Capítulo
8
En la tarde,
Victoria recibe una llamada de Marcos, que había marcado directamente su
extensión en lugar de pedir a la telefonista que le comunicara con ella.
M: ¿Victoria? (preguntó
con voz gruñona). Soy yo, Marcos.
V: Hola, Marcos,
(contestó ella). Pareces cansado.
M: Lautaro me ha
dado una noche espantosa, me despertó tres veces (le relató Marcos). Lo peor no era que quisiera comer a las tres
de la madrugada, sino que sólo aceptaba el biberón si se lo calentaba
previamente. Así que tuve que calentar
agua y medir los biberones de leche varias veces durante la noche, eso sin
contar las manchas de leche cortada que han quedado en mi pijama.
Los labios de
Victoria se curvaron en una sonrisa compasiva. Su compasión por Marcos se aminoró al reconocer
que el hecho de realizar labores tradicionalmente reservadas a la mujer le iría
muy bien a su ego masculino.
V: Marcos, siento
que hayas pasado tan mala noche (solo se limitó a decir).
M: Dado mi
lastimoso estado, es asombroso que todavía pueda pensar en el trabajo (declaró
Marcos). Pero he prometido ocuparme a
fondo del asunto de Barrios, así que más vale que me digas si hemos avanzado
algo o no.
V: El contrato
está en el Departamento de Contabilidad. Ya he hablado por teléfono con las dos compañías
importantes de las que hablamos anoche y les he pedido que me manden folletos
de su gama de productos. Creo que
necesitare tu ayuda para formular un cuestionario sobre requisitos para
clientes potenciales.
M: Yo lo
redactaré (ofreció Marcos). Si Lautaro
se calla durante diez minutos, lo haré. ¿Por qué no vienes esta tarde después
del trabajo? Después de cenar me
enseñarás lo que tienes y yo te enseñare lo mío.
V: ¿Me estás
diciendo obscenidades? (preguntó Victoria, riendo).
M: ¿A qué te
refieres? (contestó Marcos). ¿A lo de la
cena o a lo de enseñarnos nuestras cosas?
V: Ahora que lo
mencionas, lo de la cena también (dijo Victoria y rió con más ganas).
M: Y tú te
quejabas de que no te contaba chistes picantes (dijo Marcos con voz sonriente).
Algún día, cuando estemos de humor, te
contaré un chiste genial sobre una pizza congelada (luego añadió más
serio). No cocinaré esta noche. Compraré algo preparado y después de cenar
estudiaremos lo que hemos hecho, ¿de acuerdo?
Victoria
sospechó que la invitación de Marcos tenía otra finalidad que intercambiar
información de negocios. No estaba
segura de si la verdadera razón era para tratar de seducirla otra vez o para que
le cuide a Lautaro mientras él se reponía un poco de su ajetreada noche. Sin duda, era aquello último. Ningún hombre que hubiera dormido tan poco
como Marcos estaría en condiciones de seducir a nadie.
V: Está bien (accedió
finalmente Victoria). Pero antes me iré
antes a cambiar de ropa a mi apartamento. No confío en ningún bebé cerca de mi ropa de
trabajo.
M: No te culpo (dijo
Marcos). Si cuando llegues no contesto
el timbre, mira por la urbanización. Podría
haber llevado a Lautaro a dar un paseo. Le
gustan los paseos.
V: Bien (dijo
Victoria antes de despedirse de Marcos y colgar el aparato).
A Victoria le gustaba
la idea de que Marcos diera paseos al bebé. Era otra actividad maternal y no podía dejar
de considerar que a Marcos le vendría muy bien realizar tareas maternales. Estaba convencida de que tales faenas le
enriquecerían mucho.
Animada por la
idea de que él adoptaría una actitud crítica ante el trabajo que ella había
realizado aquella tarde, se aplicó con en especial con la tarea de acumular y
seleccionar información sobre los competidores de Barrios y sobre las
condiciones del mercado general. Hacia
las cinco de la tarde estaba agotada, en parte por lo arduo de su trabajo y en
parte a causa de que apenas había dormido la noche anterior, pero estaba
orgullosa de lo que había logrado. Sabía
que Marcos también quedaría impresionado, y esto la complacía aún más. Apenas hacía unos días le habría importado un
rábano lo que Marcos pensara de su trabajo, pero ahora le importaba. Si él la impresionaba con su pericia para
cambiar pañales, ella le impresionarla con su talento financiero.
Salió de la
oficina a las cinco, fue a su apartamento y se puso unos pantalones negros, un
jersey de algodón y una remera para protegerse del frío aire otoñal. Luego, con el portafolio con toda la
información referente a la cuenta Barrios, salió del apartamento y se dirigió a
la urbanización de su colega.
Cuando Victoria
llegó, Marcos estaba en la puerta con el cochecito del bebé. Al verla bajarse de su coche, la saludo con un
movimiento de la mano. Llevaba puestos
unos jeans muy gastados y una sudadera. El
aspecto de su mandíbula indicaba que no se había preocupado de afeitarse y las
ojeras que enmarcaban sus ojos que delataban la noche de insomnio que había
pasado. Pero la sonrisa que iluminó su
cara al verla era sincera. Una vez más
Victoria decidió que le prefería desarreglado.
Victoria desvió
su mirada hacia el bebé. Le pareció que
iba demasiado abrigado. Un gorro cubría
su cabeza y varias mantas protegían su cuerpecito.
V: Estamos en
octubre Marcos (le señaló Victoria, doblando las mantas para que el bebé
pudiera mover las manitas). Lo has
abrigado como si fuera a realizar un viaje al Polo Norte.
Marcos le
dirigió una mirada desdeñosa.
M: Se supone que
se debe vestir a los bebés con un poco más de ropa de la que se pone uno mismo (le
informó).
Ella le miró con
curiosidad, preguntándose dónde habría adquirido aquella información. Luego le quitó el gorro a Lautaro.
V: Sí, pero me
parece que en este caso has exagerado.
M: ¿Desde cuándo
eres experta en estas cuestiones? (pregunto Marcos con todo desdeñoso, dando la
vuelta para entrar en la casa).
V: No hace falta
ser un experto para ver que tiene la cara roja y está sudando a mares (señaló
Victoria).
M: No está
sudando (regañó Marcos, mientras metía la llave en la cerradura y abría la
puerta).
Dejó que
Victoria entrara primero en la casa, luego empujó el cochecito y permaneció en
el umbral.
M: Iré por la
cena. Cuida de Lautaro durante unos
minutos (y antes de que ella pudiera objetar algo, se fue).
Victoria se
quitó la chaqueta, se echó el pelo detrás de las orejas, liberó a Lautaro del
agobio de mantas y suéteres. EI pequeño
lanzó un gritito jubiloso y agarró la nariz de la joven, como para manifestar
su agradecimiento.
V: Ay (se quejó
Victoria). ¡Basta, jovencito! (Lautaro
lanzó otro gritito).
Victoria supuso
que debía revisar su pañal. No porque lo
creyera una obligación, sino porque suponía que sí ella fuera un bebé como Lautaro,
agradecería a cualquier adulto que se dignara a cambiarle el pañal si lo
tuviera mojado.
Llevó al pequeño
hacia la guardería que Marcos habla improvisado en el piso de arriba. Al entrar, notó que el oso de peluche estaba
sentado ahora, muy serio, en la silla del escritorio y que una gran bolsa de
papel marrón estaba en el suelo a un lado del mueble, a medio llenar con
pañales usados. Victoria depositó a Lautaro
sobre a toalla extendida sobre la cubierta del escritorio y buscó un pañal
limpio. Cuando encontró una pila y
extendió una mano hacia ella para coger uno, el bebé lanzó otro grito agudo y
casi se cayó del escritorio al moverse con inquietud. Victoria le sujetó con el antebrazo y emitió
un suspiro de alivio. Cambiarle el pañal
fue más complicado de lo que había imaginado. Por alguna razón, el pequeño no quería estarse
quieto. Victoria emitió algunas maldiciones
y le acusó de tener tendencias suicidas, pero Lautaro no le hizo caso y siguió
pataleando, removiéndose y tratando de agarrarle la nariz.
Otro problema
fue el trajecito que llevaba puesto el bebé. Era de una sola pieza con una docena de
botones. Para dejarle poder cambiarle el
pañal, tuvo que desnudarlo del todo, inmediatamente, el inquieto bebé dio una
patada a la prenda y la tiró al suelo. Cuando
Victoria se inclinó para recogerla, Lautaro estuvo a punto de caerse otra vez
del escritorio. Victoria lanzó una
exclamación de alarma, le sujetó y respiró profundamente para tranquilizarse.
Si Marcos podía
cambiar un pañal, ella también lo haría, decidió. Estaba perdida si no podía igualar a su colega
en el terreno de los pañales.
Consiguió
hacerlo, quien sabe cómo. Después de
diez minutos de intentos y fracasos, el bebé quedó seco y vestido. Victoria estaba casi sin aliento, tenía la
frente sudorosa y la barbilla llena de talco para bebé. Pero había logrado la faena y sintió un profundo
regocijo no muy diferente al que había experimentado cuando recibió, llena de
orgullo, su título profesional. A su
manera, cambiar el pañal de Lautaro era un logro igualmente válido. No tuvo mucho tiempo para recrearse con su
triunfo, porque en el momento en que estaba metiendo el pañal usado en la bolsa
de papel, sonó el teléfono. Vaciló antes
de contestarlo, luego se encogió de hombros y descolgó el auricular.
***Llamada
Telefónica***
V: ¿Dígame?
XXX—¿Está
Marcos? (preguntó una voz femenina).
V: No (informó
Victoria). Pero volverá dentro de unos
minutos, por si quiere volver a llamar.
XXX: No (la
mujer hizo una pausa y luego preguntó), ¿Quién es usted?
Victoria
reprimió el impulso de contestar que ese no era asunto de su incumbencia. Si haber cogido el teléfono iba a causarle a
Marcos problema con una amiguita, bien merecido se lo tenía por dejarla sola en
la casa con Lautaro.
V: Soy una amiga
(.respondió). ¿Quiere que le de algún
recado?
La mujer vaciló
un momento.
C: Está bien. Dígale por favor que Carol ha llamado. Carol, la madre de Lautaro.
Victoria se
enderezó instintivamente
V: Se lo diré
—dijo.
C: Dígale que
las cosas están mejorando (añadió Carol). Ya hemos empezado a hablar y a aclarar las
cosas. Tengo esperanzas. ¿Quiere decírselo a Marcos?
V: Por supuesto (le
aseguró Victoria, aunque no tenía la menor idea de qué estaba hablando Carol).
C: Por Favor, dígale
que le llamaré cuando pueda. ¿Cómo está Lautaro?
V: Bien (dijo
Victoria).
C: ¿Le ha dado
muy mala noche?
Victoria tardó
un momento en comprender las implicaciones de la pregunta de la mujer.
V: No... no he
pasado aquí la noche (mencionó).
“¿Quién es
Caro!?”, (Victoria se preguntó furiosa). “¿Qué era de Marcos? ¿Cómo podía suponer tan tranquila que Victoria
había pasado la noche en su casa?”
C: Ha sido muy
sensato de su parte (comentó Carol). Lautaro
puede ser insoportable de madrugada. Bien,
dele un abrazo ni de mi parte a Marcos y dígale que le llamaré mañana.
V: Bien (Victoria
oyó el ruido del teléfono al ser colgado en el otro lado de línea y luego dejó
el auricular en su sitio).
*** Fin de la
llamada telefónica***
Distraída por
los interrogantes que había suscitado en ella Carol, apenas había advertido que
las manitas del niño cogían un mechón de su pelo para tirar con fuerza. Bajó las escaleras con él en brazos y entró a
la cocina en busca de un biberón. No
sabía cuándo le había dado de comer Marcos por última vez, pero supuso que no sería
mala idea tener un biberón preparado y caliente.
De hecho, el apetito
de Lautaro era voraz. Cuando Marcos
entró en la casa con varios recipientes con comida china en una bolsa, Lautaro
ya se había tomado la mitad del contenido del biberón. La escena de placidez hogareña en su casa hizo
asomar a los labios de Marcos una amplia sonrisa.
Continuará….
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