viernes, 17 de enero de 2014

Capítulo 2

Capítulo 2

Marcos tenía las mangas de su camisa arremangadas y llevaba a un bebé en sus brazos. El bebé gimoteaba y pataleaba con todas sus fuerzas.
M: Pasa (dijo él y cogió a Victoria del codo para hacerla entrar con rapidez, echó una rápida ojeada al pasillo vacío y luego cerró la puerta).

Victoria contempló con expresión de extrañeza la cara del bebé.  No parecía tener más de dos meses.  Victoria no sabía mucho sobre bebés, pero éste le parecía muy pequeño, sobre todo en comparación con el ancho torso de Marcos.

Desvió la mirada del bebe al hombre y de hombre al bebe.  Luego se centró en observar al hombre y vio la corbata de éste estaba floja, su pelo desordenado y en su expresión había una mezcla de agotamiento y pánico.  Tenía las mangas subidas hasta los codos y su siempre impecable camisa azul tenía una mancha sospechosa encima del bolsillo.
Victoria se volvió para mirar el despacho del asesor financiero que, debido a la posición de éste en la compañía, era más grande y estaba mejor amueblado que el suyo.  El agitado y trémulo sollozo del bebé volvió a atraer la atención de la joven hacia Marcos, que estaba tratando en vano de calmar al pequeño balanceándolo sobre su hombro.  El espectáculo del señor Marcos “Don Juan Casanova” Guerrero, tratando de consolar a un bebé que berreaba hizo que Victoria soltara una sonora carcajada.
M: ¿Qué tiene esto de gracioso? (gruñó Marcos).
V: Creía que... (Victoria tosió y trató de ponerse seria).  He estado oyendo el llanto de un bebé durante toda la tarde y creía que eran imaginaciones mías.  Me alegra darme cuenta de que no estoy loca, después de todo.
Una oleada de risas la sacudió y el ceño de Marcos se frunció más.

M: Cuando puedas controlar tus histéricas carcajadas, hazme el favor de hacérmelo saber.

Victoria aspiró hondo y asintió. Marcos dejó al bebé en el sofá y le metió el chupete en la boca.
V: Hm... Supongo que no querrás hablar del contrato Barrios en este momento, ¿verdad? (dijo ella, con una significativa y amplia sonrisa).
La respuesta de Marcos fue una mirada severa.
V: Entonces, ¿por qué me has pedido que suba?
M: ¡Es obvio! (exclamó él). Necesito tu ayuda aquí.
V: ¿Mi ayuda? (Victoria miró al bebé). ¿Qué clase de ayuda necesitas de mí?
M: Eres mujer, ¿no? Se supone que debes saber cómo tratar a los bebés.

Victoria se tragó el deseo de debatir aquel comentario evidentemente machista.  Si, Marcos parecía desesperado y Victoria sintió una extraña compasión por aquel hombre desesperado.

V: Me temo que no sé absolutamente nada sobre bebés (confesó Victoria).
M: Pues debes saber más sobre bebés que yo (dijo Marcos).

Victoria observó durante un momento al inconsolable bebé.
V: No creo que lo que quiera sea un chupete (dijo dudosa).  Más bien lo que creo que tenga es hambre (dijo a la vez que dejaba el contrato de Barrios sobre la mesa y buscó el biberón y se lo ofreció al bebé).

Inmediatamente el pequeño se apoderó de la mamadera y empezó a chupar con voracidad.
M: ¿Ves? (declaró Marcos, como quien ve demostrado su argumento).  Las mujeres saben más sobre bebés, tienen un sexto sentido.

Victoria cogió al bebé en brazos y le acunó con torpeza.  No había tenido en sus brazos un bebé desde que era una adolescente y cuando cuidaba niños para ganar un poco de dinero.  Era evidente qué Marcos era uno de esos hombres que consideran que el instinto maternal es innato en todas las mujeres y que con sólo coger a un bebé en brazos se despierta en ellas.
Pero Victoria no opinaba lo mismo.

V: En serio, Guerrero, no tengo la menor experiencia en este tipo de cosas (dijo ella).  ¿No podrías buscar a otra persona que te ayude?
M: Las secretarias harían demasiadas preguntas (expresó Marcos, como única explicación).
Victoria sonrió complacida, a pesar de que consideró el comen­tario de Marcos como un verdadero insulto a las mujeres en general, como si las secretarias fueran más chismosas que los asesores.
V: No tiene que ser una secretaria (señaló Victoria).  Estoy segura de que los empleados que son padres sabrán más que yo acerca de cómo tratar a un bebé.
M: No seas tonta (replicó Marcos).

Victoria no cree en nada de tonto su comentario.  Muchos hombres en la actualidad participan en el cuidado de sus hijos desde su nacimiento.  Publicidad Dones contaba en su nómina con un gran número de hombres de ideas anticuadas, pero sin duda habría uno o dos que alguna vez hubiera tenido un niño pequeño en los brazos.  Sin embargo no quiso discutir con Marcos, sobre si tenía o no la razón.
El bebé estaba inmóvil en sus brazos y pudo observar como sus párpados se cerraban.

V: Creo que se está quedando dormido (susurro suavemente).

Marcos suspiró y dijo.
M: Gracias a Dios.  Me vendrán bien algunos minutos de paz (se puso de pie, se pasó una mano por el pelo y miró con gesto pensativo a la criatura completamente dormida en los brazos de Victoria.
V: ¿Es niña o niño? (preguntó Victoria).
M: Cámbiale el pañal y lo sabrás.
Victoria metió el dedo índice dentro del pañal.  No parecía estar muy mojado.
V: No creo que supiera cambiar uno de esos pañales modernos.
M: Te asombrarías de lo pronto que puedes aprender (comentó Marcos y alzó el zafacón para que la joven pudiera ver su contenido; tres pañales usados).
V: ¿Cómo se llama?
M: Lautaro (Marcos fue hacia la ventana, miró hacia fuera y luego se volvió hacia Victoria).

Victoria estudió detenidamente la cara del bebé.  Le quitó el biberón de la boca y lo dejó en el suelo.  El niño no se movió.

V: Bien (dijo Victoria), Creo que ya no me necesitas.
M: ¿Estás bromeando? (exclamó desesperado Marcos).
V: Me necesitabas para calmarle y ya está tranquilo (objetó Victoria).

Marcos miró a la joven, luego al bebé y otra vez a Victoria.

M: Nunca había necesitado tanta ayuda como ahora (confesó Marcos).

Victoria le miró con asombro.  El hecho de que admitiera ante ella que necesitaba ayuda era imposible de creer.  Victoria fijó su mirada en la cara de su compañero de trabajo.  Nunca había negado el hecho de que era guapo, sexy, pero aquella tarde lo encontraba más atractivo que nunca.  Le gustaba el desorden de su pelo, su expresión vulnerable y esa mirada un poco asustada de sus profundos ojos color negro.  Le gustaba el ángulo desafiante de su mandíbula cuadrada como si estuviera retando al bebé.  La mirada de Victoria se desvió hacia el antebrazo masculino, fuerte, musculoso y bronceado.  Sus manos eran grandes y vigorosas pero poseían una agilidad sorprendente.  Incluso después de cuatro años, ella no había olvidado el contacto de aquellas manos sobre su piel.
No recordaba con frecuencia aquel breve momento de intimidad entre Marcos y ella y el súbito recuerdo encendió sus mejillas, bajó la mirada hacia el bebé y le vio dar una profunda exhalación.  Un instante después empezó a llorar otra vez.

V: Por lo visto no es muy aficionado a las siestas largas (observó y manifestó Victoria, con una voz, de repente, ronca)
M: Quizás no este cómodo (dijo Marcos, estudiando al bebé).
V: ¿Insinúas que no tengo un regazo confortable? (preguntó Victoria con ironía).
M: Me gustaría averiguarlo (dijo él y cuando Victoria le dirigió una minada de reproche, sonrió con su habitual encanto y aclaró).  Tengo entendido que después de comer debe eructar debido a los gases estomacales.
V: Es obvio que sabes más de esto que yo (señaló Victoria y se colocó al bebé sobre el hombro para darle unas palmaditas en la espalda).

El bebé eructó y al hacerlo arrojó un poco de leche cortada sobre la camisa de Victoria. Marcos le quitó al bebé de los brazos.

M: Lo siento (dijo).  Debí advertirte que hace eso.  A mí me ha manchado también.

Victoria vio una mancha en la camisa de su compañero. Frunció el ceño y ahogó una pequeña maldición.  Marcos cogió su pañuelo y trató de limpiar la blusa de Victoria.

M: Pagaré la lavandería (dice apenado).  Lo siento de verdad, Victoria.

El uso de su nombre de pila desconcertó a la joven.  Al igual que el inesperado calor que la recorrió desde el hombro hasta el pecho cuando las manos masculinas se movieron sobre su camisa al frotar firme y a la vez gentilmente su pañuelo contra la superficie manchada de la blusa de ella.  De nuevo se encontró recordando aquella tarde de invierno hacía casi cuatro años, cuando la había tomado por los hombros, la había hecho volverse hacia él y había murmurado:
M: Usa tu imaginación

Turbada por el recuerdo, así como por la nueva oleada de calor que se despertaba por el contacto de su mano, le apartó con suavidad pero también con firmeza.

V: Pagarás la lavandería Guerrero (dijo, usando con deliberación el apellido de su colega para disipar la intimidad que sus acciones habían creado entre ambos por un instante.  Cogió el pañuelo de manos de Marcos y se frotó la mancha).  ¿Me podrías traer un poco de agua?
M: Sí, por supuesto (dijo Marcos y salió del despacho, después de quitar al bebé de brazos de la joven para dejarle sobre una manta limpia en el sofá).

Victoria suspiró aliviada cuando él salió.  ¿Por qué después de tantos años, de repente le llegaban esos recuerdos de aquel absurdo encuentro?  Había sido al poco tiempo de conocerse y ambos habían bebido bastante más de la cuenta.  Lo que había empezado como una comunicación sensual pero básicamente sin importancia había terminado con un beso.  Ella casi lo había olvidado y estaba completamente segura de que Marcos lo habría olvidado por completo.  No había ninguna razón para que el ridículo incidente volviera a revivirse en su mente.
Pero había sucedido, quizás fuera debido a que sentía un poco más de simpatía por Marcos en su situación actual o porque le parecía más atractivo cuando estaba un poco desaliñado.  O quizá se debiera a que, cuando Marcos había dicho su nombre o cuando le había mirado mientras el bebé dormía en el regazo de Victoria, sus ojos se habían impregnado de una ternura que ella no le creía capaz de sentir.

**Inicio del Flashback**
Lo había conocido un viernes frío y ventoso a mediados de diciembre, cuando ella acababa de entrar a trabajar en Publicidad Dones y Rebecca, una de las secretarias que trabajaban en el mismo piso que Victoria, había ido a buscarla para acompañarla al comedor de empleados de la compañía donde iba a tener lugar una pequeña fiesta para celebrar las navidades.  Habían adornado el lugar con globos, serpentinas y un árbol de navidad y en medio de la estancia había una mesa larga llena de un gran surtido de entremeses, canapés y bebidas.  Victoria se sirvió un vaso de ponche.  Donde el sabor de las frutas se mezclaban deliciosamente con ron y quién sabe qué otro licor.  Victoria no había tomado ponche desde hacía mucho tiempo y después de beber con entusiasmo un vaso, se sirvió otro y otro.
Rebecca le presentó algunos de los compañeros de trabajo y señaló a otros, haciendo algún comentario pertinente al respecto.
V: ¿Quién es ese? (preguntó Victoria, al ver al moreno alto de ojos color castaño, guapo y elegante, que charlaba animadamente con otros hombres junto al árbol de navidad.  Rebecca suspiró con nostalgia).
R: Es Marcos Guerrero.  ¿No es un sueño?  Todas las empleadas de Publicidad Dones estamos locas por él. 
Victoria le observó mientras se dirigía con increíble gracia felina hacia la mesa para llenarse un vaso de ponche.  Al acercarse, capto la mirada de Victoria, vaciló un momento y luego le dedicó una amplia sonrisa.  Rebecca sacudió el brazo de su amiga.
R: ¿Quieres que te lo presente? (susurro).
V: Si tú no lo haces, yo misma me presentaré (declaró Victoria con una pícara sonrisa y sorprendiéndose de sí misma, ya el ponche estaba haciendo su efecto).

Por lo visto a él le interesaba tanto conocer a la recién llegada muchacha de sedosa cabellera rubia y ojos soñadores, como a ella conocerle a él.  Se deslizó con su gracia de tigre hacia las dos empleadas, saludó a Rebecca con una inclinación de cabeza y luego se volvió hacia Victoria, con una radiante sonrisa.
M: Eres nueva por aquí, ¿verdad? (murmuró con voz profunda y resonante).
R: Marcos (intervino Rebecca en su papel de relaciones públicas).  Te presento a Victoria Fernández.  Victoria, él es Marcos Guerrero.
M: Gracias, Rebecca (dijo él, sin despegar los ojos de Victoria).  Desde ahora en adelante yo me encargare del resto  (Rebecca emitió una risita y se escapó, para ir a reunirse con otro grupo de secretarias).

Victoria consiguió conservar el aplomo mientras intercambiaba con Marcos una conversación genérica sin un tema principal.  En general los hombres no la intimidaban, pero había algo en Marcos Guerrero que le impedía hablar con naturalidad.  O quizá se debiera a la cantidad de ponche que había ingerido.

En todo caso, cuando Marcos le preguntó si quería dar un paseo con él, Victoria aceptó. Después de dejar encima de la mesa su vaso y el de ella, Marcos la agarró del brazo y la condujo fuera del comedor, charlando sobre trivialidades, subieron en el ascensor todavía hasta el piso superior y luego avanzaron por un pasillo hasta llegar a un despacho. Marcos abrió la puerta y empujo dentro a la joven.

M: Por fin, el muérdago (anunció él).  
Victoria miró a su alrededor y comento:
V: No veo ningún muérdago por aquí.

Marcos la cogió por los hombros y la hizo volverse hacia él.
M: Usa tu imaginación (había dicho antes de atrapar su boca con los labios).
**Final del Flashback**

M: Aquí está el agua.
La voz de Marcos la hizo volver al presente.  Victoria movió la cabeza para desechar aquel recuerdo y aceptó el vaso que Marcos le estaba ofreciendo.  Ni siquiera le había oído entrar y cerrar la puerta.  Demasiado turbada para hablar, Victoria mojó una punta del trapo con el agua y se limpió la camisa.
M: Tengo entendido que se debe usar un babero para protegerse la ropa (dijo Marcos).
V: ¿Un babero?
Marcos se sentó en el suelo a un lado de Victoria y le enseñó el babero que había cogido del sillón.
M: Si, esto se llama así.
V: Vaya (dijo Victoria con indiferencia).
M: Realmente siento lo de tu camisa, Victoria.
Victoria asintió y, quizá a causa del turbador recuerdo de su primer encuentro, sintió el impulso de enfrascarse en una discusión con él.
V: Es curioso que me hayas pedido que te ayude a cuidar del bebé, cuando sabes más de ese asunto que yo. ¿Es que saber cuidar a un niño resulta una amenaza para tu masculinidad?
Marcos la miró con fijeza y llego soltó una risotada, como si esperara un comentario semejante de Victoria.
M: Tú sabes cuándo es hambre lo que tiene el bebé.  Yo sé que este trapo se llama babero, creo que mi masculinidad puede sobrevivir a este conocimiento.
V: ¿Y cómo te has enterado de que existen los baberos?
M: Me lo ha dicho Carol.
V: ¿Carol?
Marcos miró al niño dormido.
M: La madre de Lautaro (respondió por fin).

Era evidente que no quería que Victoria supiera que tipo de relación existía entre la madre de Lautaro y él.  Victoria miro a la criatura y luego a Marcos y volvió a pensar en la posibilidad de que el pequeño fuera hijo suyo.  Pero aunque debería condenarle por su irresponsabilidad, se descubrió sintiendo por él una extraña sensación.  Cada vez que miraba a Lautaro, la actitud de Marcos parecía cambiar.  Ver sus ojos brillar con esa mezcla de pesar, temor y ternura hacía que algo se fundiera y derritiera dentro de Victoria.  No podía enfadarse con él, hubiera hecho lo que fuese, sin importar cuál fuera su relación con el pequeño que dormía plácidamente.
M: ¿Me ayudarás a llevarle a casa? (preguntó Marcos).
V: ¿Qué quieres decir?
M: Tengo que llevarle a casa.  Además tengo que pasar por una tienda de bebes para comprar algunas cosas para Lautaro; por ejemplo, una cuna.  Podrías ayudarme a elegir una.
V: ¿Yo? (expresó Victoria, perpleja).  ¿Por qué yo?
M: En cuanto que lo dejemos bien dormido podremos revisar el contrato Barrios (explicó Marcos).
V: Podríamos hablar del documento por teléfono (protestó Victoria).  ¿Qué diantre tiene que ver el contrato con mi ayuda para comprar la cuna?
M: Porque las mujeres... (Comenzó a decir Marcos cuando Victoria lo interrumpe)
V: Yo no sé nada sobre cunas (le interrumpió ella).  Cualquier otra mujer en esta compañía estaría más que dispuesta a acompañarte a comprar la cuna.  ¿Por qué no se lo pides a una de ellas?
Marcos la miró a los ojos sin parpadear.  El tierno amor que Victoria había visto en aquellos ojos cuando se posaban en el bebé no estaba allí, pero había otras emociones igualmente interesantes: confianza, necesidad y firmeza.
M: Cualquiera de las mujeres que trabajan en esta compañía me pediría algo a cambio de su ayuda (declaró sin rodeos).  Lo cual no estoy dispuesto a ofrecerles.
Victoria asintió en tácito y completo entendimiento.
M: ¿Me ayudarás? (insistió Marcos).
Ella suspiró.
V: Esta bien (aceptó sin saber porque y empezó a ponerse de pie).
Marcos le extendió una mano y ella aceptó con naturalidad aquella muestra de caballerosidad.  Antes de salir del despacho de su compañero de trabajo, preguntó:
V: Sólo quiero saben una cosa, Guerrero.  ¿Debo guardar el secreto?
M: No, por supuesto que no.  Me vieron entrar con el bebé en el despacho y me verán salir con él (arropó al niño dormido con una manta y se incorporó).  Pero me gustaría que nuestra salida juntos fuera lo más discreta posible.  No quiero contestar ahora un montón de preguntas indiscretas.  ¿De acuerdo?
V: De acuerdo.
Victoria siguió mirándole mientras él recogía el resto de las cosas del bebé y las metía en una bolsa.  Se puso la chaqueta y entregó la bolsa a la joven, mientras él empujaba el carrito.  Una vez fuera del despacho, Marcos cerró la puerta con llave.
De repente, Victoria se preguntó por qué había aceptado ayudarle.  Quizás se hubiera vuelto un poco loca, después de todo.

 Continuará...

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