Capítulo
5
V: Hay otros,
por supuesto, pero estos son los más importantes (decía Victoria). Entre los dos cerca del cincuenta por ciento
del mercado, creo que Barrios debería concentrar toda su atención en él.
Marcos revisó
las cifras dadas por Victoria acerca de las dos principales compañías
competidoras de Barrios Software
M: ¿Crees que sería
más seguro tratar de enfrentar a los competidores menores? (sugirió Marcos).
V: ¿Para qué
perder tiempo? (replicó su colega). Barrios
Software tiene un producto tan bueno como el de las dos compañías más fuertes. Creo que podríamos irrumpir fácilmente en su
mercado.
Marcos metió en
su carpeta la hoja de estadísticas, y se volvió hacia Victoria.
M: Te gusta
pensar en grande.
V: Si el cliente
puede trabajar en grande, si, así es como yo pienso.
Marcos la miró
durante largo rato, con los ojos iluminados por un extraño resplandor.
M: No sabía que
eras una jugadora tan arriesgada (comentó con cierto aire de admiración).
V: Hay muchas
cosas que no sabes sobre mí, Guerrero
Ambos estaban
sentados uno al lado del otro en el sofá de cuero de la sala, saboreando el
resto del vino y revisando la información que Victoria había reunido sobre Barrios
Software y sus competidores. Media hora
antes, Marcos había dormido al niño mientras Victoria fregaba los platos. Después de echar el resto del vino en sus copas,
se habían retirado a trabajar en la sala.
A pesar del
vino, de la tenue iluminación de la sala y la cercanía de Marcos, Victoria no
percibía ninguna intención seductora en él. Sus anteriores comentarios sobre su escasa inclinación
a sonreír habían sido menos románticos que críticos, decidió ella. Según el punto de vista de Marcos, las mujeres
debían sonreír automáticamente en su presencia.
Y en cuanto a la
leve carga erótica que había sentido cuando él la había tocado en el hombro y
la había mirado a los ojos, al parecer no había sido compartida por Marcos. Sin duda el sistema nervioso de Victoria
estaba un poco alterado. Marcos era un
hombre muy atractivo y ningún hombre, aparte del lujurioso Francisco Barrios,
la había tocado o mirado con tanta intensidad desde que ella y Tomás habían
dado por terminada su relación hace varios años. Y desde entonces Victoria se había enfocado
solo en su carrera profesional por lo que cualquier relación amorosa había
pasado a un segundo plano. Sin embargo, Marcos
era uno de esos hombres que disfrutan de dar demostraciones físicas constantemente
a las mujeres. El que la hubiera tocado
a ella no tenía nada de particular.
Aunque no
hubiera hecho ningún nuevo intento por tocarla, ella le seguía encontrando
turbadoramente atractivo. Marcos tenía
el pelo un poco en desorden y olía a colonia y talco para bebé, una combinación
embriagadora que hechizaría a cualquier mujer.
Victoria pensaba
que la razón por la cual estaba tan perceptiva a la atractiva presencia de
Marcos era su actual situación de soledad por el que estaba atravesando y al mero
deseo de una mujer normal por reanudar una vida social.
Victoria se
había recuperado de su ruptura con Tomás y era el momento de empezar a salir
otra vez con hombres. Sin duda, esa era
la única razón por la que encontraba excitante la inocente fragancia del talco
infantil.
Extendió la mano
para coger su vaso de vino y se percató que Marcos la estaba observando
M: Dime algo,
entonces…
V: ¿Qué?
M: Háblame de
ti. Acabas de decir que hay mucho que
desconozco sobre ti.
V: ¿Por qué
quieres que hable de mí? (Preguntó ella,
sonriendo).
Marcos apoyó un
brazo en el respaldo del sofá y la observó detenidamente.
M: Quizás porque
esta es la primera vez que hemos conseguido ser amables el uno con el otro durante
más de dos minutos seguidos (le respondió). Es mi gran oportunidad. Si no averiguo algo sobre ti ahora, creo que
no lo haré nunca.
V: No sé por qué
dices eso, Marcos (aseguró Victoria). En
general esquivo tu presencia y cuando tratas de atacarme es por lo regular a
mis espaldas, como por ejemplo excluyéndome de un proyecto interesante o
llamando por teléfono a algún compañero del colegio.
M: Ya te he
dicho que mi llamada a Barrios no tuvo que ver nada contigo a nivel personal. No fue un ataque contra ti.
V: ¡Ya! (Victoria
se llevó una mano a la garganta y fingió asustarse). ¿Vas a lanzarte ahora sobre mi cuello? Si alguien ha sido demasiado exagerado
respecto a este asunto, has sido tú.
Su comentario
hizo que Marcos hiciera una pausa. Se
recostó contra el respaldo del sofá y la observó con atención.
M: Tienes razón (admitió).
He tenido un día muy duro y creo que
estoy cansado (se pasó una mano por el pelo y suspiró). Has sido sumamente amable conmigo, Victoria, y
te lo agradezco de verdad.
Victoria se
sintió un poco incómoda por aquella muestra de gratitud. Sabía que había sido muy amable con Marcos y
no entendía la razón. Un llanto procedente
del cuarto de arriba le ahorró cualquier otro comentario. Marcos soltó una leve protesta y se puso de
pie.
M: El deber me
llama (gruñó, mientras se dirigía al cuarto).
Victoria también
se puso de pie para seguirle. Quería ver
qué clase de guardería había improvisado Marcos y observar en acción su técnica
para calmar a un bebé. Las estanterías
llenas de libros de consulta, los archivadores y el escritorio con un ordenador
personal denotaban que en circunstancias normales él usaba aquella habitación
como oficina. La mayor parte del
escritorio estaba llena de objetos para bebé, pañales desechables, frascos de
talco y biberones. Marcos había colocado
la cuna en un rincón de la oficina. El
oso estaba a un lado de la cuna. Una
maleta grande estaba abierta sobre el suelo, revelando su contenido: ropa para
bebé, baberos y juguetes.
Marcos se agachó
y sacó al bebé de la cuna. No era la primera
vez en ese día que a Victoria le había asombrado la suavidad y el cuidado con
el que un hombre tan grande como Marcos sostenía a Lautaro.
M: Bien,
jovencito (le dice Marcos al pequeño), ¿Qué te pasa ahora?
La respuesta de Lautaro
fue un llanto entrecortado.
M: ¿Tan grave es
el problema? (le preguntó Marcos).
Llevó al bebé
hasta el escritorio y le acostó sobre una manta limpia.
M: ¿Tienes
hambre? ¿Sed? ¿Estás mojado? ¿Todo junto? (ante el persistente llanto de Lautaro). Bien. Dame
un indicio. ¿De cuántas sílabas?
V: Revisa su
pañal (sugirió Victoria).
Marcos la miró.
M: ¿Por qué no
se lo revisas tú?
V: Yo he fregado
los platos.
Marcos abrió la
toca para replicar algo, pero lo pensó mejor. Desnudó al bebé y le quitó el pañal,
evidentemente mojado. Victoria observó
fascinada como Marcos deslizaba con eficiencia el pañal limpio debajo del bebé,
le pasaba una toallita para limpiarlo y luego le sacudía un poco de talco entre
las piernas oscilantes del pequeño, lo distribuía con los dedos y luego
abrochaba el pañal.
M: ¿Ves? Es muy
sencillo (alardeó, dirigiéndose a Victoria).
V: Para alguien
con instintos maternales (se burló ella).
Marcos le
dirigió otra mirada rápida y sonrió también.
M: Si el mundo
se entera de esto, mi reputación quedará completamente destrozada.
V: Yo por el
contrario creo que tu reputación mejoraría (apuntó Victoria seriamente).
Marcos se
incorporó y se limpió la mano en el muslo, dejando una mancha blanca sobre el jean.
Estaba a punto de preguntar a Victoria
qué había querido decir, pero los lamentos de Lautaro se lo impidieron. Se colocó un pañito sobre el hombro y cogió al
bebé.
M: Victoria, ¿Conoces
alguna canción de cuna, por casualidad? (le preguntó). ¿O eso es algo que tampoco te enseñó tu madre?
V: Conozco
algunas canciones de taberna —ofreció Victoria.
M: ¿Tu madre te
enseñó canciones de taberna?
Victoria soltó
una carcajada.
V: La verdad es
que mi madre no es la única persona que me ha enseñado cosas, Marcos. Quizás Lautaro se calla si dejas una pequeña luz
encendida (sugirió). Tal vez tenga miedo
a la oscuridad. ¿Tienes alguna lámpara
de baja intensidad o algo parecido?
Marcos movió la
cabeza.
Victoria
recorrió la habitación con la mirada.
V: ¿Y si dejamos
encendida la luz del pasillo? (sugirió). Puedes dejar la puerta entreabierta y así entrara algo de luz en la habitación. Quizás sea eso es lo que quiere y deje de
llorar.
M: Bien, podemos
intentarlo (asintió Marcos).
El llanto de Lautaro
aumentó cuando Marcos lo dejó con cuidado en la cuna, pero al salir del cuarto,
dejaron la puerta entreabierta para que entrara un poco de luz, el bebé se
calmó. Marcos y Victoria permanecieron
en el pasillo un momento, para asegurarse de que Lautaro se había quedado
dormido.
M: Has tenido
una buena idea (murmuró Marcos, dirigiéndose hacia las escaleras). ¿Cómo se te ocurrió?
V: Yo también
tenía miedo a la oscuridad cuando era niña. Dormía con una luz tenue hasta los diez años
de edad.
M: ¿De verdad? (Marcos
pareció sorprendido y conmovido por la revelación. No había la menor burla en su voz cuando
pregunto). ¿Por qué? ¿A qué le tenías miedo?
V: No estoy
segura (contestó ella con voz suave—). De
lo que tienen miedo los niños por lo regular, supongo. De la soledad, de lo desconocido… no sé.
M: ¿Todavía le
tienes miedo a la oscuridad? (preguntó Marcos con tono suave). ¿A la soledad?
Victoria sonrió.
V: Por supuesto
que no. Estar solo cuando eres adulto es
a veces algo deseable. ¿No crees?
M: Por el
momento no me molestada estar solo (dijo Marcos, dirigiendo una significativa
mirada a la guardería improvisada).
Victoria decidió
utilizar su comentario como excusa para decir:
V: Bien,
Guerrero, entonces te haré un favor dejándote solo. No creo que quieras organizar toda la
estrategia para Barrios Software esta noche, ¿verdad?.
Marcos meditó un
momento y luego se dirigió hacia el sofá. Observó los dos vasos de vino vacíos y frunció
un poco el ceño. Marcos la miró durante
un momento, luego volvió a mirar los vasos.
M: Creo que será
mejor que prepare un poco de café (dijo al fin).
Su voz tenía un
tono definitivo y Victoria no quiso molestarse en rechazar su ofrecimiento. Después de todo, no le vendría mal una taza de
café caliente antes de salir.
V: Espero que
sepas hacer café (comentó, mientras le seguía a la cocina).
M: Sí,
instantáneo (dijo Marcos, llenando de agua un recipiente).
V: ¿instantáneo?
¡Vamos! Ni siquiera yo soy tan inepta.
M: Entonces
prepáralo tú (decidió Marcos en el acto). Allí está la cafetera y tengo por aquí unos
filtros (localizó los filtros en el fondo de un cajón y se los entregó. Al notar el ceño reprobador de la joven, soltó
una risita divertida). Este no es un
truco, Victoria. Es verdad que preparo
el café más espantoso que te puedas imaginar.
V: ¿Qué tomas
cuando no hay ninguna tonta que te prepare el café? (preguntó ella con tono
gruñón mientras aceptaba la lata de café que él le ofrecía).
M: Café
instantáneo.
La observó con
atención mientras ella colocaba el filtro en la cafetera y luego sacaba el café
de a lata.
V: Es muy
sencillo hacer café en una de estas cafeteras eléctricas. Es tan simple como., como...
M: ¿Cómo cambiar
el pañal a un bebé? (continuó Marcos con una sonrisa juguetona).
V: Más fácil (Victoria
colocó el filtro en su sitio y comenzó a medir el agua). En la oficina tenemos una de estas cafeteras. ¿Nunca preparas café cuando encuentras vacía
la cafetera?
M: Por supuesto
que no (respondió Marcos). Eso es asunto
de las secretarias.
V: Debía haber
supuesto que ibas a decir eso (masculló Victoria).
La abierta risa
de Marcos la hizo esbozar una sonrisa.
M: Me gusta que
sonrías, Victoria (murmuró).
Definitivamente
debía haber rechazado el café, pensó ella, presa de una súbita oleada de
pánico. Aunque no podía asegurar que hubiera
nada especialmente seductor en la conducta de Marcos, le resultaba imposible
dejar de sentir cierta inquietud por el tono acariciador de su voz y la
intensidad de su mirada. Desde que él
había tratado de limpiarle la camisa en la oficina, había reaccionado de forma
extraña ante él, y esto no le gustaba en lo más mínimo. Se sentía más tranquila odiándole, o si no
odiándole, aborreciéndole... o sintiendo antipatía por él.
M: Y otra cosa,
ya que hablamos del tema (continúo él, avanzando un paso hacia Victoria). Deberías dejarte crecer el pelo. Estabas preciosa cuando lo tenías largo.
V: Por eso es
por lo que me lo cortó (dijo ella con una risa nerviosa). Quería estar menos bonita.
M: ¿Por qué?
V: Por razones
puramente profesionales, es decir, para que la gente me tome más en serio como
asesora financiera. Es obvio que esa
táctica no siempre funciona (añadió con Ironía, encontrándose con la mirada de Marcos).
M: Dios no
permita que alguien te tome en serio como mujer, ¿verdad? (dijo él, acercándose
más a ella).
Victoria buscó
apoyó en la mesa, sintiéndose inexplicablemente acorralada. Victoria deseaba no percibir el seductor olor
del talco infantil en él; deseaba que él retrocediera y le dejara un poco de
espacio.
V: No creo que
mi género tenga nada que ver con el asunto, murmuro.
M: No (declaró
él, con voz sedosa). Incluso con el pelo
corto eres una mujer, y muy hermosa, además. Sí me permites decirlo, el hecho de cortarte
el pelo no te ha quitado la belleza.
Como en un
trance, Victoria le vio alzar la mano hacia su cabeza, le apartó con suavidad
un mechón de la frente y luego trazó la delicada curva del lóbulo de su oreja. Un estremecimiento recorrió su espina dorsal. Cerró los ojos, incapaz ya de mirarle a la
cara.
V: No me hagas
esto, Marcos (susurro).
La mano de
Marcos se posó en su garganta.
M: Tienes miedo
de mí, ¿verdad, Victoria?
V: No tiene nada
que ver con el miedo (protestó ella, abriendo otra vez los ojos para posarlos
en el cuello desabrochado de la camisa masculina). Pareces olvidar que no me caes muy bien.
Marcos ignoró
sus palabras.
M: No soy la
oscuridad, Victoria (murmuró). No estás
sola (deslizó los brazos por su cintura y la apartó de la mesa para atraerla
hacia él. Le rozó la frente con los
labios). No temas.
Victoria supo
que su boca iba a encontrarse con la suya un segundo antes de que sucediera. Lo supo porque ella esperaba anhelante aquel
beso. Victoria echó atrás la cabeza y
sus bocas se fundieron en un beso lleno de sensualidad.
Victoria ya
había sido besada por Marcos y, a pesar de que ya habían pasado cuatro años
nunca había olvidado el poder avasallador que había ejercido sobre ella. Igual que en aquella lejana ocasión, todo su
cuerpo respondió al beso, los músculos de sus muslos y su vientre se pusieron
tensos, su pulso se aceleró y su garganta se contrajo en un gemido ahogado. Deslizó las manos entre sus cuerpos y las
presionó contra el torso masculino con la vaga idea de apartarle de ella. Su palma de inmediato detectó el agitado
palpitar del corazón de Marcos bajo la tela de la camisa y la joven descartó la
posibilidad de zafarse del abrazo. La
idea de que él pudiera estar tan excitado como ella por el beso, la incitó aún
más y terminó por ceñirse con más fuerza contra él.
Continuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario