jueves, 30 de enero de 2014

Capítulo 13


Capítulo 13

V: Llevemos a Lautaro a los columpios (sugirió Victoria luchando por empujar el carrito sobre la hierba).

Marcos frunció el ceño, luego la siguió.

M: Es muy pequeño todavía.
V: Puedo cogerlo en mi regazo.

Victoria se detuvo junto a un columpio, apartó la montaña de mantas que le cubría y le cogió.  Sus bellos ojos color castaño brillaron con fascinación mientras le llevaba al columpio.
M: Es una idea absurda (objetó Marcos).  ¿Qué pasará si le sueltas?
V: No lo voy a soltar (prometió Victoria, sentándose en el columpio con el bebé en las piernas).

Después de estrechar a Lautaro contra ella, empezó a moverse para darse impulso.
Marcos la observó por un momento, sacudiendo la cabeza.

M: No merece divertirse después de los tormentos a que me ha sometido (se quejó con una pequeña sonrisa que hizo notar sus sexys hoyuelos de sus mejillas).

Marcos, a regañadientes, se colocó detrás del columpio y empezó a empujarlo.  Lautaro emitió un gritito de alborozo y Victoria oyó la risa casi involuntaria de Marcos a su espalda.

V: Bien, ¿por qué no hablamos de la encuesta? (sugirió Victoria).
M: ¿Qué?
V: Tenemos mucho trabajo que hacer, Guerrero.  Por eso es por lo que estoy aquí, ¿recuerdas?  Una de las cosas que debemos hacer es una encuesta a los propietarios de ordenadores para conocer su opinión.  ¿Has pensado algo al respecto?

Marcos no contestó inmediatamente.  Victoria miró hacia atrás y notó que trataba de reprimir una sonrisa.

M: ¿De verdad quieres hablar de negocios ahora?
V: Claro que sí.

Marcos rió abiertamente.

M: Está bien, Fernández.  De hecho, he pensado un poco en ello.  Lo que ofrece Barrios es flexibilidad y adaptabilidad.  Lo que debe­mos averiguar es si los clientes potenciales están dispuestos a probar un nuevo producto basado en esas características.

Durante la siguiente hora discutieron qué tipo de encuesta debían planear y a cuáles compañías entrevistar.  Marcos se sentó junto a Victoria en el columpio.  Cuando Lautaro comenzó a cule­brear peligrosamente en el regazo de Victoria, Marcos se ofreció a llevarle al tobogán.  Cada vez que Marcos aterrizaba al pie del tobogán con el bebé en su regazo, Victoria le explicaba a gritos algunas ideas sobre su plan para la encuesta, luego Marcos iba hacia la escalera del tobogán y una vez arriba le decía sus propias ideas al respecto.  Después de su décimo descenso por el tobogán, Lautaro co­menzó a gemir, interrumpiendo lo que podía haber sido un diálogo muy productivo.

V: ¿Tiene hambre? (preguntó Victoria).
M: Estará hambriento, mojado o cansado.  Los tres grandes di­lemas que rigen su vida (bromeó Marcos).  Creo que debemos regresar a casa.
V: Podríamos también escribir algunas de nuestras ideas (su­girió Victoria).

Victoria se sentía satisfecha por la facilidad con la que habían inter­cambiado opiniones respecto a la forma mejor de realizar el plan de trabajo.  Recordó lo pesimista que se había sentido respecto a colaborar con Marcos.  Sin embargo, sus conceptos eran claros y precisos y era evidente que consideraba válidos los de ella.  Había rechazado algunos, pero sin arrogancia.  Y también había aceptado las críticas de ella con ecuanimidad respecto a sus propias ideas.

Victoria volvió a preguntarse si sería la presencia de Lautaro lo que había influido en la actitud de Marcos, relajándole y aceptándola como colega.

Cuando llegaron a la casa, Victoria cambió el pañal a Lautaro, mientras Marcos le preparaba el biberón.  Luego se acomodaron en el sofá de la sala.  Marcos daba el biberón al pequeño mientras Victoria anotaba en su libreta algunas de las ideas que se les habían ocurrido en el parque.  Satisfecho su apetito, Lautaro se durmió en el regazo de Marcos, permitiendo a éste y Victoria concentrarse en su tarea.

Hacia las seis de la tarde habían concluido un borrador viable sobre el plan para la encuesta.
V: Creo que deberíamos poner fin a nuestro trabajo por ahora (sugirió Victoria y su petición fue secundada por Lautaro, quien se removió en el regazo de Marcos y lanzó un agudo gemido).

Marcos revisó las notas que Victoria había tomado y asintió.  Las dejó encima de una mesa lateral.
M: ¿Qué te parece si cenamos?

Victoria sintió una leve punzada de aprensión ante la posibilidad de que ahora la charla se deslizara hacia el peligroso terreno de su relación personal.

V: No sé (contestó con cautela).  ¿Vas a cocinar tú?

Marcos rió de buena gana.

Si quieres podemos cenar fuera.  Victoria le miró incrédula.

V: ¿Has contratado alguna niñera?

Marcos la miró sin pestañear. 

M: Estaba pensando que podríamos cenar en uno de esos lugares que sirven en el coche (cuando Victoria arrugó la nariz ante la sugerencia, él se defendió).  Al menos sería algo caliente y ninguno de los dos tendríamos que entrar en la cocina.  Mi coche es muy cómodo.  Vamos (la instó).

Victoria aceptó resignada.  Calentaron un biberón para Lautaro y se dirigieron hacia el coche de Marcos.  Éste metió el cochecito del niño en el maletero y Victoria se sentó en el asiento de atrás con el niño. 

Durante el trayecto se dedicó a meditar sobre su relación con Marcos.  Victoria se sentía muy bien al lado de Marcos; no podía ocurrírsele nada más apetecible que tomar una cerveza y una hamburguesa en su com­pañía y luego volver a la casa para ver la televisión o escuchar música.  Quería estar con él.  No quería perder su compañía ni la inusitada camaradería que había surgido entre ellos.

Pero si la volvía a tomar en sus brazos, si la besaba y susurraba palabras de deseo… ¿qué haría entonces?  Su cuerpo responderla sin duda, pero... ¿sería eso sensato?  ¿Estaba realmente dispuesta a confiar en él, a olvidar la antipatía que había existido entre ellos durante cuatro años y a creer que él era en realidad diferente a como le había imaginado?
Más tiempo, pensó.  Necesitaba más tiempo para estar segura.  Pero si Marcos la tocaba, si la besaba en la palma de la mano como la noche anterior, no sabia qué haría.  Su acción más sensata seria irse a casa en cuanto terminaran de cenar.

No tardaron en llegar a su destino.  Después de ordenar, Marcos se sentó con Victoria y Lautaro en el asiento trasero.  Después de devorar todas sus patatas fritas, el hombre cogió unas cuantas del paquete de Victoria, lo cual le hizo ganarse una palmada en la mano.  Su retribución fue un irónico sermón sobre los hábitos alimenticios de las mujeres.  Todas las mujeres, y su poca disposición a compartir esas calorías excedentes que se regalaban a sí mismas.
M: Si esta fuera una ensalada de espinacas (afirmó, cogiendo otra patata antes de que Victoria pudiera impedírselo), ya me habrías ofrecido la mitad, pero de todos los millones, qué digo millones, trillones, de mujeres que he conocido en mi vida, ni una sola me ha ofrecido una de sus patatas fritas.
V: Sabes agasajar muy bien a tus trillones de mujeres, ¿verdad? (replicó ella con una sonrisa irónica).  Las papitas fritas de McDonalds son las más deliciosas, ummm, no hay nada mejor que eso (dijo a la vez que las saboreaba).

Marcos sonrió y aceptó el comentario con una inclinación de cabeza.

Durante el camino de vuelta a casa, Victoria hizo todo lo posible por olvidar lo mucho que deseaba quedarse con él más tiempo.  Si la invitaba a quedarse, no aceptaría.  Si se mostraba seductor, seria franca y le pedirla que se tomara las cosas con calma.  Si habían de convertirse en amantes, no había ninguna prisa.  Quizás Marcos estu­viera acostumbrado a que las mujeres se derritieran bajo el influjo y hechizo de su sonrisa, pero Victoria prefería ir despacio.  Sí la deseaba de verdad, Marcos tendría que hacer las cosas a su manera.
Sin embargo, Victoria no había contado con la intervención de Lautaro para frustrar su estrategia marcharse de la casa de Marcos.
En cuanto salieron del coche al frío aire de la noche, el bebé empezó a llorar desconsoladamente, haciendo caso omiso de la voz arrulladora de Marcos de sus mimos y cosquillas, de sus gruñidos amenazantes.  Cuando parecía a punto de explotar, Victoria se lo arrebató de los brazos y lo acunó en su pecho.  Milagrosamente, Lautaro se calló.
Victoria le arrulló un poco para calmar sus últimos sollozos.  Era un misterio para ella por qué su pecho podría consolar al pequeño mientras que el de Marcos no.  Por lo que llegó a la conclusión que no podía dejar al hombre solo en esa situación cuando éste se lo pidió.

M: Por favor (suplicó él, mirando al bebé con una mezcla de ira y temor), quédate.

Obviamente éste es uno de esos momentos en los que necesita el consuelo femenino.

V: No puedo quedarme (expresó Victoria, ante el comentario de Marcos.

Dios guardara el hombre de insinuar que él también necesitaba consuelo femenino.
Marcos la miró durante un rato.

M: Victoria, ¿Quieres huir por mi causa?
V: No quiero huir (aseguró).
M: Soy un ser humano, no una piraña (dijo él con voz fatigada).  No voy a morderte.
V: Lo sé.  Pero... (Marcos la interrumpió)
M: ¿Quieres saber la verdad?  Esta noche no tendría fuer­zas para morderte aunque quisiera hacerlo.  Si te llevara a la cama esta noche, la única experiencia que tendrías conmigo seria oírme roncar.

Sin saber cómo contestar a tan abrupto comentario, Victoria pregunto

V: ¿Roncas?

Detectó un brillo de travesura en los ojos de Marcos.

M: ¿Por qué no te quedas y lo averiguas?
V: Marcos, hablo en serio (afirmó ella, volviendo a su anterior actitud).  No me puedo quedar esta noche contigo.  He venido aquí a trabajar y hemos trabajado.  De modo que ahora lo único que puedo hacer es marcharme (dio a Lautaro un beso de despedida, pero cuando fue a entregárselo a su tío, empezó a chillar).
M: ¿Conveniente para quién?  No para Lautaro, sin duda.  Y menos para mí.  Se pasará la noche atormentándome con sus llantos.
V: Es tu sobrino, no mío (señaló Victoria, aunque siguió aca­riciando al bebé para tranquilizarlo).
M: A riesgo de parecer una abominable sexista (aventuró Marcos mientras colgaba su abrigo en el armario del vestíbulo) creo que hay ocasiones en las que los bebés necesitan a sus mamis.  No a sus papis, sino a sus mamis.  Y en este momento tú eres su mami prestada.

Victoria suspiró y se dirigió a la sala.  Se sentó en el sofá con Lautaro.

V: ¿Se te ha ocurrido pensar que eres demasiado exigente?  ¿No se te ha ocurrido pensar que pedirme que haga las veces de madre de tu sobrino va más allá de los límites razona­bles de mis responsabilidades como compañera de trabajo?

Marcos intentó apaciguarla.

M: Victoria, por favor, sabes que yo...
V: ¿No se te ha ocurrido que he hecho demasiado por ti y el bebé? (le interrumpió ella).  He cambiado pañales sucios, he arruinado mi traje favorito, he comido porquerías y, para colmo, he tenido que soportar tus lascivos avances.  ¿No se te ha ocurrido pensar que puedes ser un soberano fastidio, Guerrero?

Marcos clavó su mirada en la de ella.  Su cuerpo comenzó a estremecerse por la risa, luego estalló en una franca carcajada.  Victoria empezó a reír también.  Un momento después los dos reían sonoramente y sin control.  Lautaro no sabía si unirse al repentino regocijo o ponerse a llorar asustado.

Parte de al histórico regocijo de ambos adultos se debía al puro agotamiento y parte de lo absurdo de la situación que Victoria había descrito con tanta vehemencia como con exactitud.  Pero sobre todo, ambos reían como dos buenos amigos que compartían un momento de espe­cial de entendimiento y comunicación.

M: ¿Lascivos? (preguntó Marcos después de que ambos calmaran las risas).  ¿Has dicho que mis avances son lascivos?  Me han acusado de muchas cosas en la vida, Victoria, pero nunca de ser lascivo en mis intentos de seducción.
V: Está bien (concedió Victoria, limpiándose las lágrimas de risa y procurando recobrar la seriedad).  Me retracto de lo de los avances lascivos, pero el resto sigue en pie.

Marcos asintió con una sonrisa.

M: Está bien, soy un soberano fastidio.  Al menos no soy un fastidio común y corriente (se apoyó en el respaldo del sofá y observó a su acompañante).  ¿Qué te parece quedarte sólo hasta que Lautaro se quede dormido? (antes de que ella pudiera objetar algo, continuó). Sinceramente, Victoria, no me siento capaz de pasar otra noche como la de ayer.  Lautaro se ha portado como un perfecto caballero contigo y cuando te vayas se portará como un monstruo conmigo.

Se mostraba tan patético y suplicante que el corazón de Victoria se ablandó.

V: Me quedaré un rato (accedió, pero luego creyó conveniente añadir una severa advertencia).  Me quedaré, pero no quiero que me hagas ninguna insinuación amorosa.  Ya planteaste tu caso ano­che y el jurado sigue deliberando.  No intentes nada esta noche.


Continuará….

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