lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo 5


Capítulo 5

V: Hay otros, por supuesto, pero estos son los más importantes (decía Victoria).  Entre los dos cerca del cincuenta por ciento del mercado, creo que Barrios debería concentrar toda su atención en él.
Marcos revisó las cifras dadas por Victoria acerca de las dos principales compañías competidoras de Barrios Software
M: ¿Crees que sería más seguro tratar de enfrentar a los competidores menores? (sugirió Marcos).
V: ¿Para qué perder tiempo? (replicó su colega).  Barrios Software tiene un producto tan bueno como el de las dos compañías más fuertes.  Creo que podríamos irrumpir fácilmente en su mercado.
Marcos metió en su carpeta la hoja de estadísticas, y se volvió hacia Victoria.

M: Te gusta pensar en grande.
V: Si el cliente puede trabajar en grande, si, así es como yo pienso.

Marcos la miró durante largo rato, con los ojos iluminados por un extraño resplandor.

M: No sabía que eras una jugadora tan arriesgada (comentó con cierto aire de admiración).
V: Hay muchas cosas que no sabes sobre mí, Guerrero

Ambos estaban sentados uno al lado del otro en el sofá de cuero de la sala, saboreando el resto del vino y revisando la información que Victoria había reunido sobre Barrios Software y sus competidores.  Media hora antes, Marcos había dormido al niño mientras Victoria fregaba los platos.  Después de echar el resto del vino en sus copas, se habían retirado a trabajar en la sala.

A pesar del vino, de la tenue iluminación de la sala y la cercanía de Marcos, Victoria no percibía ninguna intención seductora en él.  Sus anteriores comentarios sobre su escasa inclinación a sonreír habían sido menos románticos que críticos, decidió ella.  Según el punto de vista de Marcos, las mujeres debían sonreír automáticamente en su presencia. 

Y en cuanto a la leve carga erótica que había sentido cuando él la había tocado en el hombro y la había mirado a los ojos, al parecer no había sido compartida por Marcos.  Sin duda el sistema nervioso de Victoria estaba un poco alterado.  Marcos era un hombre muy atractivo y ningún hombre, aparte del lujurioso Francisco Barrios, la había tocado o mirado con tanta intensidad desde que ella y Tomás habían dado por terminada su relación hace varios años.  Y desde entonces Victoria se había enfocado solo en su carrera profesional por lo que cualquier relación amorosa había pasado a un segundo plano.  Sin embargo, Marcos era uno de esos hombres que disfrutan de dar demostraciones físicas constantemente a las mujeres.  El que la hubiera tocado a ella no tenía nada de particular.
Aunque no hubiera hecho ningún nuevo intento por tocarla, ella le seguía encontrando turbadoramente atractivo.  Marcos tenía el pelo un poco en desorden y olía a colonia y talco para bebé, una combinación embriagadora que hechizaría a cualquier mujer.
Victoria pensaba que la razón por la cual estaba tan perceptiva a la atractiva presencia de Marcos era su actual situación de soledad por el que estaba atravesando y al mero deseo de una mujer normal por reanudar una vida social.  

Victoria se había recuperado de su ruptura con Tomás y era el momento de empezar a salir otra vez con hombres.  Sin duda, esa era la única razón por la que encontraba excitante la inocente fragancia del talco infantil.

Extendió la mano para coger su vaso de vino y se percató que Marcos la estaba observando
M: Dime algo, entonces…
V: ¿Qué?
M: Háblame de ti.  Acabas de decir que hay mucho que desconozco sobre ti.
V: ¿Por qué quieres que hable de mí?  (Preguntó ella, sonriendo).

Marcos apoyó un brazo en el respaldo del sofá y la observó detenidamente.
M: Quizás porque esta es la primera vez que hemos conseguido ser amables el uno con el otro durante más de dos minutos seguidos (le respondió).  Es mi gran oportunidad.  Si no averiguo algo sobre ti ahora, creo que no lo haré nunca.
V: No sé por qué dices eso, Marcos (aseguró Victoria).  En general esquivo tu presencia y cuando tratas de atacarme es por lo regular a mis espaldas, como por ejemplo excluyéndome de un proyecto interesante o llamando por teléfono a algún compañero del colegio.
M: Ya te he dicho que mi llamada a Barrios no tuvo que ver nada contigo a nivel personal.  No fue un ataque contra ti.
V: ¡Ya! (Victoria se llevó una mano a la garganta y fingió asustarse).  ¿Vas a lanzarte ahora sobre mi cuello?  Si alguien ha sido demasiado exagerado respecto a este asunto, has sido tú.
Su comentario hizo que Marcos hiciera una pausa.  Se recostó contra el respaldo del sofá y la observó con atención.
M: Tienes razón (admitió).  He tenido un día muy duro y creo que estoy cansado (se pasó una mano por el pelo y suspiró).  Has sido sumamente amable conmigo, Victoria, y te lo agradezco de verdad.

Victoria se sintió un poco incómoda por aquella muestra de gratitud.  Sabía que había sido muy amable con Marcos y no entendía la razón.  Un llanto procedente del cuarto de arriba le ahorró cualquier otro comentario.  Marcos soltó una leve protesta y se puso de pie.

M: El deber me llama (gruñó, mientras se dirigía al cuarto).

Victoria también se puso de pie para seguirle.  Quería ver qué clase de guardería había improvisado Marcos y observar en acción su técnica para calmar a un bebé.  Las estanterías llenas de libros de consulta, los archivadores y el escritorio con un ordenador personal denotaban que en circunstancias normales él usaba aquella habitación como oficina.  La mayor parte del escritorio estaba llena de objetos para bebé, pañales desechables, frascos de talco y biberones.  Marcos había colocado la cuna en un rincón de la oficina.  El oso estaba a un lado de la cuna.  Una maleta grande estaba abierta sobre el suelo, revelando su contenido: ropa para bebé, baberos y juguetes.

Marcos se agachó y sacó al bebé de la cuna.  No era la primera vez en ese día que a Victoria le había asombrado la suavidad y el cuidado con el que un hombre tan grande como Marcos sostenía a Lautaro.
M: Bien, jovencito (le dice Marcos al pequeño), ¿Qué te pasa ahora?
La respuesta de Lautaro fue un llanto entrecortado.
M: ¿Tan grave es el problema? (le preguntó Marcos).  

Llevó al bebé hasta el escritorio y le acostó sobre una manta limpia.

M: ¿Tienes hambre?  ¿Sed?  ¿Estás mojado?  ¿Todo junto? (ante el persistente llanto de Lautaro).  Bien.  Dame un indicio. ¿De cuántas sílabas?
V: Revisa su pañal (sugirió Victoria).

Marcos la miró.

M: ¿Por qué no se lo revisas tú?
V: Yo he fregado los platos.

Marcos abrió la toca para replicar algo, pero lo pensó mejor.  Desnudó al bebé y le quitó el pañal, evidentemente mojado.  Victoria observó fascinada como Marcos deslizaba con eficiencia el pañal limpio debajo del bebé, le pasaba una toallita para limpiarlo y luego le sacudía un poco de talco entre las piernas oscilantes del pequeño, lo distribuía con los dedos y luego abrochaba el pañal.

M: ¿Ves? Es muy sencillo (alardeó, dirigiéndose a Victoria).
V: Para alguien con instintos maternales (se burló ella).

Marcos le dirigió otra mirada rápida y sonrió también.

M: Si el mundo se entera de esto, mi reputación quedará completamente destrozada.
V: Yo por el contrario creo que tu reputación mejoraría (apuntó Victoria seriamente).

Marcos se incorporó y se limpió la mano en el muslo, dejando una mancha blanca sobre el jean.  Estaba a punto de preguntar a Victoria qué había querido decir, pero los lamentos de Lautaro se lo impidieron.  Se colocó un pañito sobre el hombro y cogió al bebé.

M: Victoria, ¿Conoces alguna canción de cuna, por casualidad? (le preguntó).  ¿O eso es algo que tampoco te enseñó tu madre?
V: Conozco algunas canciones de taberna —ofreció Victoria.
M: ¿Tu madre te enseñó canciones de taberna?
Victoria soltó una carcajada.
V: La verdad es que mi madre no es la única persona que me ha enseñado cosas, Marcos.  Quizás Lautaro se calla si dejas una pequeña luz encendida (sugirió).  Tal vez tenga miedo a la oscuridad.  ¿Tienes alguna lámpara de baja intensidad o algo parecido?

Marcos movió la cabeza.
Victoria recorrió la habitación con la mirada.

V: ¿Y si dejamos encendida la luz del pasillo? (sugirió).  Puedes dejar la puerta entreabierta  y así entrara algo de luz en la habitación.  Quizás sea eso es lo que quiere y deje de llorar.

M: Bien, podemos intentarlo (asintió Marcos).  

El llanto de Lautaro aumentó cuando Marcos lo dejó con cuidado en la cuna, pero al salir del cuarto, dejaron la puerta entreabierta para que entrara un poco de luz, el bebé se calmó.  Marcos y Victoria permanecieron en el pasillo un momento, para asegurarse de que Lautaro se había quedado dormido.

M: Has tenido una buena idea (murmuró Marcos, dirigiéndose hacia las escaleras).  ¿Cómo se te ocurrió?
V: Yo también tenía miedo a la oscuridad cuando era niña.  Dormía con una luz tenue hasta los diez años de edad.
M: ¿De verdad? (Marcos pareció sorprendido y conmovido por la revelación.  No había la menor burla en su voz cuando pregunto).  ¿Por qué?  ¿A qué le tenías miedo?
V: No estoy segura (contestó ella con voz suave—).  De lo que tienen miedo los niños por lo regular, supongo.  De la soledad, de lo desconocido… no sé.
M: ¿Todavía le tienes miedo a la oscuridad? (preguntó Marcos con tono suave).  ¿A la soledad?
Victoria sonrió.
V: Por supuesto que no.  Estar solo cuando eres adulto es a veces algo deseable.  ¿No crees?
M: Por el momento no me molestada estar solo (dijo Marcos, dirigiendo una significativa mirada a la guardería improvisada).

Victoria decidió utilizar su comentario como excusa para decir:

V: Bien, Guerrero, entonces te haré un favor dejándote solo.  No creo que quieras organizar toda la estrategia para Barrios Software esta noche, ¿verdad?.

Marcos meditó un momento y luego se dirigió hacia el sofá.  Observó los dos vasos de vino vacíos y frunció un poco el ceño.  Marcos la miró durante un momento, luego volvió a mirar los vasos.

M: Creo que será mejor que prepare un poco de café (dijo al fin).

Su voz tenía un tono definitivo y Victoria no quiso molestarse en rechazar su ofrecimiento.  Después de todo, no le vendría mal una taza de café caliente antes de salir.

V: Espero que sepas hacer café (comentó, mientras le seguía a la cocina).
M: Sí, instantáneo (dijo Marcos, llenando de agua un recipiente).
V: ¿instantáneo?  ¡Vamos!  Ni siquiera yo soy tan inepta.
M: Entonces prepáralo tú (decidió Marcos en el acto).  Allí está la cafetera y tengo por aquí unos filtros (localizó los filtros en el fondo de un cajón y se los entregó.  Al notar el ceño reprobador de la joven, soltó una risita divertida).  Este no es un truco, Victoria.  Es verdad que preparo el café más espantoso que te puedas imaginar.
V: ¿Qué tomas cuando no hay ninguna tonta que te prepare el café? (preguntó ella con tono gruñón mientras aceptaba la lata de café que él le ofrecía).
M: Café instantáneo.
La observó con atención mientras ella colocaba el filtro en la cafetera y luego sacaba el café de a lata.
V: Es muy sencillo hacer café en una de estas cafeteras eléctricas.  Es tan simple como., como...
M: ¿Cómo cambiar el pañal a un bebé? (continuó Marcos con una sonrisa juguetona).
V: Más fácil (Victoria colocó el filtro en su sitio y comenzó a medir el agua).  En la oficina tenemos una de estas cafeteras.  ¿Nunca preparas café cuando encuentras vacía la cafetera?
M: Por supuesto que no (respondió Marcos).  Eso es asunto de las secretarias.
V: Debía haber supuesto que ibas a decir eso (masculló Victoria).

La abierta risa de Marcos la hizo esbozar una sonrisa.

M: Me gusta que sonrías, Victoria (murmuró).

Definitivamente debía haber rechazado el café, pensó ella, presa de una súbita oleada de pánico.  Aunque no podía asegurar que hubiera nada especialmente seductor en la conducta de Marcos, le resultaba imposible dejar de sentir cierta inquietud por el tono acariciador de su voz y la intensidad de su mirada.  Desde que él había tratado de limpiarle la camisa en la oficina, había reaccionado de forma extraña ante él, y esto no le gustaba en lo más mínimo.  Se sentía más tranquila odiándole, o si no odiándole, aborreciéndole... o sintiendo antipatía por él.

M: Y otra cosa, ya que hablamos del tema (continúo él, avanzando un paso hacia Victoria).  Deberías dejarte crecer el pelo.  Estabas preciosa cuando lo tenías largo.
V: Por eso es por lo que me lo cortó (dijo ella con una risa nerviosa).  Quería estar menos bonita.
M: ¿Por qué?
V: Por razones puramente profesionales, es decir, para que la gente me tome más en serio como asesora financiera.  Es obvio que esa táctica no siempre funciona (añadió con Ironía, encontrándose con la mirada de Marcos).
M: Dios no permita que alguien te tome en serio como mujer, ¿verdad? (dijo él, acercándose más a ella).
Victoria buscó apoyó en la mesa, sintiéndose inexplicablemente acorralada.  Victoria deseaba no percibir el seductor olor del talco infantil en él; deseaba que él retrocediera y le dejara un poco de espacio.
V: No creo que mi género tenga nada que ver con el asunto, murmuro.
M: No (declaró él, con voz sedosa).  Incluso con el pelo corto eres una mujer, y muy hermosa, además.  Sí me permites decirlo, el hecho de cortarte el pelo no te ha quitado la belleza. 

Como en un trance, Victoria le vio alzar la mano hacia su cabeza, le apartó con suavidad un mechón de la frente y luego trazó la delicada curva del lóbulo de su oreja.  Un estremecimiento recorrió su espina dorsal.  Cerró los ojos, incapaz ya de mirarle a la cara.

V: No me hagas esto, Marcos (susurro).

La mano de Marcos se posó en su garganta.

M: Tienes miedo de mí, ¿verdad, Victoria?
V: No tiene nada que ver con el miedo (protestó ella, abriendo otra vez los ojos para posarlos en el cuello desabrochado de la camisa masculina).  Pareces olvidar que no me caes muy bien.

Marcos ignoró sus palabras.

M: No soy la oscuridad, Victoria (murmuró).  No estás sola (deslizó los brazos por su cintura y la apartó de la mesa para atraerla hacia él.  Le rozó la frente con los labios).  No temas.

Victoria supo que su boca iba a encontrarse con la suya un segundo antes de que sucediera.  Lo supo porque ella esperaba anhelante aquel beso.  Victoria echó atrás la cabeza y sus bocas se fundieron en un beso lleno de sensualidad.

Victoria ya había sido besada por Marcos y, a pesar de que ya habían pasado cuatro años nunca había olvidado el poder avasallador que había ejercido sobre ella.  Igual que en aquella lejana ocasión, todo su cuerpo respondió al beso, los músculos de sus muslos y su vientre se pusieron tensos, su pulso se aceleró y su garganta se contrajo en un gemido ahogado.  Deslizó las manos entre sus cuerpos y las presionó contra el torso masculino con la vaga idea de apartarle de ella.  Su palma de inmediato detectó el agitado palpitar del corazón de Marcos bajo la tela de la camisa y la joven descartó la posibilidad de zafarse del abrazo.  La idea de que él pudiera estar tan excitado como ella por el beso, la incitó aún más y terminó por ceñirse con más fuerza contra él.


Continuará…



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