera menos susceptible al encanto de Marcos Guerrero que el resto de las empleadas de la compañía.  Quizás también estuviera fascinada por los hoyuelos de sus mejillas, sus profundos ojos color castaño y su cuerpo atlético.

Pero el hecho era que durante los últimos cuatro años, sólo había sentido irritación en presencia de Marcos.  Durante casi cuatro años, sus hoyuelos y sus ojos y su cuerpo no habían ejercido en ella el menor efecto.  De cualquier manera, ella no había sido nunca el tipo de mujer que presta demasiada atención al aspecto físico de un hombre.

No había sido a su aspecto físico lo que había respondido esa noche, reconoció.  En realidad, le había visto menos impecable y elegante que de costumbre.  Su pelo estaba revuelto, su ropa desaliñada, su sonrisa era rápida y titubeante.  Y sin embargo, le había encontrado irresistible.

¿Qué sentido tenía pensar en eso?  Durante cuatro años ella se había resistido al encanto del casanova de la oficina y después de un día con él, oliendo a bebé y discutiendo sobre la forma de preparar el café, todas sus barreras habían caído y ahora suspiraba por él, sin poder conciliar el sueño.  Él estaba durmiendo en compañía de un bebé inquieto, y ella se sentía sola y muy desolada.

A la mañana siguiente…
Victoria había encontrado más fácil rechazar a Marcos en su mente aquella mañana que la noche anterior.  Había dormido mal y se había despertado con un leve dolor de cabeza.  El día amenazaba con ser agitado; tenía que realizar bastantes investigaciones sobre el asunto Barrios y para colmo Marcos no pensaba ir a la oficina para hacer su parte del trabajo.  Así que ella lo haría casi todo y Marcos se llevaría todos los honores.  Esta idea y su dolor de cabeza la ayudaron a borrar todo rastro de los sentimientos que la noche anterior habían despertado en ella el recuerdo de su compañero de trabajo.

Tan pronto como Victoria entró al baño de damas para llenar de agua la jarra de café, Rebecca, la secretaria de su división, la siguió para inundarla de preguntas.

R: Oye ¿Qué hay entre Marcos, tú y ese bebé?

Victoria sintió una oleada de lealtad protectora hacia Marcos.  No deseaba chismorrear con nadie respecto a él.

La verdad era que ella misma no sabía qué había entre Marcos, ella y el bebé.  No había averiguado gran cosa respecto a Lautaro, aparte de que el nombre de su madre era Carol, que ésta se hallaba lo suficientemente lejos de la ciudad como para haber puesto a Marcos una conferencia y que la peor hora de Lautaro era de tres y media a cuatro y media por lo regular, no sabía más nada.

Ante la mirada inexpresiva de Victoria, Rebecca la insto:

R: Saliste con él de la oficina ayer por la tarde con un bebé.  ¿Qué está sucediendo?  ¿De quién es el bebé?
V: La verdad es que no lo sé (respondió Victoria, fingiendo estar absorta en la acción de llenar la jarra).

Rebecca esperó con impaciencia a que su compañera terminara de medir el agua.  En cuanto Victoria cerró la llave, la curiosa secretaria dijo:

R: Vamos, Vicky… todo el mundo se hace preguntas sobre eso.  Thelma, la del piso de arriba, ha dicho que Marcos recibió una llamada ayer por la mañana, canceló sus citas de la tarde y salió del edificio.  Cuando volvió, empujaba un coche de capota.  Todas nos morimos de curiosidad por saber si es hijo suyo.
V: Te juro que no sé nada al respecto (repitió e insistió Victoria).

Se alegraba de no haber presionado a Marcos para que le hablara más sobre el bebé.  De haberlo hecho, sin duda se habría visto forzada ahora a mentir a Rebecca y a ella no le gustaba mentir.

Pero Rebecca no estaba convencida de la ignorancia de Victoria.

R: Entonces… ¿por qué saliste con él de la oficina?
V: Los dos estamos trabajando en el mismo contrato (explicó Victoria).  Guerrero no podía quedarse en la oficina, así que fuimos a su casa a trabajar.
R: ¿Fuiste a su casa? (Rebecca la miró con los ojos muy abiertos).  Creía que no podías soportar a Marcos Guerrero.
V: No somos grandes amigos, somos solo compañeros de trabajo (dijo Victoria).  Además estamos trabajando juntos en un proyecto, de modo que tenemos que pasar cierto tiempo juntos.  No hay manera de evitarlo.

Antes de que Rebecca pudiera continuar con su interrogatorio, la puerta del tocador de damas se abrió y apareció Ellen, una linda secretaria rubia.  Ellen había salido con Marcos más de una vez.  Victoria no había prestado especial atención a la vida amorosa o social de Marcos, pero Ellen trabajaba en el mismo piso que ella y aquel hecho había sido muy comentado.  El anillo que Ellen lucía en la mano anunciaba que había atraído el interés de otro hombre, pero Marcos y ella seguían llevándose bien a pesar de su frustrado romance.  Ellen apenas advirtió la presencia de Rebecca antes de enfilar sus cañones sobre Victoria.
E: ¡Oye, Vicky!  ¿Qué hay entre Marcos y tú?  ¿Qué hace él con un bebé?

Victoria tuvo que echarse a reír.

V: No tengo la menor idea, respondió.  
Ellen la miró con suspicacia.
R: Lo mismo me acaba de decir a mí (informó Rebecca, haciendo notar su presencia).
E: Pero tú saliste con él del edificio ayer por la tarde (insistió Ellen).

Victoria se encogió de hombros.

R: Están trabajando en el mismo asunto (Rebecca se encargó de informar).  Vicky es muy discreta.

Victoria sonrió.

V: Marcos me dijo que no pensaba contestar preguntas de nadie respecto al bebé (dijo al fin).  De manera que no le hice ninguna.
R: Estoy segura de que el bebé es suyo (dijo Rebecca).  Apuesto que es el resultado de algún descuido.

Ellen sacudió la cabeza, se miró al espejo y se acomodó algunos rizos rebeldes.

E: Conozco muy bien a Marcos (dijo)  Y si de algo estoy segura es de que no es descuidado.  Quiero decir, finge ser un pícaro pero en realidad es un tipo muy decente.  No creo que sea capaz de engendrar un hijo accidentalmente.  Es demasiado precavido para cometer un error semejante.
R: La experiencia ha hablado (dijo Rebecca indirectamente).  ¿Verdad?

Victoria no quiso esperar a oír la réplica de Ellen.  No quería saber nada respecto a los pasados amoríos de Marcos, aun cuando lo que oyera mejorara su reputación.  ¿Qué diantre le importaba si era decente y cuidadoso?  No le interesaba saber cómo había descubierto tan nobles atributos la rubia que se arreglaba el pelo ante el espejo.   Aunque eso perteneciera al pasado había cosas que quería Victoria simplemente no quería saber.

V: Voy a preparar el café (dijo bruscamente, dirigiéndose hacia la puerta).  Siento no poder informarlas de todo tipo de sórdidos detalles sobre Marcos.

Una vez en su despacho trató de apartar de su mente de la conversación que había mantenido con las dos secretarias en el tocador.  Si todas las empleadas de P&D eran igual de curiosas, no le extrañaba que Marcos hubiera acudido a ella en busca de ayuda.  Y que le estuviera tan agradecido por no haber preguntado nada.


Continuará….

No hay comentarios:

Publicar un comentario