sábado, 18 de enero de 2014

Capítulo 3


Capítulo 3

Antes de ir al apartamento de Marcos, habían pasado por la casa de Victoria, donde ella se había cambiado de ropa y dejado su vehículo para ir ambos en el auto con Lautaro a la tienda especializada en artículos para bebes.  Marcos solo la esperó en su vehículo.

Ya en la tienda…
Ambos habían elegido, al cabo de un breve debate sobre sus pros y sus contras, una cuna de madera.  Además de algunas bolsas de pañales desechables, algunos biberones, cremas protectoras y un oso de peluche que debía ser el doble del tamaño de Lautaro, que Marcos insistió en comprar. 
Una vez terminaron las compras se dirigieron hacia el apartamento de Marcos.  El apartamento era como Victoria había supuesto: grande, con moderno mobiliario, luces indirectas y un complejo equipo de música.  Justamente el tipo de decoración impersonal y elegante que un joven y exitoso ejecutivo como Marcos elegiría, pensó Victoria con cierto sarcasmo.
Marcos llevó los artículos comprados al piso superior y armó la cuna mientras Victoria daba a Lautaro un biberón.  Ella hubiera preferido pasar el tiempo curioseando en la sala, leyendo los títulos de los libros acomodados con cuidado en los estantes que abarcaban una de las paredes o buscando entre los sillones de cuero algún pendiente olvidado.  Quería saciar su curiosidad sobre Marcos.  Hasta ese momento no se había ocupado de preguntarse dónde o cómo viviría.  Pero eso se debía, sin duda, a que no habían tenido un contacto personal desde aquella tarde hacia va cuatro años.
Entonces recordó que la única razón por la que Marcos le había pedido ayuda era que confiaba en su discreción.  Sentada a la mesa en la confortable y bien equipada cocina, Victoria acomodó la cabeza del bebé sobre su regazo y el cuerpo sobre sus rodillas y mientras él se tomaba el biberón, meditó sobre la situación.
No podía haber otra razón oculta en la solicitud de ayuda de Marcos aparte la confianza en su discreción.  No podía haberle pedido su ayuda por amistad, ya que la relación que habían mantenido desde aquella celebración navideña había sido de todo menos amistosa.  Sin embargo, ahora se sentía más unida que nunca a él.  Quizá más que amistad o simpatía, lo que sentía ahora por él era una especie de solidaridad.  Marcos no era precisamente el tipo de hombre que podía causar compasión, en especial en una mujer como Victoria.  Sin embargo, verle tan inseguro y vulnerable no dejaba de ser conmovedor.  Y su insistencia en comprar ese absurdo oso de peluche monumental…, nunca habría imaginado Victoria que Marcos pudiera ser tan poco práctico.  Pero más que poco práctico, el hecho de comprar el oso había sido enternecedor.  Algo en Lautaro hacía brotar la ternura escondida en Marcos.  Esa dulzura desconocida, inusitada, más que otra cosa, era la que despertaba la curiosidad de Victoria.

Cuando el bebé dejó de comer, ella siguió jugando con él, mientras Marcos ojeaba el contrato de Barrios Software.

V: Se parece a ti (observó Victoria).

Marcos solo alzó su mirada del documento que estaba leyendo y la dirigió hacia Victoria.  Victoria estaba sentada en el otro extremo con el bebé sobre el regazo.  Victoria había supuesto que la argolla de plástico con gel color amarilla que había visto en el suelo del despacho de Marcos era uno de esos juguetes que se da a los bebés para morder y a la vez desarrollen la fuerza de sus maxilares.  Cada vez que lo metía entre los labios del pequeño, él lo apretaba con las encías, sonreía y movía las manitas con entusiasmo.
Y cuando sonreía y sus ojos color castaño se posaban en ella, Lautaro adquiría un enorme parecido con Marcos.  Quizá no debiera haber mencionado el parecido; quizá Marcos pensara que era una forma indirecta de interrogarle respecto al bebé.  Pero la observación se le había escapado y ya no podía retractarse.
De hecho, Marcos pareció más extrañado que molesto y dijo.
M: ¿Tú crees?
V: Un poco (repitió Victoria y especificó).  Cuando sonríe.
Marcos observó un momento al bebé y luego se encogió de hombros.
M: Más vale que se me parezca cuando sonríe y no cuando se enfada (echó una ojeada a la carpeta que estaba sobre la mesa).  Has hecho un gran trabajo para el contrato con Barrios, ¿eh? (observó con una mezcla de asombro y a la vez de admiración hacia el trabajo realizado por Victoria).
La atención de Victoria se desvió del bebé hacia Marcos.  Antes de salir de las oficinas de P&D aquella tarde, había sacado del archivo todos los documentos relacionados con el contrato Barrios para trabajar en su casa.  
Quizás Marcos pensara hacer de papá soltero el resto del día, pero ella tenía las esperanzas de trabajar sobre en el contrato de Barrios cuando el pequeño se calmara un poco.  

Marcos se había puesto unos pantalones jeans y una camisa deportiva a juego luego de armar la cuna de Lautaro.  El atuendo informal le sentaba muy bien, pensó Victoria, con la mitad de su atención concentrada en el bebé que tenía en el regazo y la otra mitad en el apuesto y sexy hombre que se encontraba enfrente de ella.

M: Me sorprende que hayas realizado tanto trabajo preliminar sobre la cuenta incluso antes de que Barrios aceptara nuestros servicios (observó Marcos, colocando los papeles ordenados antes de volver a meterlos en la carpeta).  ¿Y si hubiera decidido contratar los servicios de otra asesora?
V: Pues habría perdido mucho tiempo y esfuerzo (respondió Victoria encogiéndose de hombros).  Siempre hago mucho trabajo preliminar cuando estoy cortejando a un nuevo cliente.  Después de todo, no quiero que piensen que sólo por ser mujer no sé nada sobre sus negocios.
Marcos no podía haber dejado de notar su tono irónico, pero respondió con seriedad:
M: Debe ser muy molesto para ti encontrarte con clientes que no te tomen en serlo, ¿verdad?
V: Clientes y colegas.
Marcos esbozó una sonrisa enigmática.
M: ¿Te refieres a mí?
V: A quién se dé por aludido, Guerrero… (Victoria bajó la mirada y procuró no alterarse.  Aquel era un tema que solía irritarla con facilidad).
La sonrisa de Marcos se suavizo.
M: Siempre te he tomado en serio, Fernández.
V: Ja, ja (se burló ella).  Sin duda es por eso, que hiciste todo lo posible para que no me incluyeran en el contrato Álvarez y por lo que pasaste a Bruno González en el asunto de Díaz y Compañía en lugar de a mí y por lo que ni siquiera cuentas ningún chiste picante en mi presencia, ¿verdad?
M: ¿Te gustan los chistes picantes? (preguntó Marcos, arqueando las cejas).
Ella le miró fijamente.
V: Sí, si son graciosos y no denigran a las mujeres (declaró). Pero no si son machistas y vulgares.
Marcos sonrió y dijo:
M: Me extraña que manifiestes tus opiniones feministas cuando en este momento pareces una abnegada madre.
V: ¿Madre abnegada? (explotó Victoria).  ¡Este bebé es problema tuyo, Guerrero, no mío!
M: En ningún momento he dicho que sea tuyo (replicó Marcos con calma).  De hecho, no he dicho que sea un problema (sonrió).  Lo que he querido decir es que cuando le coges así y juegas con él, pareces muy... muy femenina.
¡Como si una mujer sólo estuviera femenina cuando cuidaba un bebé y no cuando se ocupaba de negocios y analizaba datos financieros!, pensó ella con irritación.
V: Si tu intención ha sido halagarme.  Guerrero, has fracasado entre dientes.  Mientras volvía a colocar la anilla de plástico en la boca de Lautaro.
Marcos parecía a punto de replicar algo, pero sus palabras fueron interrumpidas por el timbre del teléfono.  Se echó un poco hacia atrás y atendió su teléfono celular.

*** Conversación Telefónica***
¿?:  Hola (Marcos permaneció en silencio un momento y, su cara adquirió una repentina expresión de seriedad.  Apretó su celular). 
M: ¿Carol? ¿Carol, dónde estás?
El primer impulso de Victoria fue salir de la cocina para que Marcos pudiera hablar con confianza, pero una curiosidad inhabitual en ella la hizo permanecer en su asiento.  No es que fuese curiosa, pero después de lo que había compartido con Marcos, no le parecía irrazonable saber un poco más acerca del bebé que tenía en el regazo.  Si Marcos le pedía que saliera, por supuesto lo haría.  Pero si no se lo pedía, se quedaría allí.  No se lo pidió.

M: No, no se lo he dicho a nadie (estaba diciendo Marcos).  No, está bien.  Ha llorado un poco pero va se ha calmado.  
C: Ah, sí. Pues me alegro de saberlo.  
M: Le he comprado una cuna y... Oh, por amor de Dios, no iba a acostarle conmigo en la cama.
Claro que no, pensó Victoria con ironía, ese sitio estaba reservado únicamente para mujeres.

M: Hasta el momento no ha sido demasiado pesado (estaba diciendo él al teléfono).  
Aprendo sobre la marcha.  Pero me está ayudando alguien (desvió la mirada en dirección a Victoria y añadió).  Es una amiga.  He supuesto que ella sabe más sobre estas cosas de bebés que yo.  Pero escucha, Carol, no convirtamos esto en algo permanente, ¿quieres? Tengo que vivir mi propia vida y... Está bien, si... estaremos en contacto (se puso de pie terminando la llamada).
*** Fin de la llamada telefónica***

A Victoria le costó un poco de trabajo asimilar lo último que había oído.  Eso de que tenía que vivir su vida le pareció sumamente egoísta... en caso de que él fuera el padre de la criatura.  Pero, si no lo era, ¿por qué le estaba cuidando?, esa era una interrogante que aún no tenía la respuesta.

Como no podía contestar esa pregunta, la olvidó y se concentró en lo demás que había oído.  Una amiga.  Se había referido a ella como una amiga.  ¿Así era en realidad como la consideraba?  ¿O simplemente sentía un poco de simpatía hacia ella ahora que le estaba ayudando en aquel momento de desesperación?

M: ¿Por qué no agarro un momento al bebé mientras nos preparas algo de comer?  Yo no sé tú, pero yo me estoy muriendo de hambre (dijo Marcos sacando a Victoria de sus pensamientos).
V: Yooo!, Yo no voy a preparar nada (contestó Victoria algo molesta).  Por si no te has dado cuenta, esta es tu casa, tú eres el anfitrión.  Esta es tu cocina y yo sólo he venido a ayudarte porque me lo has suplicado y porque tenemos que trabajar en el contrato Barrios.  Te he hecho un enorme favor al venir aquí, Guerrero. ¿Crees de verdad que además voy a cocinar para ti?
La negativa de la joven sorprendió a Marcos,
M: Yo sólo quería salvarte de mis espantosos guisos (declaró a modo de defensa).  Todos los que se exponen a mis platos se ofrecen después como voluntarios para preparar la comida.
V: Un buen truco (dijo Victoria con tono seco).  Si haces algo lo suficientemente mal, nadie te pedirá que lo vuelvas a hacer, buena estrategia.  Pues olvídalo, colega.  Yo también soy una pésima cocinera.
Marcos la observo un minuto, luego sus labios se curvaron en una amplia sonrisa.
M: Con razón conoces el truco.  Sin duda lo has usado también.
V: Te estoy diciendo la verdad, cocino mal, muy mal (aseguró Victoria).
M: ¿Es que no te enseño tu madre? (preguntó Marcos ladeando su cabeza).  ¿Nunca jugaste con muñecas o a las comiditas o cosas por el estilo cuando eras niña?  Primero me dices que no sabes nada sobre bebés, luego que no sabes cocinar...
V: Es cierto (corroboró Victoria).  Mi madre me enseñó muchas cosas, pero no a cambiar pañales ni a cocinar.

La sonrisa de Marcos se hizo más amplia.  Apoyándose contra un mueble se cruzó de brazos y la examinó con atención, con un brillo divertido en los ojos.

M: Entonces, ¿Qué te enseñó? (preguntó por fin).

Victoria no estaba segura, pero tenía la impresión de que Marcos estaba flirteando con ella.  En sus mejillas habían aparecido esos hoyuelos y una sonrisa que hacían derretir a todas sus compañeras de trabajo.  Y su postura, a pesar de su aparente desgano, le parecía provocativa.
Victoria se concentró en el bebé por un momento, negándose a contemplar aquel esbelto y vigoroso cuerpo masculino.

V: Mi madre me enseñó a lograr todo lo que me propongo (dijo en voz baja, pero segura).  A trabajar para conseguir lo que me propusiera y a planear mi futuro.  Me enseñó a tener disciplina y sentido práctico (hizo una pausa y luego añadió, con toda intención).  Como también me enseñó a esquivar a los hombres que piensan que para lo único que sirve una mujer es para cambiar pañales y hacer la comida.

Marcos soltó una carcajada.

M: Vamos, Victoria, incluso yo pienso que las mujeres sirven para otras cosas además de cambiar pañales y cocinar.

Victoria le dirigió una mirada demoledora.

V: Pues sí, mi madre también me enseñó que además de como cocineras y niñeras, algunos hombres pensaban que las mujeres eran también objetos sexuales.

Marcos volvió a reír, pero había seriedad en sus ojos cuando dijo:

M: Entonces, siendo así, te sugiero una cosa.  Yo preparó la comida mientras tú me dices por qué me odias.
V: ¿Odiarte? (preguntó ella, entornando los ojos).  ¿Qué te hace pensar que te odio?
M: ¿Esa palabra es demasiado fuerte para tu delicada sensibilidad?  Bien, busquemos otra mejor.  ¿Por qué te soy antipático?  ¿Por qué me aborreces?  ¿Por qué me desprecias?

Victoria supuso que lo más adecuado sería decir que le era antipático.

V: ¿Cuánto tiempo tengo para decirte por qué me eres antipático? (preguntó, con tono sarcástico).  Si piensas preparar una comida formal, quizá tenga tiempo de enumerarte todas las razones.

Continuará...




3 comentarios:

  1. Qué bueno que nos vuelvas a deleitar con tu arte al escribir!!! GRACIAS

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    1. Tu opinión me llena de optimismo para continuar escribiendo

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  2. Tu opinión me llena de optimismo para continuar escribiendo.

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