Capítulo
2
Marcos tenía las
mangas de su camisa arremangadas y llevaba a un bebé en sus brazos. El bebé
gimoteaba y pataleaba con todas sus fuerzas.
M: Pasa (dijo él
y cogió a Victoria del codo para hacerla entrar con rapidez, echó una rápida
ojeada al pasillo vacío y luego cerró la puerta).
Victoria
contempló con expresión de extrañeza la cara del bebé. No parecía tener más de dos meses. Victoria no sabía mucho sobre bebés, pero éste
le parecía muy pequeño, sobre todo en comparación con el ancho torso de Marcos.
Desvió la mirada
del bebe al hombre y de hombre al bebe. Luego se centró en observar al hombre y vio la
corbata de éste estaba floja, su pelo desordenado y en su expresión había una
mezcla de agotamiento y pánico. Tenía
las mangas subidas hasta los codos y su siempre impecable camisa azul tenía una
mancha sospechosa encima del bolsillo.
Victoria se
volvió para mirar el despacho del asesor financiero que, debido a la posición
de éste en la compañía, era más grande y estaba mejor amueblado que el suyo. El agitado y trémulo sollozo del bebé volvió a
atraer la atención de la joven hacia Marcos, que estaba tratando en vano de
calmar al pequeño balanceándolo sobre su hombro. El espectáculo del señor Marcos “Don Juan
Casanova” Guerrero, tratando de consolar a un bebé que berreaba hizo que
Victoria soltara una sonora carcajada.
M: ¿Qué tiene
esto de gracioso? (gruñó Marcos).
V: Creía que... (Victoria
tosió y trató de ponerse seria). He
estado oyendo el llanto de un bebé durante toda la tarde y creía que eran
imaginaciones mías. Me alegra darme
cuenta de que no estoy loca, después de todo.
Una oleada de
risas la sacudió y el ceño de Marcos se frunció más.
M: Cuando puedas
controlar tus histéricas carcajadas, hazme el favor de hacérmelo saber.
Victoria aspiró
hondo y asintió. Marcos dejó al bebé en el sofá y le metió el chupete en la
boca.
V: Hm... Supongo
que no querrás hablar del contrato Barrios en este momento, ¿verdad? (dijo
ella, con una significativa y amplia sonrisa).
La respuesta de
Marcos fue una mirada severa.
V: Entonces,
¿por qué me has pedido que suba?
M: ¡Es obvio! (exclamó
él). Necesito tu ayuda aquí.
V: ¿Mi ayuda? (Victoria
miró al bebé). ¿Qué clase de ayuda necesitas de mí?
M: Eres mujer,
¿no? Se supone que debes saber cómo tratar a los bebés.
Victoria se
tragó el deseo de debatir aquel comentario evidentemente machista. Si, Marcos parecía desesperado y Victoria
sintió una extraña compasión por aquel hombre desesperado.
V: Me temo que
no sé absolutamente nada sobre bebés (confesó Victoria).
M: Pues debes
saber más sobre bebés que yo (dijo Marcos).
Victoria observó
durante un momento al inconsolable bebé.
V: No creo que lo
que quiera sea un chupete (dijo dudosa). Más bien lo que creo que tenga es hambre (dijo
a la vez que dejaba el contrato de Barrios sobre la mesa y buscó el biberón y
se lo ofreció al bebé).
Inmediatamente
el pequeño se apoderó de la mamadera y empezó a chupar con voracidad.
M: ¿Ves? (declaró
Marcos, como quien ve demostrado su argumento). Las mujeres saben más sobre bebés, tienen un
sexto sentido.
Victoria cogió
al bebé en brazos y le acunó con torpeza. No había tenido en sus brazos un bebé desde
que era una adolescente y cuando cuidaba niños para ganar un poco de dinero. Era evidente qué Marcos era uno de esos
hombres que consideran que el instinto maternal es innato en todas las mujeres
y que con sólo coger a un bebé en brazos se despierta en ellas.
Pero Victoria no
opinaba lo mismo.
V: En serio,
Guerrero, no tengo la menor experiencia en este tipo de cosas (dijo ella). ¿No podrías buscar a otra persona que te
ayude?
M: Las
secretarias harían demasiadas preguntas (expresó Marcos, como única explicación).
Victoria sonrió
complacida, a pesar de que consideró el comentario de Marcos como un verdadero
insulto a las mujeres en general, como si las secretarias fueran más chismosas
que los asesores.
V: No tiene que
ser una secretaria (señaló Victoria). Estoy segura de que los empleados que son
padres sabrán más que yo acerca de cómo tratar a un bebé.
M: No seas tonta
(replicó Marcos).
Victoria no cree
en nada de tonto su comentario. Muchos
hombres en la actualidad participan en el cuidado de sus hijos desde su
nacimiento. Publicidad Dones contaba en
su nómina con un gran número de hombres de ideas anticuadas, pero sin duda
habría uno o dos que alguna vez hubiera tenido un niño pequeño en los brazos. Sin embargo no quiso discutir con Marcos,
sobre si tenía o no la razón.
El bebé estaba
inmóvil en sus brazos y pudo observar como sus párpados se cerraban.
V: Creo que se
está quedando dormido (susurro suavemente).
Marcos suspiró y
dijo.
M: Gracias a
Dios. Me vendrán bien algunos minutos de
paz (se puso de pie, se pasó una mano por el pelo y miró con gesto pensativo a
la criatura completamente dormida en los brazos de Victoria.
V: ¿Es niña o
niño? (preguntó Victoria).
M: Cámbiale el
pañal y lo sabrás.
Victoria metió
el dedo índice dentro del pañal. No
parecía estar muy mojado.
V: No creo que
supiera cambiar uno de esos pañales modernos.
M: Te
asombrarías de lo pronto que puedes aprender (comentó Marcos y alzó el zafacón
para que la joven pudiera ver su contenido; tres pañales usados).
V: ¿Cómo se
llama?
M: Lautaro (Marcos
fue hacia la ventana, miró hacia fuera y luego se volvió hacia Victoria).
Victoria estudió
detenidamente la cara del bebé. Le quitó
el biberón de la boca y lo dejó en el suelo. El niño no se movió.
V: Bien (dijo
Victoria), Creo que ya no me necesitas.
M: ¿Estás
bromeando? (exclamó desesperado Marcos).
V: Me
necesitabas para calmarle y ya está tranquilo (objetó Victoria).
Marcos miró a la
joven, luego al bebé y otra vez a Victoria.
M: Nunca había
necesitado tanta ayuda como ahora (confesó Marcos).
Victoria le miró
con asombro. El hecho de que admitiera
ante ella que necesitaba ayuda era imposible de creer. Victoria fijó su mirada en la cara de su
compañero de trabajo. Nunca había negado
el hecho de que era guapo, sexy, pero aquella tarde lo encontraba más atractivo
que nunca. Le gustaba el desorden de su
pelo, su expresión vulnerable y esa mirada un poco asustada de sus profundos
ojos color negro. Le gustaba el ángulo
desafiante de su mandíbula cuadrada como si estuviera retando al bebé. La mirada de Victoria se desvió hacia el
antebrazo masculino, fuerte, musculoso y bronceado. Sus manos eran grandes y vigorosas pero
poseían una agilidad sorprendente. Incluso
después de cuatro años, ella no había olvidado el contacto de aquellas manos
sobre su piel.
No recordaba con
frecuencia aquel breve momento de intimidad entre Marcos y ella y el súbito recuerdo
encendió sus mejillas, bajó la mirada hacia el bebé y le vio dar una profunda
exhalación. Un instante después empezó a
llorar otra vez.
V: Por lo visto
no es muy aficionado a las siestas largas (observó y manifestó Victoria, con una
voz, de repente, ronca)
M: Quizás no
este cómodo (dijo Marcos, estudiando al bebé).
V: ¿Insinúas que
no tengo un regazo confortable? (preguntó Victoria con ironía).
M: Me gustaría
averiguarlo (dijo él y cuando Victoria le dirigió una minada de reproche,
sonrió con su habitual encanto y aclaró). Tengo entendido que después de comer debe
eructar debido a los gases estomacales.
V: Es obvio que
sabes más de esto que yo (señaló Victoria y se colocó al bebé sobre el hombro
para darle unas palmaditas en la espalda).
El bebé eructó y
al hacerlo arrojó un poco de leche cortada sobre la camisa de Victoria. Marcos
le quitó al bebé de los brazos.
M: Lo siento (dijo).
Debí advertirte que hace eso. A mí me ha manchado también.
Victoria vio una
mancha en la camisa de su compañero. Frunció el ceño y ahogó una pequeña
maldición. Marcos cogió su pañuelo y
trató de limpiar la blusa de Victoria.
M: Pagaré la
lavandería (dice apenado). Lo siento de
verdad, Victoria.
El uso de su
nombre de pila desconcertó a la joven. Al
igual que el inesperado calor que la recorrió desde el hombro hasta el pecho
cuando las manos masculinas se movieron sobre su camisa al frotar firme y a la
vez gentilmente su pañuelo contra la superficie manchada de la blusa de ella. De nuevo se encontró recordando aquella tarde
de invierno hacía casi cuatro años, cuando la había tomado por los hombros, la
había hecho volverse hacia él y había murmurado:
M: Usa tu
imaginación
Turbada por el
recuerdo, así como por la nueva oleada de calor que se despertaba por el
contacto de su mano, le apartó con suavidad pero también con firmeza.
V: Pagarás la
lavandería Guerrero (dijo, usando con deliberación el apellido de su colega
para disipar la intimidad que sus acciones habían creado entre ambos por un
instante. Cogió el pañuelo de manos de
Marcos y se frotó la mancha). ¿Me podrías
traer un poco de agua?
M: Sí, por
supuesto (dijo Marcos y salió del despacho, después de quitar al bebé de brazos
de la joven para dejarle sobre una manta limpia en el sofá).
Victoria suspiró
aliviada cuando él salió. ¿Por qué
después de tantos años, de repente le llegaban esos recuerdos de aquel absurdo
encuentro? Había sido al poco tiempo de
conocerse y ambos habían bebido bastante más de la cuenta. Lo que había empezado como una comunicación
sensual pero básicamente sin importancia había terminado con un beso. Ella casi lo había olvidado y estaba completamente
segura de que Marcos lo habría olvidado por completo. No había ninguna razón para que el ridículo
incidente volviera a revivirse en su mente.
Pero había
sucedido, quizás fuera debido a que sentía un poco más de simpatía por Marcos
en su situación actual o porque le parecía más atractivo cuando estaba un poco
desaliñado. O quizá se debiera a que,
cuando Marcos había dicho su nombre o cuando le había mirado mientras el bebé
dormía en el regazo de Victoria, sus ojos se habían impregnado de una ternura
que ella no le creía capaz de sentir.
**Inicio del
Flashback**
Lo había
conocido un viernes frío y ventoso a mediados de diciembre, cuando ella acababa
de entrar a trabajar en Publicidad Dones y Rebecca, una de las secretarias que
trabajaban en el mismo piso que Victoria, había ido a buscarla para acompañarla
al comedor de empleados de la compañía donde iba a tener lugar una pequeña
fiesta para celebrar las navidades. Habían
adornado el lugar con globos, serpentinas y un árbol de navidad y en medio de
la estancia había una mesa larga llena de un gran surtido de entremeses, canapés
y bebidas. Victoria se sirvió un vaso de
ponche. Donde el sabor de las frutas se
mezclaban deliciosamente con ron y quién sabe qué otro licor. Victoria no había tomado ponche desde hacía
mucho tiempo y después de beber con entusiasmo un vaso, se sirvió otro y otro.
Rebecca le
presentó algunos de los compañeros de trabajo y señaló a otros, haciendo algún
comentario pertinente al respecto.
V: ¿Quién es
ese? (preguntó Victoria, al ver al moreno alto de ojos color castaño, guapo y
elegante, que charlaba animadamente con otros hombres junto al árbol de
navidad. Rebecca suspiró con nostalgia).
R: Es Marcos
Guerrero. ¿No es un sueño? Todas las empleadas de Publicidad Dones
estamos locas por él.
Victoria le
observó mientras se dirigía con increíble gracia felina hacia la mesa para
llenarse un vaso de ponche. Al
acercarse, capto la mirada de Victoria, vaciló un momento y luego le dedicó una
amplia sonrisa. Rebecca sacudió el brazo
de su amiga.
R: ¿Quieres que
te lo presente? (susurro).
V: Si tú no lo
haces, yo misma me presentaré (declaró Victoria con una pícara sonrisa y
sorprendiéndose de sí misma, ya el ponche estaba haciendo su efecto).
Por lo visto a
él le interesaba tanto conocer a la recién llegada muchacha de sedosa cabellera
rubia y ojos soñadores, como a ella conocerle a él. Se deslizó con su gracia de tigre hacia las
dos empleadas, saludó a Rebecca con una inclinación de cabeza y luego se volvió
hacia Victoria, con una radiante sonrisa.
M: Eres nueva
por aquí, ¿verdad? (murmuró con voz profunda y resonante).
R: Marcos (intervino
Rebecca en su papel de relaciones públicas). Te presento a Victoria Fernández. Victoria, él es Marcos Guerrero.
M: Gracias, Rebecca
(dijo él, sin despegar los ojos de Victoria). Desde ahora en adelante yo me encargare del
resto (Rebecca emitió una risita y se
escapó, para ir a reunirse con otro grupo de secretarias).
Victoria
consiguió conservar el aplomo mientras intercambiaba con Marcos una conversación
genérica sin un tema principal. En
general los hombres no la intimidaban, pero había algo en Marcos Guerrero que
le impedía hablar con naturalidad. O
quizá se debiera a la cantidad de ponche que había ingerido.
En todo caso,
cuando Marcos le preguntó si quería dar un paseo con él, Victoria aceptó.
Después de dejar encima de la mesa su vaso y el de ella, Marcos la agarró del
brazo y la condujo fuera del comedor, charlando sobre trivialidades, subieron
en el ascensor todavía hasta el piso superior y luego avanzaron por un pasillo
hasta llegar a un despacho. Marcos abrió la puerta y empujo dentro a la joven.
M: Por fin, el
muérdago (anunció él).
Victoria miró a
su alrededor y comento:
V: No veo ningún
muérdago por aquí.
Marcos la cogió
por los hombros y la hizo volverse hacia él.
M: Usa tu
imaginación (había dicho antes de atrapar su boca con los labios).
**Final del
Flashback**
M: Aquí está el
agua.
La voz de Marcos
la hizo volver al presente. Victoria
movió la cabeza para desechar aquel recuerdo y aceptó el vaso que Marcos le
estaba ofreciendo. Ni siquiera le había
oído entrar y cerrar la puerta. Demasiado
turbada para hablar, Victoria mojó una punta del trapo con el agua y se limpió
la camisa.
M: Tengo
entendido que se debe usar un babero para protegerse la ropa (dijo Marcos).
V: ¿Un babero?
Marcos se sentó
en el suelo a un lado de Victoria y le enseñó el babero que había cogido del
sillón.
M: Si, esto se
llama así.
V: Vaya (dijo
Victoria con indiferencia).
M: Realmente
siento lo de tu camisa, Victoria.
Victoria asintió
y, quizá a causa del turbador recuerdo de su primer encuentro, sintió el
impulso de enfrascarse en una discusión con él.
V: Es curioso
que me hayas pedido que te ayude a cuidar del bebé, cuando sabes más de ese
asunto que yo. ¿Es que saber cuidar a un niño resulta una amenaza para tu
masculinidad?
Marcos la miró
con fijeza y llego soltó una risotada, como si esperara un comentario semejante
de Victoria.
M: Tú sabes
cuándo es hambre lo que tiene el bebé. Yo
sé que este trapo se llama babero, creo que mi masculinidad puede sobrevivir a
este conocimiento.
V: ¿Y cómo te
has enterado de que existen los baberos?
M: Me lo ha
dicho Carol.
V: ¿Carol?
Marcos miró al
niño dormido.
M: La madre de Lautaro
(respondió por fin).
Era evidente que
no quería que Victoria supiera que tipo de relación existía entre la madre de Lautaro
y él. Victoria miro a la criatura y
luego a Marcos y volvió a pensar en la posibilidad de que el pequeño fuera hijo
suyo. Pero aunque debería condenarle por
su irresponsabilidad, se descubrió sintiendo por él una extraña sensación. Cada vez que miraba a Lautaro, la actitud de
Marcos parecía cambiar. Ver sus ojos
brillar con esa mezcla de pesar, temor y ternura hacía que algo se fundiera y
derritiera dentro de Victoria. No podía
enfadarse con él, hubiera hecho lo que fuese, sin importar cuál fuera su
relación con el pequeño que dormía plácidamente.
M: ¿Me ayudarás
a llevarle a casa? (preguntó Marcos).
V: ¿Qué quieres
decir?
M: Tengo que llevarle
a casa. Además tengo que pasar por una
tienda de bebes para comprar algunas cosas para Lautaro; por ejemplo, una cuna.
Podrías ayudarme a elegir una.
V: ¿Yo? (expresó
Victoria, perpleja). ¿Por qué yo?
M: En cuanto que
lo dejemos bien dormido podremos revisar el contrato Barrios (explicó Marcos).
V: Podríamos
hablar del documento por teléfono (protestó Victoria). ¿Qué diantre tiene que ver el contrato con mi
ayuda para comprar la cuna?
M: Porque las
mujeres... (Comenzó a decir Marcos cuando Victoria lo interrumpe)
V: Yo no sé nada
sobre cunas (le interrumpió ella). Cualquier otra mujer en esta compañía estaría
más que dispuesta a acompañarte a comprar la cuna. ¿Por qué no se lo pides a una de ellas?
Marcos la miró a
los ojos sin parpadear. El tierno amor
que Victoria había visto en aquellos ojos cuando se posaban en el bebé no
estaba allí, pero había otras emociones igualmente interesantes: confianza, necesidad
y firmeza.
M: Cualquiera de
las mujeres que trabajan en esta compañía me pediría algo a cambio de su ayuda (declaró
sin rodeos). Lo cual no estoy dispuesto
a ofrecerles.
Victoria asintió
en tácito y completo entendimiento.
M: ¿Me ayudarás?
(insistió Marcos).
Ella suspiró.
V: Esta bien (aceptó
sin saber porque y empezó a ponerse de pie).
Marcos le
extendió una mano y ella aceptó con naturalidad aquella muestra de
caballerosidad. Antes de salir del
despacho de su compañero de trabajo, preguntó:
V: Sólo quiero
saben una cosa, Guerrero. ¿Debo guardar
el secreto?
M: No, por
supuesto que no. Me vieron entrar con el
bebé en el despacho y me verán salir con él (arropó al niño dormido con una
manta y se incorporó). Pero me gustaría
que nuestra salida juntos fuera lo más discreta posible. No quiero contestar ahora un montón de
preguntas indiscretas. ¿De acuerdo?
V: De acuerdo.
Victoria siguió
mirándole mientras él recogía el resto de las cosas del bebé y las metía en una
bolsa. Se puso la chaqueta y entregó la
bolsa a la joven, mientras él empujaba el carrito. Una vez fuera del despacho, Marcos cerró la
puerta con llave.
De repente,
Victoria se preguntó por qué había aceptado ayudarle. Quizás se hubiera vuelto un poco loca, después
de todo.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario