Capítulo
11
Por alguna razón
Victoria había supuesto que lo sucedido entre Marcos y ella la noche anterior
era de una naturaleza completamente diferente. No había estado flirteando con ella entonces;
no había percibido nada frívolo ni superficial en su acercamiento. Su beso había sido algo muy serio, casi
solemne.
Pero no estaba
dispuesta a hablar de ello esa noche… ni nunca. Tenía la esperanza de que si apartaba el
incidente de su cabeza, conseguiría olvidarse de ello a la larga. Sin embargo, era una suposición ridícula,
decidió. Si después de cuatro años aún
no había olvidado aquel beso. ¿Cómo
podía esperar olvidar un beso de hacía solo veinticuatro horas?
Ahora que Marcos
había sacado a la luz el asunto, estaba presente entre ellos como una entidad
tangible.
V: ¿Por qué no
fingimos simplemente que ese beso nunca existió? (sugirió ella, irritada por el
leve temblor de su voz).
M: Porque no
quiero olvidarlo (declaró Marcos. Se
acercó a ella en el sofá y le cogió una mano. Observó los largos dedos de la mano de Victoria).
Te confieso que me gustaría besarte otra
vez. Me gustaría besarte de tal manera
que nunca trataras de huir de mí. Dime
cómo debo hacerlo, Victoria. Dime qué
debo hacer para no asustarte.
Ella se rio nerviosamente.
V: Podrías dejar
de hablar de ese modo (sugirió Victoria, tratando de ignorar la corriente de
sensualidad que corría por su mano y se filtraba por todo su cuerpo).
M: ¿Es porque
trabajamos juntos? (preguntó él, sin dejar de acariciarle la mano). ¿Es porque he salido con algunas de las chicas
de la compañía? ¿Es eso lo que te
molesta?
V: Ya sabes lo
que me molesta (mantuvo Victoria, tratando infructuosamente de apartar la mano.
La hipnótica caricia le gustaba
demasiado y la mantenía hechizada). No
me gusta tu opinión sobre las mujeres. Más bien, no me gusta tu actitud hacía las
mujeres.
M: Amo a las
mujeres (aseguró él). Las respeto. Tienen sus debilidades y sus aciertos, como
los hombres, pero no las considero inferiores.
V: No las tratas
como iguales (dijo Victoria con un leve temblor en la voz cuando el pulgar de
su interlocutor le acaricio con suavidad la sensible piel de la muñeca).
M: No, no las
trato como iguales (aceptó él). Trató a
los hombres como hombres y a las mujeres como mujeres (alzó la mano de la joven
hasta su boca y le besó la palma. Ella
suspiro involuntariamente, para luego lograr poner distancia entre ellos.
V: Por favor,
basta, Marcos (murmuró).
M: ¿Por qué? (pregunto
él, aunque no intentó volver a atrapar la mano de la joven). Tú también me deseas, Victoria, puedo
sentirlo. No me odias. En realidad, te gusto. De modo que dime qué es lo que se interpone en
mi camino.
V: Quizá tu ego
machista (sugirió Victoria).
Marcos ignoró el
ataque.
M: ¿Es que
tienes una mala opinión de los hombres en general? (preguntó). ¿Acaso te ha roto Tomás el corazón?
V: No (respondió
Victoria con sinceridad, todavía asombrada de que Marcos hubiera hecho tanto
caso a los chismes de la oficina sobre su vida sentimental).
La realidad era
que Tomás no le había causado la menor desazón. Lo único que había sucedido era que su relación
había llegado a un punto muerto y había empezado a estancarse. Las flores que él le enviaba empezaban a tener
más vida que los sentimientos que debían expresar. Su relación se había ido
marchitando, simplemente, sin dramatismos ni dolor.
Cuando Tomás y
ella decidieron separarse, Victoria llegó a sospechar que ella era más culpable
que él del fracaso de su romance. Habían
estado juntos mucho tiempo, pero ella no había permitido que su relación
avanzara hacia el siguiente paso natural: el matrimonio. Estaba siguiendo con diligencia el plan que
se había trazado y de acuerdo con ese programa no había todavía lugar para el
matrimonio, ni para la maternidad. Ya
habría tiempo para eso más tarde. No
estaba preparada para una relación permanente, de manera que Tomás y ella se
habían separado sin asperezas.
Pero ninguna de
las razones anteriores explicaba su resistencia a Marcos. No creía que él buscara algo permanente con
ella. Estaba segura de que lo que le
motivaba era el afán de reanudar una aventura iniciada cuatro años antes y que
se había deformado en una leve hostilidad.
V: Has tratado
de sabotear mi trabajo (se defendió ella, más bien para convencerse asi misma
que al propio Marcos).
Marcos hizo un
gesto de impaciencia.
M: No he hecho
nada semejante (protestó). He hecho recomendaciones.
Sugerí que te quitaran de un proyecto
para que pudieras trabajar en otro. Además,
mi palabra no es ley en la compañía, no tomo decisiones unilaterales.
V: Me consideras
demasiado emocional (señaló Victoria). Piensas
que me tomo las cosas demasiado personalmente...
M: Es verdad (dijo
sin rodeos).
Marcos deslizó
el brazo por el respaldo del sofá y su mano se apoyó sobre el hombro de Victoria.
M: De modo que,
te suplico que seas demasiado emocional conmigo, Victoria (su voz se hizo
seductoramente sedosa). Tómame personalmente.
Canaliza toda esa feminidad contenida en
algo que valga la pena.
Entonces Marcos
la estrechó en sus brazos, con lentitud y delicadeza, dándole oportunidad de
resistirse. Ella no se resistió, pero
tampoco se rindió del todo. Se acurrucó
en su pecho y posó la mejilla en su hombro. Marcos la rodeó con los brazos y la abrazó
estrechamente
Lo sintió tan
fuerte, tan firme y protector... Esa
noche no olía a talco infantil sino a jabón. Ella prefería aquel olor a limpio que el aroma
a colonia o loción, cerrando los ojos, aspiró profundamente.
No le tenía
miedo, tampoco pensaría en él como el Juan Tenorio de la empresa. No con su actual aspecto, con sus pantalones
gastados y su sudadera. Los dos días
anteriores le había visto bajo una luz diferente. Ya no era el arrogante y poderoso asesor de
los hoyuelos seductores. Más bien, era
alguien que se preocupaba por un bebé y por su hermana atolondrada, alguien que
luchaba por satisfacer las necesidades de sus seres queridos. Era un hombre que podía mostrarse vulnerable
ante Victoria, que podía compartir con ella su carga.
Y era alguien lo
bastante interesado por ella como para averiguar todo lo posible sobre su
ex-novio. A pesar de su indiferencia
hacia ella en la oficina, a pesar de su arrogancia, se interesaba por ella.
Victoria abrigó
una fugaz esperanza de que su interés proviniera de algo más que la resistencia
que le había puesto. La noche anterior
le había acusado de haberla tratado de seducir con el único propósito de poder
completar su lista de mujeres conquistadas en la compañía. Pero no lo creía realmente. Ahora se sentía más inclinada a creer que su
reputación era un poco exagerada, como él había dado a entender. Era comprensible que se construyeran mitos
sobre un hombre tan atractivo como Marcos.
En este momento
no parecía mítico. Parecía muy humano en
todos los sentidos. Acurrucada contra
él, Victoria sintió una extraña sensación de paz. No quería ser besada, pero tampoco quería que
la dejara de abrazar. En ese momento,
protegida por el dulce asilo de sus brazos, casi creía que nunca volvería a
dejar encendida la luz del pasillo.
Sintió los
labios de Marcos le rozaban su frente.
M: Te he deseado
desde aquel primer día, Victoria (confesó él en un susurro). Desde que te conocí (le acarició el brazo del
codo hasta el hombro).
V: Pues tienes
una forma muy curiosa de demostrarlo (murmuró ella).
M: Si hubiera
conocido tus gustos, te habría encerrado conmigo en la bodega para contarte mi
repertorio completo de chistes (bromeó Marcos). Te habría atiborrado de café auténtico hasta
que te arrancaras las ropas, suplicándome que te hiciera mía.
V: ¡Ni en
sueños! (dijo Victoria, entre risas).
Marcos calló por
un momento.
M: ¿Podrías al
menos admitir que no me odias? (preguntó por fin).
V: Lo admití
ayer.
M: Avanza un
poco más (suplicó él). Dime que te
gusto. Victoria suspiró y cerró los ojos
otra vez. La rítmica caricia en su brazo
estaba ejerciendo un efecto hipnótico en ella; sintió el deseo de ronronear,
dormirse en sus brazos.
V: Me gustas,
Marcos (confesó en un susurro).
M: Dime que me
deseas (murmuró Marcos, rozándole la frente en los labios y posando una mano en
su barbilla para alzarle la cara hacia él).
V: Esta noche no
(dijo ella, tratando de sujetarle la mano).
Él la miró.
M: ¿No me lo
quieres decir esta noche, o no me deseas esta noche?
Otra vez vio un brillante
anhelo en sus ojos. Tímidamente alzó la
mano y pasó los dedos por su áspera mejilla debido a la barba a medio crecer.
V: Me gustas,
Marcos (repitió la joven en voz baja). Y...
te deseo (bajó la mirada y sintió que el rubor encendía sus mejillas).
Continuará….
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