Capítulo
13
V: Llevemos a Lautaro
a los columpios (sugirió Victoria luchando por empujar el carrito sobre la
hierba).
Marcos frunció
el ceño, luego la siguió.
M: Es muy
pequeño todavía.
V: Puedo cogerlo
en mi regazo.
Victoria se
detuvo junto a un columpio, apartó la montaña de mantas que le cubría y le
cogió. Sus bellos ojos color castaño
brillaron con fascinación mientras le llevaba al columpio.
M: Es una idea
absurda (objetó Marcos). ¿Qué pasará si
le sueltas?
V: No lo voy a
soltar (prometió Victoria, sentándose en el columpio con el bebé en las piernas).
Después de
estrechar a Lautaro contra ella, empezó a moverse para darse impulso.
Marcos la
observó por un momento, sacudiendo la cabeza.
M: No merece
divertirse después de los tormentos a que me ha sometido (se quejó con una
pequeña sonrisa que hizo notar sus sexys hoyuelos de sus mejillas).
Marcos, a
regañadientes, se colocó detrás del columpio y empezó a empujarlo. Lautaro emitió un gritito de alborozo y
Victoria oyó la risa casi involuntaria de Marcos a su espalda.
V: Bien, ¿por
qué no hablamos de la encuesta? (sugirió Victoria).
M: ¿Qué?
V: Tenemos mucho
trabajo que hacer, Guerrero. Por eso es
por lo que estoy aquí, ¿recuerdas? Una
de las cosas que debemos hacer es una encuesta a los propietarios de
ordenadores para conocer su opinión. ¿Has
pensado algo al respecto?
Marcos no
contestó inmediatamente. Victoria miró
hacia atrás y notó que trataba de reprimir una sonrisa.
M: ¿De verdad
quieres hablar de negocios ahora?
V: Claro que sí.
Marcos rió
abiertamente.
M: Está bien,
Fernández. De hecho, he pensado un poco
en ello. Lo que ofrece Barrios es flexibilidad
y adaptabilidad. Lo que debemos
averiguar es si los clientes potenciales están dispuestos a probar un nuevo
producto basado en esas características.
Durante la
siguiente hora discutieron qué tipo de encuesta debían planear y a cuáles
compañías entrevistar. Marcos se sentó
junto a Victoria en el columpio. Cuando Lautaro
comenzó a culebrear peligrosamente en el regazo de Victoria, Marcos se ofreció
a llevarle al tobogán. Cada vez que
Marcos aterrizaba al pie del tobogán con el bebé en su regazo, Victoria le
explicaba a gritos algunas ideas sobre su plan para la encuesta, luego Marcos
iba hacia la escalera del tobogán y una vez arriba le decía sus propias ideas
al respecto. Después de su décimo
descenso por el tobogán, Lautaro comenzó a gemir, interrumpiendo lo que podía
haber sido un diálogo muy productivo.
V: ¿Tiene
hambre? (preguntó Victoria).
M: Estará
hambriento, mojado o cansado. Los tres
grandes dilemas que rigen su vida (bromeó Marcos). Creo que debemos regresar a casa.
V: Podríamos
también escribir algunas de nuestras ideas (sugirió Victoria).
Victoria se
sentía satisfecha por la facilidad con la que habían intercambiado opiniones
respecto a la forma mejor de realizar el plan de trabajo. Recordó lo pesimista que se había sentido
respecto a colaborar con Marcos. Sin embargo,
sus conceptos eran claros y precisos y era evidente que consideraba válidos los
de ella. Había rechazado algunos, pero
sin arrogancia. Y también había aceptado
las críticas de ella con ecuanimidad respecto a sus propias ideas.
Victoria volvió
a preguntarse si sería la presencia de Lautaro lo que había influido en la
actitud de Marcos, relajándole y aceptándola como colega.
Cuando llegaron
a la casa, Victoria cambió el pañal a Lautaro, mientras Marcos le preparaba el
biberón. Luego se acomodaron en el sofá
de la sala. Marcos daba el biberón al
pequeño mientras Victoria anotaba en su libreta algunas de las ideas que se les
habían ocurrido en el parque. Satisfecho
su apetito, Lautaro se durmió en el regazo de Marcos, permitiendo a éste y
Victoria concentrarse en su tarea.
Hacia las seis
de la tarde habían concluido un borrador viable sobre el plan para la encuesta.
V: Creo que
deberíamos poner fin a nuestro trabajo por ahora (sugirió Victoria y su
petición fue secundada por Lautaro, quien se removió en el regazo de Marcos y
lanzó un agudo gemido).
Marcos revisó
las notas que Victoria había tomado y asintió. Las dejó encima de una mesa lateral.
M: ¿Qué te
parece si cenamos?
Victoria sintió
una leve punzada de aprensión ante la posibilidad de que ahora la charla se
deslizara hacia el peligroso terreno de su relación personal.
V: No sé (contestó
con cautela). ¿Vas a cocinar tú?
Marcos rió de
buena gana.
Si quieres
podemos cenar fuera. Victoria le miró
incrédula.
V: ¿Has
contratado alguna niñera?
Marcos la miró
sin pestañear.
M: Estaba
pensando que podríamos cenar en uno de esos lugares que sirven en el coche (cuando
Victoria arrugó la nariz ante la sugerencia, él se defendió). Al menos sería algo caliente y ninguno de los
dos tendríamos que entrar en la cocina. Mi
coche es muy cómodo. Vamos (la instó).
Victoria aceptó
resignada. Calentaron un biberón para Lautaro
y se dirigieron hacia el coche de Marcos. Éste metió el cochecito del niño en el
maletero y Victoria se sentó en el asiento de atrás con el niño.
Durante el
trayecto se dedicó a meditar sobre su relación con Marcos. Victoria se sentía muy bien al lado de Marcos;
no podía ocurrírsele nada más apetecible que tomar una cerveza y una
hamburguesa en su compañía y luego volver a la casa para ver la televisión o
escuchar música. Quería estar con él. No quería perder su compañía ni la inusitada
camaradería que había surgido entre ellos.
Pero si la
volvía a tomar en sus brazos, si la besaba y susurraba palabras de deseo… ¿qué
haría entonces? Su cuerpo responderla
sin duda, pero... ¿sería eso sensato? ¿Estaba
realmente dispuesta a confiar en él, a olvidar la antipatía que había existido
entre ellos durante cuatro años y a creer que él era en realidad diferente a
como le había imaginado?
Más tiempo,
pensó. Necesitaba más tiempo para estar
segura. Pero si Marcos la tocaba, si la
besaba en la palma de la mano como la noche anterior, no sabia qué haría. Su acción más sensata seria irse a casa en
cuanto terminaran de cenar.
No tardaron en
llegar a su destino. Después de ordenar,
Marcos se sentó con Victoria y Lautaro en el asiento trasero. Después de devorar todas sus patatas fritas,
el hombre cogió unas cuantas del paquete de Victoria, lo cual le hizo ganarse
una palmada en la mano. Su retribución
fue un irónico sermón sobre los hábitos alimenticios de las mujeres. Todas las mujeres, y su poca disposición a
compartir esas calorías excedentes que se regalaban a sí mismas.
M: Si esta fuera
una ensalada de espinacas (afirmó, cogiendo otra patata antes de que Victoria
pudiera impedírselo), ya me habrías ofrecido la mitad, pero de todos los
millones, qué digo millones, trillones, de mujeres que he conocido en mi vida,
ni una sola me ha ofrecido una de sus patatas fritas.
V: Sabes
agasajar muy bien a tus trillones de mujeres, ¿verdad? (replicó ella con una
sonrisa irónica). Las papitas fritas de
McDonalds son las más deliciosas, ummm, no hay nada mejor que eso (dijo a la
vez que las saboreaba).
Marcos sonrió y
aceptó el comentario con una inclinación de cabeza.
Durante el
camino de vuelta a casa, Victoria hizo todo lo posible por olvidar lo mucho que
deseaba quedarse con él más tiempo. Si
la invitaba a quedarse, no aceptaría. Si
se mostraba seductor, seria franca y le pedirla que se tomara las cosas con
calma. Si habían de convertirse en
amantes, no había ninguna prisa. Quizás
Marcos estuviera acostumbrado a que las mujeres se derritieran bajo el influjo
y hechizo de su sonrisa, pero Victoria prefería ir despacio. Sí la deseaba de verdad, Marcos tendría que
hacer las cosas a su manera.
Sin embargo, Victoria
no había contado con la intervención de Lautaro para frustrar su estrategia marcharse
de la casa de Marcos.
En cuanto
salieron del coche al frío aire de la noche, el bebé empezó a llorar
desconsoladamente, haciendo caso omiso de la voz arrulladora de Marcos de sus
mimos y cosquillas, de sus gruñidos amenazantes. Cuando parecía a punto de explotar, Victoria
se lo arrebató de los brazos y lo acunó en su pecho. Milagrosamente, Lautaro se calló.
Victoria le
arrulló un poco para calmar sus últimos sollozos. Era un misterio para ella por qué su pecho
podría consolar al pequeño mientras que el de Marcos no. Por lo que llegó a la conclusión que no podía
dejar al hombre solo en esa situación cuando éste se lo pidió.
M: Por favor (suplicó
él, mirando al bebé con una mezcla de ira y temor), quédate.
Obviamente éste
es uno de esos momentos en los que necesita el consuelo femenino.
V: No puedo
quedarme (expresó Victoria, ante el comentario de Marcos.
Dios guardara el
hombre de insinuar que él también necesitaba consuelo femenino.
Marcos la miró
durante un rato.
M: Victoria, ¿Quieres
huir por mi causa?
V: No quiero
huir (aseguró).
M: Soy un ser
humano, no una piraña (dijo él con voz fatigada). No voy a morderte.
V: Lo sé. Pero... (Marcos la interrumpió)
M: ¿Quieres
saber la verdad? Esta noche no tendría
fuerzas para morderte aunque quisiera hacerlo. Si te llevara a la cama esta noche, la única
experiencia que tendrías conmigo seria oírme roncar.
Sin saber cómo
contestar a tan abrupto comentario, Victoria pregunto
V: ¿Roncas?
Detectó un
brillo de travesura en los ojos de Marcos.
M: ¿Por qué no
te quedas y lo averiguas?
V: Marcos, hablo
en serio (afirmó ella, volviendo a su anterior actitud). No me puedo quedar esta noche contigo. He venido aquí a trabajar y hemos trabajado. De modo que ahora lo único que puedo hacer es
marcharme (dio a Lautaro un beso de despedida, pero cuando fue a entregárselo a
su tío, empezó a chillar).
M: ¿Conveniente
para quién? No para Lautaro, sin duda. Y menos para mí. Se pasará la noche atormentándome con sus llantos.
V: Es tu
sobrino, no mío (señaló Victoria, aunque siguió acariciando al bebé para
tranquilizarlo).
M: A riesgo de
parecer una abominable sexista (aventuró Marcos mientras colgaba su abrigo en
el armario del vestíbulo) creo que hay ocasiones en las que los bebés necesitan
a sus mamis. No a sus papis, sino a sus
mamis. Y en este momento tú eres su mami
prestada.
Victoria suspiró
y se dirigió a la sala. Se sentó en el
sofá con Lautaro.
V: ¿Se te ha
ocurrido pensar que eres demasiado exigente?
¿No se te ha ocurrido pensar que pedirme que haga las veces de madre de
tu sobrino va más allá de los límites razonables de mis responsabilidades como
compañera de trabajo?
Marcos intentó
apaciguarla.
M: Victoria, por
favor, sabes que yo...
V: ¿No se te ha
ocurrido que he hecho demasiado por ti y el bebé? (le interrumpió ella). He cambiado pañales sucios, he arruinado mi
traje favorito, he comido porquerías y, para colmo, he tenido que soportar tus
lascivos avances. ¿No se te ha ocurrido
pensar que puedes ser un soberano fastidio, Guerrero?
Marcos clavó su
mirada en la de ella. Su cuerpo comenzó
a estremecerse por la risa, luego estalló en una franca carcajada. Victoria empezó a reír también. Un momento después los dos reían sonoramente y
sin control. Lautaro no sabía si unirse
al repentino regocijo o ponerse a llorar asustado.
Parte de al histórico
regocijo de ambos adultos se debía al puro agotamiento y parte de lo absurdo de
la situación que Victoria había descrito con tanta vehemencia como con exactitud.
Pero sobre todo, ambos reían como dos
buenos amigos que compartían un momento de especial de entendimiento y
comunicación.
M: ¿Lascivos? (preguntó
Marcos después de que ambos calmaran las risas). ¿Has dicho que mis avances son lascivos? Me han acusado de muchas cosas en la vida,
Victoria, pero nunca de ser lascivo en mis intentos de seducción.
V: Está bien (concedió
Victoria, limpiándose las lágrimas de risa y procurando recobrar la seriedad). Me retracto de lo de los avances lascivos,
pero el resto sigue en pie.
Marcos asintió
con una sonrisa.
M: Está bien,
soy un soberano fastidio. Al menos no
soy un fastidio común y corriente (se apoyó en el respaldo del sofá y observó a
su acompañante). ¿Qué te parece quedarte
sólo hasta que Lautaro se quede dormido? (antes de que ella pudiera objetar
algo, continuó). Sinceramente, Victoria, no me siento capaz de pasar otra noche
como la de ayer. Lautaro se ha portado
como un perfecto caballero contigo y cuando te vayas se portará como un
monstruo conmigo.
Se mostraba tan
patético y suplicante que el corazón de Victoria se ablandó.
V: Me quedaré un
rato (accedió, pero luego creyó conveniente añadir una severa advertencia). Me quedaré, pero no quiero que me hagas
ninguna insinuación amorosa. Ya
planteaste tu caso anoche y el jurado sigue deliberando. No intentes nada esta noche.
Continuará….
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