martes, 28 de enero de 2014

Capítulo 11


Capítulo 11

Por alguna razón Victoria había supuesto que lo sucedido entre Marcos y ella la noche anterior era de una naturaleza completamente diferente.  No había estado flirteando con ella entonces; no había percibido nada frívolo ni superficial en su acercamiento.  Su beso había sido algo muy serio, casi solemne.

Pero no estaba dispuesta a hablar de ello esa noche… ni nunca.  Tenía la esperanza de que si apartaba el incidente de su cabeza, conseguiría olvidarse de ello a la larga.  Sin embargo, era una suposición ridícula, decidió.  Si después de cuatro años aún no había olvidado aquel beso.  ¿Cómo podía esperar olvidar un beso de hacía solo veinticuatro horas?
Ahora que Marcos había sacado a la luz el asunto, estaba presente entre ellos como una entidad tangible.

V: ¿Por qué no fingimos simplemente que ese beso nunca existió? (sugirió ella, irritada por el leve temblor de su voz).
M: Porque no quiero olvidarlo (declaró Marcos.  Se acercó a ella en el sofá y le cogió una mano.  Observó los largos dedos de la mano de Victoria).  Te confieso que me gustaría besarte otra vez.  Me gustaría besarte de tal manera que nunca trataras de huir de mí.  Dime cómo debo hacerlo, Victoria.  Dime qué debo hacer para no asustarte.

Ella se rio nerviosamente.

V: Podrías dejar de hablar de ese modo (sugirió Victoria, tratando de ignorar la corriente de sensualidad que corría por su mano y se filtraba por todo su cuerpo).
M: ¿Es porque trabajamos juntos? (preguntó él, sin dejar de acariciarle la mano).  ¿Es porque he salido con algunas de las chicas de la compañía?  ¿Es eso lo que te molesta?
V: Ya sabes lo que me molesta (mantuvo Victoria, tratando infructuosamente de apartar la mano.  La hipnótica caricia le gus­taba demasiado y la mantenía hechizada).  No me gusta tu opinión sobre las mujeres.  Más bien, no me gusta tu actitud hacía las mujeres.
M: Amo a las mujeres (aseguró él).  Las respeto.  Tienen sus debilidades y sus aciertos, como los hombres, pero no las considero inferiores.
V: No las tratas como iguales (dijo Victoria con un leve temblor en la voz cuando el pulgar de su interlocutor le acaricio con suavi­dad la sensible piel de la muñeca).
M: No, no las trato como iguales (aceptó él).  Trató a los hombres como hombres y a las mujeres como mujeres (alzó la mano de la joven hasta su boca y le besó la palma.  Ella suspiro involuntariamente, para luego lograr poner distancia entre ellos.
V: Por favor, basta, Marcos (murmuró).
M: ¿Por qué? (pregunto él, aunque no intentó volver a atrapar la mano de la joven).  Tú también me deseas, Victoria, puedo sentirlo.  No me odias.  En realidad, te gusto.  De modo que dime qué es lo que se interpone en mi camino.
V: Quizá tu ego machista (sugirió Victoria).

Marcos ignoró el ataque.

M: ¿Es que tienes una mala opinión de los hombres en general? (preguntó).  ¿Acaso te ha roto Tomás el corazón?
V: No (respondió Victoria con sinceridad, todavía asombrada de que Marcos hubiera hecho tanto caso a los chismes de la oficina sobre su vida sentimental).

La realidad era que Tomás no le había causado la menor desazón.  Lo único que había sucedido era que su relación había llegado a un punto muerto y había empezado a estancarse.  Las flores que él le enviaba empezaban a tener más vida que los sentimientos que debían expresar. Su relación se había ido marchitando, simplemen­te, sin dramatismos ni dolor.

Cuando Tomás y ella decidieron separarse, Victoria llegó a sos­pechar que ella era más culpable que él del fracaso de su romance.  Habían estado juntos mucho tiempo, pero ella no había permitido que su relación avanzara hacia el siguiente paso natural: el matri­monio.   Estaba siguiendo con diligencia el plan que se había trazado y de acuerdo con ese programa no había todavía lugar para el matrimonio, ni para la maternidad.  Ya habría tiempo para eso más tarde.  No estaba preparada para una relación permanente, de ma­nera que Tomás y ella se habían separado sin asperezas.

Pero ninguna de las razones anteriores explicaba su resistencia a Marcos.  No creía que él buscara algo permanente con ella.  Estaba segura de que lo que le motivaba era el afán de reanudar una aventura iniciada cuatro años antes y que se había deformado en una leve hostilidad.

V: Has tratado de sabotear mi trabajo (se defendió ella, más bien para convencerse asi misma que al propio Marcos).

Marcos hizo un gesto de impaciencia.

M: No he hecho nada semejante (protestó).  He hecho reco­mendaciones.  Sugerí que te quitaran de un proyecto para que pudieras trabajar en otro.  Además, mi palabra no es ley en la compañía, no tomo decisiones unilaterales.
V: Me consideras demasiado emocional (señaló Victoria).  Piensas que me tomo las cosas demasiado personalmente...
M: Es verdad (dijo sin rodeos).  

Marcos deslizó el brazo por el res­paldo del sofá y su mano se apoyó sobre el hombro de Victoria.

M: De modo que, te suplico que seas demasiado emocional conmigo, Victoria (su voz se hizo seductoramente sedosa).  Tómame personalmente.  Canaliza toda esa feminidad contenida en algo que valga la pena.

Entonces Marcos la estrechó en sus brazos, con lentitud y delicadeza, dándole oportunidad de resistirse.  Ella no se resistió, pero tampoco se rindió del todo.  Se acurrucó en su pecho y posó la mejilla en su hombro.  Marcos la rodeó con los brazos y la abrazó estrechamente
Lo sintió tan fuerte, tan firme y protector...   Esa noche no olía a talco infantil sino a jabón.  Ella prefería aquel olor a limpio que el aroma a colonia o loción, cerrando los ojos, aspiró profundamen­te.

No le tenía miedo, tampoco pensaría en él como el Juan Tenorio de la empresa.  No con su actual aspecto, con sus pantalones gastados y su sudadera.  Los dos días anteriores le había visto bajo una luz diferente.  Ya no era el arrogante y poderoso asesor de los hoyuelos seductores.  Más bien, era alguien que se preocupaba por un bebé y por su hermana atolondrada, alguien que luchaba por satisfacer las necesidades de sus seres queridos.  Era un hombre que podía mostrarse vulnerable ante Victoria, que podía compartir con ella su carga.

Y era alguien lo bastante interesado por ella como para averiguar todo lo posible sobre su ex-novio.  A pesar de su indiferencia hacia ella en la oficina, a pesar de su arrogancia, se interesaba por ella.

Victoria abrigó una fugaz esperanza de que su interés proviniera de algo más que la resistencia que le había puesto.  La noche anterior le había acusado de haberla tratado de seducir con el único propósito de poder completar su lista de mujeres conquistadas en la compañía.  Pero no lo creía realmente.  Ahora se sentía más inclinada a creer que su reputación era un poco exagerada, como él había dado a entender.  Era compren­sible que se construyeran mitos sobre un hombre tan atractivo como Marcos.

En este momento no parecía mítico.  Parecía muy humano en todos los sentidos.   Acurrucada contra él, Victoria sintió una extraña sensación de paz.  No quería ser besada, pero tampoco quería que la dejara de abrazar.  En ese momento, protegida por el dulce asilo de sus brazos, casi creía que nunca volvería a dejar encendida la luz del pasillo.
Sintió los labios de Marcos le rozaban su frente.

M: Te he deseado desde aquel primer día, Victoria (confesó él en un susurro).  Desde que te conocí (le acarició el brazo del codo hasta el hombro).
V: Pues tienes una forma muy curiosa de demostrarlo (mur­muró ella).
M: Si hubiera conocido tus gustos, te habría encerrado conmigo en la bodega para contarte mi repertorio completo de chistes (bromeó Marcos).  Te habría atiborrado de café auténtico hasta que te arrancaras las ropas, suplicándome que te hiciera mía.
V: ¡Ni en sueños! (dijo Victoria, entre risas).

Marcos calló por un momento.

M: ¿Podrías al menos admitir que no me odias? (preguntó por fin).
V: Lo admití ayer.
M: Avanza un poco más (suplicó él).  Dime que te gusto.  Victoria suspiró y cerró los ojos otra vez.  La rítmica caricia en su brazo estaba ejerciendo un efecto hipnótico en ella; sintió el deseo de ronronear, dormirse en sus brazos.
V: Me gustas, Marcos (confesó en un susurro).
M: Dime que me deseas (murmuró Marcos, rozándole la frente en los labios y posando una mano en su barbilla para alzarle la cara hacia él).
V: Esta noche no (dijo ella, tratando de sujetarle la mano).

Él la miró.

M: ¿No me lo quieres decir esta noche, o no me deseas esta noche?

Otra vez vio un brillante anhelo en sus ojos.  Tímidamente alzó la mano y pasó los dedos por su áspera mejilla debido a la barba a medio crecer.

V: Me gustas, Marcos (repitió la joven en voz baja).  Y... te deseo (bajó la mirada y sintió que el rubor encendía sus mejillas).  

Continuará….

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