sábado, 25 de enero de 2014

Capítulo 8


Capítulo 8

En la tarde, Victoria recibe una llamada de Marcos, que había marcado directamente su extensión en lugar de pedir a la telefonista que le comunicara con ella.

M: ¿Victoria? (preguntó con voz gruñona).  Soy yo, Marcos.
V: Hola, Marcos, (contestó ella).  Pareces cansado.
M: Lautaro me ha dado una noche espantosa, me despertó tres veces (le relató Marcos).  Lo peor no era que quisiera comer a las tres de la madrugada, sino que sólo aceptaba el biberón si se lo calentaba previamente.  Así que tuve que calentar agua y medir los biberones de leche varias veces durante la noche, eso sin contar las manchas de leche cortada que han quedado en mi pijama.

Los labios de Victoria se curvaron en una sonrisa compasiva.  Su compasión por Marcos se aminoró al reconocer que el hecho de realizar labores tradicionalmente reservadas a la mujer le iría muy bien a su ego masculino.

V: Marcos, siento que hayas pasado tan mala noche (solo se limitó a decir).
M: Dado mi lastimoso estado, es asombroso que todavía pueda pensar en el trabajo (declaró Marcos).  Pero he prometido ocuparme a fondo del asunto de Barrios, así que más vale que me digas si hemos avanzado algo o no.
V: El contrato está en el Departamento de Contabilidad.  Ya he hablado por teléfono con las dos compañías importantes de las que hablamos anoche y les he pedido que me manden folletos de su gama de productos.  Creo que necesitare tu ayuda para formular un cuestionario sobre requisitos para clientes potenciales.
M: Yo lo redactaré (ofreció Marcos).  Si Lautaro se calla durante diez minutos, lo haré. ¿Por qué no vienes esta tarde después del trabajo?  Después de cenar me enseñarás lo que tienes y yo te enseñare lo mío.
V: ¿Me estás diciendo obscenidades? (preguntó Victoria, riendo).
M: ¿A qué te refieres? (contestó Marcos).  ¿A lo de la cena o a lo de enseñarnos nuestras cosas?
V: Ahora que lo mencionas, lo de la cena también (dijo Victoria y rió con más ganas).
M: Y tú te quejabas de que no te contaba chistes picantes (dijo Marcos con voz sonriente).  Algún día, cuando estemos de humor, te contaré un chiste genial sobre una pizza congelada (luego añadió más serio).  No cocinaré esta noche.  Compraré algo preparado y después de cenar estudiaremos lo que hemos hecho, ¿de acuerdo?

Victoria sospechó que la invitación de Marcos tenía otra finalidad que intercambiar información de negocios.  No estaba segura de si la verdadera razón era para tratar de seducirla otra vez o para que le cuide a Lautaro mientras él se reponía un poco de su ajetreada noche.  Sin duda, era aquello último.  Ningún hombre que hubiera dormido tan poco como Marcos estaría en condiciones de seducir a nadie.

V: Está bien (accedió finalmente Victoria).  Pero antes me iré antes a cambiar de ropa a mi apartamento.  No confío en ningún bebé cerca de mi ropa de trabajo.
M: No te culpo (dijo Marcos).  Si cuando llegues no contesto el timbre, mira por la urbanización.  Podría haber llevado a Lautaro a dar un paseo.  Le gustan los paseos.
V: Bien (dijo Victoria antes de despedirse de Marcos y colgar el aparato).

A Victoria le gustaba la idea de que Marcos diera paseos al bebé.  Era otra actividad maternal y no podía dejar de considerar que a Marcos le vendría muy bien realizar tareas maternales.  Estaba convencida de que tales faenas le enriquecerían mucho.

Animada por la idea de que él adoptaría una actitud crítica ante el trabajo que ella había realizado aquella tarde, se aplicó con en especial con la tarea de acumular y seleccionar información sobre los competidores de Barrios y sobre las condiciones del mercado general.  Hacia las cinco de la tarde estaba agotada, en parte por lo arduo de su trabajo y en parte a causa de que apenas había dormido la noche anterior, pero estaba orgullosa de lo que había logrado.  Sabía que Marcos también quedaría impresionado, y esto la complacía aún más.  Apenas hacía unos días le habría importado un rábano lo que Marcos pensara de su trabajo, pero ahora le importaba.  Si él la impresionaba con su pericia para cambiar pañales, ella le impresionarla con su talento financiero.

Salió de la oficina a las cinco, fue a su apartamento y se puso unos pantalones negros, un jersey de algodón y una remera para protegerse del frío aire otoñal.  Luego, con el portafolio con toda la información referente a la cuenta Barrios, salió del apartamento y se dirigió a la urbanización de su colega.
Cuando Victoria llegó, Marcos estaba en la puerta con el cochecito del bebé.  Al verla bajarse de su coche, la saludo con un movimiento de la mano.  Llevaba puestos unos jeans muy gastados y una sudadera.  El aspecto de su mandíbula indicaba que no se había preocupado de afeitarse y las ojeras que enmarcaban sus ojos que delataban la noche de insomnio que había pasado.  Pero la sonrisa que iluminó su cara al verla era sincera.  Una vez más Victoria decidió que le prefería desarreglado.

Victoria desvió su mirada hacia el bebé.  Le pareció que iba demasiado abrigado.  Un gorro cubría su cabeza y varias mantas protegían su cuerpecito.

V: Estamos en octubre Marcos (le señaló Victoria, doblando las mantas para que el bebé pudiera mover las manitas).  Lo has abrigado como si fuera a realizar un viaje al Polo Norte.  

Marcos le dirigió una mirada desdeñosa.

M: Se supone que se debe vestir a los bebés con un poco más de ropa de la que se pone uno mismo (le informó).

Ella le miró con curiosidad, preguntándose dónde habría adquirido aquella información.  Luego le quitó el gorro a Lautaro.

V: Sí, pero me parece que en este caso has exagerado.
M: ¿Desde cuándo eres experta en estas cuestiones? (pregunto Marcos con todo desdeñoso, dando la vuelta para entrar en la casa).
V: No hace falta ser un experto para ver que tiene la cara roja y está sudando a mares (señaló Victoria).
M: No está sudando (regañó Marcos, mientras metía la llave en la cerradura y abría la puerta).

Dejó que Victoria entrara primero en la casa, luego empujó el cochecito y permaneció en el umbral.
M: Iré por la cena.  Cuida de Lautaro durante unos minutos (y antes de que ella pudiera objetar algo, se fue).

Victoria se quitó la chaqueta, se echó el pelo detrás de las orejas, liberó a Lautaro del agobio de mantas y suéteres.  EI pequeño lanzó un gritito jubiloso y agarró la nariz de la joven, como para manifestar su agradecimiento.

V: Ay (se quejó Victoria).  ¡Basta, jovencito! (Lautaro lanzó otro gritito).

Victoria supuso que debía revisar su pañal.  No porque lo creyera una obligación, sino porque suponía que sí ella fuera un bebé como Lautaro, agradecería a cualquier adulto que se dignara a cambiarle el pañal si lo tuviera mojado.

Llevó al pequeño hacia la guardería que Marcos habla improvisado en el piso de arriba.  Al entrar, notó que el oso de peluche estaba sentado ahora, muy serio, en la silla del escritorio y que una gran bolsa de papel marrón estaba en el suelo a un lado del mueble, a medio llenar con pañales usados.  Victoria depositó a Lautaro sobre a toalla extendida sobre la cubierta del escritorio y buscó un pañal limpio.  Cuando encontró una pila y extendió una mano hacia ella para coger uno, el bebé lanzó otro grito agudo y casi se cayó del escritorio al moverse con inquietud.  Victoria le sujetó con el antebrazo y emitió un suspiro de alivio.  Cambiarle el pañal fue más complicado de lo que había imaginado.  Por alguna razón, el pequeño no quería estarse quieto.  Victoria emitió algunas maldiciones y le acusó de tener tendencias suicidas, pero Lautaro no le hizo caso y siguió pataleando, removiéndose y tratando de agarrarle la nariz.

Otro problema fue el trajecito que llevaba puesto el bebé.  Era de una sola pieza con una docena de botones.  Para dejarle poder cambiarle el pañal, tuvo que desnudarlo del todo, inmediatamente, el inquieto bebé dio una patada a la prenda y la tiró al suelo.  Cuando Victoria se inclinó para recogerla, Lautaro estuvo a punto de caerse otra vez del escritorio.  Victoria lanzó una exclamación de alarma, le sujetó y respiró profundamente para tranquilizarse.

Si Marcos podía cambiar un pañal, ella también lo haría, decidió.  Estaba perdida si no podía igualar a su colega en el terreno de los pañales.

Consiguió hacerlo, quien sabe cómo.  Después de diez minutos de intentos y fracasos, el bebé quedó seco y vestido.  Victoria estaba casi sin aliento, tenía la frente sudorosa y la barbilla llena de talco para bebé.  Pero había logrado la faena y sintió un profundo regocijo no muy diferente al que había experimentado cuando recibió, llena de orgullo, su título profesional.  A su manera, cambiar el pañal de Lautaro era un logro igualmente válido.  No tuvo mucho tiempo para recrearse con su triunfo, porque en el momento en que estaba metiendo el pañal usado en la bolsa de papel, sonó el teléfono.  Vaciló antes de contestarlo, luego se encogió de hombros y descolgó el auricular.
***Llamada Telefónica***
V: ¿Dígame?
XXX—¿Está Marcos? (preguntó una voz femenina).
V: No (informó Victoria).  Pero volverá dentro de unos minutos, por si quiere volver a llamar.
XXX: No (la mujer hizo una pausa y luego preguntó), ¿Quién es usted?

Victoria reprimió el impulso de contestar que ese no era asunto de su incumbencia.  Si haber cogido el teléfono iba a causarle a Marcos problema con una amiguita, bien merecido se lo tenía por dejarla sola en la casa con Lautaro.

V: Soy una amiga (.respondió).  ¿Quiere que le de algún recado?

La mujer vaciló un momento.

C: Está bien.  Dígale por favor que Carol ha llamado.  Carol, la madre de Lautaro.  

Victoria se enderezó instintivamente

V: Se lo diré —dijo.
C: Dígale que las cosas están mejorando (añadió Carol).  Ya hemos empezado a hablar y a aclarar las cosas.  Tengo esperanzas.  ¿Quiere decírselo a Marcos?
V: Por supuesto (le aseguró Victoria, aunque no tenía la menor idea de qué estaba hablando Carol).
C: Por Favor, dígale que le llamaré cuando pueda.  ¿Cómo está Lautaro?
V: Bien (dijo Victoria).
C: ¿Le ha dado muy mala noche?

Victoria tardó un momento en comprender las implicaciones de la pregunta de la mujer.

V: No... no he pasado aquí la noche (mencionó).

“¿Quién es Caro!?”, (Victoria se preguntó furiosa).  “¿Qué era de Marcos?  ¿Cómo podía suponer tan tranquila que Victoria había pasado la noche en su casa?”

C: Ha sido muy sensato de su parte (comentó Carol).  Lautaro puede ser insoportable de madrugada.  Bien, dele un abrazo ni de mi parte a Marcos y dígale que le llamaré mañana.
V: Bien (Victoria oyó el ruido del teléfono al ser colgado en el otro lado de línea y luego dejó el auricular en su sitio).
*** Fin de la llamada telefónica***

Distraída por los interrogantes que había suscitado en ella Carol, apenas había advertido que las manitas del niño cogían un mechón de su pelo para tirar con fuerza.  Bajó las escaleras con él en brazos y entró a la cocina en busca de un biberón.  No sabía cuándo le había dado de comer Marcos por última vez, pero supuso que no sería mala idea tener un biberón preparado y caliente.

De hecho, el apetito de Lautaro era voraz.  Cuando Marcos entró en la casa con varios recipientes con comida china en una bolsa, Lautaro ya se había tomado la mitad del contenido del biberón.  La escena de placidez hogareña en su casa hizo asomar a los labios de Marcos una amplia sonrisa.

Continuará….


No hay comentarios:

Publicar un comentario