Capítulo
3
Antes de ir al
apartamento de Marcos, habían pasado por la casa de Victoria, donde ella se
había cambiado de ropa y dejado su vehículo para ir ambos en el auto con
Lautaro a la tienda especializada en artículos para bebes. Marcos solo la esperó en su vehículo.
Ya en la tienda…
Ambos habían
elegido, al cabo de un breve debate sobre sus pros y sus contras, una cuna de
madera. Además de algunas bolsas de
pañales desechables, algunos biberones, cremas protectoras y un oso de peluche
que debía ser el doble del tamaño de Lautaro, que Marcos insistió en
comprar.
Una vez
terminaron las compras se dirigieron hacia el apartamento de Marcos. El apartamento era como Victoria había
supuesto: grande, con moderno mobiliario, luces indirectas y un complejo equipo
de música. Justamente el tipo de
decoración impersonal y elegante que un joven y exitoso ejecutivo como Marcos
elegiría, pensó Victoria con cierto sarcasmo.
Marcos llevó los
artículos comprados al piso superior y armó la cuna mientras Victoria daba a Lautaro
un biberón. Ella hubiera preferido pasar
el tiempo curioseando en la sala, leyendo los títulos de los libros acomodados
con cuidado en los estantes que abarcaban una de las paredes o buscando entre
los sillones de cuero algún pendiente olvidado. Quería saciar su curiosidad sobre Marcos. Hasta ese momento no se había ocupado de
preguntarse dónde o cómo viviría. Pero
eso se debía, sin duda, a que no habían tenido un contacto personal desde
aquella tarde hacia va cuatro años.
Entonces recordó
que la única razón por la que Marcos le había pedido ayuda era que confiaba en
su discreción. Sentada a la mesa en la
confortable y bien equipada cocina, Victoria acomodó la cabeza del bebé sobre
su regazo y el cuerpo sobre sus rodillas y mientras él se tomaba el biberón,
meditó sobre la situación.
No podía haber
otra razón oculta en la solicitud de ayuda de Marcos aparte la confianza en su
discreción. No podía haberle pedido su
ayuda por amistad, ya que la relación que habían mantenido desde aquella
celebración navideña había sido de todo menos amistosa. Sin embargo, ahora se sentía más unida que
nunca a él. Quizá más que amistad o
simpatía, lo que sentía ahora por él era una especie de solidaridad. Marcos no era precisamente el tipo de hombre
que podía causar compasión, en especial en una mujer como Victoria. Sin embargo, verle tan inseguro y vulnerable
no dejaba de ser conmovedor. Y su
insistencia en comprar ese absurdo oso de peluche monumental…, nunca habría
imaginado Victoria que Marcos pudiera ser tan poco práctico. Pero más que poco práctico, el hecho de comprar
el oso había sido enternecedor. Algo en Lautaro
hacía brotar la ternura escondida en Marcos. Esa dulzura desconocida, inusitada, más que
otra cosa, era la que despertaba la curiosidad de Victoria.
Cuando el bebé
dejó de comer, ella siguió jugando con él, mientras Marcos ojeaba el contrato
de Barrios Software.
V: Se parece a
ti (observó Victoria).
Marcos solo alzó
su mirada del documento que estaba leyendo y la dirigió hacia Victoria. Victoria estaba sentada en el otro extremo con
el bebé sobre el regazo. Victoria había
supuesto que la argolla de plástico con gel color amarilla que había visto en
el suelo del despacho de Marcos era uno de esos juguetes que se da a los bebés
para morder y a la vez desarrollen la fuerza de sus maxilares. Cada vez que lo metía entre los labios del
pequeño, él lo apretaba con las encías, sonreía y movía las manitas con
entusiasmo.
Y cuando sonreía
y sus ojos color castaño se posaban en ella, Lautaro adquiría un enorme
parecido con Marcos. Quizá no debiera
haber mencionado el parecido; quizá Marcos pensara que era una forma indirecta
de interrogarle respecto al bebé. Pero
la observación se le había escapado y ya no podía retractarse.
De hecho, Marcos
pareció más extrañado que molesto y dijo.
M: ¿Tú crees?
V: Un poco (repitió
Victoria y especificó). Cuando sonríe.
Marcos observó
un momento al bebé y luego se encogió de hombros.
M: Más vale que
se me parezca cuando sonríe y no cuando se enfada (echó una ojeada a la carpeta
que estaba sobre la mesa). Has hecho un
gran trabajo para el contrato con Barrios, ¿eh? (observó con una mezcla de
asombro y a la vez de admiración hacia el trabajo realizado por Victoria).
La atención de
Victoria se desvió del bebé hacia Marcos. Antes de salir de las oficinas de P&D
aquella tarde, había sacado del archivo todos los documentos relacionados con
el contrato Barrios para trabajar en su casa.
Quizás Marcos
pensara hacer de papá soltero el resto del día, pero ella tenía las esperanzas
de trabajar sobre en el contrato de Barrios cuando el pequeño se calmara un
poco.
Marcos se había
puesto unos pantalones jeans y una camisa deportiva a juego luego de armar la
cuna de Lautaro. El atuendo informal le
sentaba muy bien, pensó Victoria, con la mitad de su atención concentrada en el
bebé que tenía en el regazo y la otra mitad en el apuesto y sexy hombre que se
encontraba enfrente de ella.
M: Me sorprende
que hayas realizado tanto trabajo preliminar sobre la cuenta incluso antes de
que Barrios aceptara nuestros servicios (observó Marcos, colocando los papeles ordenados
antes de volver a meterlos en la carpeta). ¿Y si hubiera decidido contratar los servicios
de otra asesora?
V: Pues habría perdido
mucho tiempo y esfuerzo (respondió Victoria encogiéndose de hombros). Siempre hago mucho trabajo preliminar cuando
estoy cortejando a un nuevo cliente. Después
de todo, no quiero que piensen que sólo por ser mujer no sé nada sobre sus
negocios.
Marcos no podía
haber dejado de notar su tono irónico, pero respondió con seriedad:
M: Debe ser muy
molesto para ti encontrarte con clientes que no te tomen en serlo, ¿verdad?
V: Clientes y
colegas.
Marcos esbozó
una sonrisa enigmática.
M: ¿Te refieres
a mí?
V: A quién se dé
por aludido, Guerrero… (Victoria bajó la mirada y procuró no alterarse. Aquel era un tema que solía irritarla con
facilidad).
La sonrisa de
Marcos se suavizo.
M: Siempre te he
tomado en serio, Fernández.
V: Ja, ja (se
burló ella). Sin duda es por eso, que
hiciste todo lo posible para que no me incluyeran en el contrato Álvarez y por
lo que pasaste a Bruno González en el asunto de Díaz y Compañía en lugar de a mí
y por lo que ni siquiera cuentas ningún chiste picante en mi presencia,
¿verdad?
M: ¿Te gustan
los chistes picantes? (preguntó Marcos, arqueando las cejas).
Ella le miró
fijamente.
V: Sí, si son
graciosos y no denigran a las mujeres (declaró). Pero no si son machistas y
vulgares.
Marcos sonrió y
dijo:
M: Me extraña
que manifiestes tus opiniones feministas cuando en este momento pareces una
abnegada madre.
V: ¿Madre
abnegada? (explotó Victoria). ¡Este bebé
es problema tuyo, Guerrero, no mío!
M: En ningún
momento he dicho que sea tuyo (replicó Marcos con calma). De hecho, no he dicho que sea un problema (sonrió).
Lo que he querido decir es que cuando le
coges así y juegas con él, pareces muy... muy femenina.
¡Como si una
mujer sólo estuviera femenina cuando cuidaba un bebé y no cuando se ocupaba de
negocios y analizaba datos financieros!, pensó ella con irritación.
V: Si tu
intención ha sido halagarme. Guerrero,
has fracasado entre dientes. Mientras
volvía a colocar la anilla de plástico en la boca de Lautaro.
Marcos parecía a
punto de replicar algo, pero sus palabras fueron interrumpidas por el timbre
del teléfono. Se echó un poco hacia
atrás y atendió su teléfono celular.
*** Conversación
Telefónica***
¿?: Hola (Marcos permaneció en silencio un
momento y, su cara adquirió una repentina expresión de seriedad. Apretó su celular).
M: ¿Carol?
¿Carol, dónde estás?
El primer
impulso de Victoria fue salir de la cocina para que Marcos pudiera hablar con
confianza, pero una curiosidad inhabitual en ella la hizo permanecer en su
asiento. No es que fuese curiosa, pero
después de lo que había compartido con Marcos, no le parecía irrazonable saber
un poco más acerca del bebé que tenía en el regazo. Si Marcos le pedía que saliera, por supuesto
lo haría. Pero si no se lo pedía, se
quedaría allí. No se lo pidió.
M: No, no se lo
he dicho a nadie (estaba diciendo Marcos). No, está bien. Ha llorado un poco pero va se ha calmado.
C: Ah, sí. Pues
me alegro de saberlo.
M: Le he
comprado una cuna y... Oh, por amor de Dios, no iba a acostarle conmigo en la
cama.
Claro que no,
pensó Victoria con ironía, ese sitio estaba reservado únicamente para mujeres.
M: Hasta el
momento no ha sido demasiado pesado (estaba diciendo él al teléfono).
Aprendo sobre la
marcha. Pero me está ayudando alguien (desvió
la mirada en dirección a Victoria y añadió).
Es una amiga. He supuesto que
ella sabe más sobre estas cosas de bebés que yo. Pero escucha, Carol, no convirtamos esto en
algo permanente, ¿quieres? Tengo que vivir mi propia vida y... Está bien, si...
estaremos en contacto (se puso de pie terminando la llamada).
*** Fin de la
llamada telefónica***
A Victoria le
costó un poco de trabajo asimilar lo último que había oído. Eso de que tenía que vivir su vida le pareció
sumamente egoísta... en caso de que él fuera el padre de la criatura. Pero, si no lo era, ¿por qué le estaba
cuidando?, esa era una interrogante que aún no tenía la respuesta.
Como no podía
contestar esa pregunta, la olvidó y se concentró en lo demás que había oído. Una amiga. Se había referido a ella como una amiga. ¿Así era en realidad como la consideraba? ¿O simplemente sentía un poco de simpatía
hacia ella ahora que le estaba ayudando en aquel momento de desesperación?
M: ¿Por qué no agarro
un momento al bebé mientras nos preparas algo de comer? Yo no sé tú, pero yo me estoy muriendo de
hambre (dijo Marcos sacando a Victoria de sus pensamientos).
V: Yooo!, Yo no
voy a preparar nada (contestó Victoria algo molesta). Por si no te has dado cuenta, esta es tu casa,
tú eres el anfitrión. Esta es tu cocina
y yo sólo he venido a ayudarte porque me lo has suplicado y porque tenemos que
trabajar en el contrato Barrios. Te he
hecho un enorme favor al venir aquí, Guerrero. ¿Crees de verdad que además voy
a cocinar para ti?
La negativa de
la joven sorprendió a Marcos,
M: Yo sólo
quería salvarte de mis espantosos guisos (declaró a modo de defensa). Todos los que se exponen a mis platos se ofrecen
después como voluntarios para preparar la comida.
V: Un buen truco
(dijo Victoria con tono seco). Si haces
algo lo suficientemente mal, nadie te pedirá que lo vuelvas a hacer, buena
estrategia. Pues olvídalo, colega. Yo también soy una pésima cocinera.
Marcos la
observo un minuto, luego sus labios se curvaron en una amplia sonrisa.
M: Con razón
conoces el truco. Sin duda lo has usado
también.
V: Te estoy
diciendo la verdad, cocino mal, muy mal (aseguró Victoria).
M: ¿Es que no te
enseño tu madre? (preguntó Marcos ladeando su cabeza). ¿Nunca jugaste con muñecas o a las comiditas o
cosas por el estilo cuando eras niña? Primero
me dices que no sabes nada sobre bebés, luego que no sabes cocinar...
V: Es cierto (corroboró
Victoria). Mi madre me enseñó muchas
cosas, pero no a cambiar pañales ni a cocinar.
La sonrisa de Marcos
se hizo más amplia. Apoyándose contra un
mueble se cruzó de brazos y la examinó con atención, con un brillo divertido en
los ojos.
M: Entonces, ¿Qué
te enseñó? (preguntó por fin).
Victoria no
estaba segura, pero tenía la impresión de que Marcos estaba flirteando con
ella. En sus mejillas habían aparecido
esos hoyuelos y una sonrisa que hacían derretir a todas sus compañeras de
trabajo. Y su postura, a pesar de su
aparente desgano, le parecía provocativa.
Victoria se concentró
en el bebé por un momento, negándose a contemplar aquel esbelto y vigoroso
cuerpo masculino.
V: Mi madre me
enseñó a lograr todo lo que me propongo (dijo en voz baja, pero segura). A trabajar para conseguir lo que me propusiera
y a planear mi futuro. Me enseñó a tener
disciplina y sentido práctico (hizo una pausa y luego añadió, con toda intención).
Como también me enseñó a esquivar a los
hombres que piensan que para lo único que sirve una mujer es para cambiar
pañales y hacer la comida.
Marcos soltó una
carcajada.
M: Vamos, Victoria,
incluso yo pienso que las mujeres sirven para otras cosas además de cambiar
pañales y cocinar.
Victoria le
dirigió una mirada demoledora.
V: Pues sí, mi
madre también me enseñó que además de como cocineras y niñeras, algunos hombres
pensaban que las mujeres eran también objetos sexuales.
Marcos volvió a
reír, pero había seriedad en sus ojos cuando dijo:
M: Entonces,
siendo así, te sugiero una cosa. Yo
preparó la comida mientras tú me dices por qué me odias.
V: ¿Odiarte? (preguntó
ella, entornando los ojos). ¿Qué te hace
pensar que te odio?
M: ¿Esa palabra
es demasiado fuerte para tu delicada sensibilidad? Bien, busquemos otra mejor. ¿Por qué te soy antipático? ¿Por qué me aborreces? ¿Por qué me desprecias?
Victoria supuso
que lo más adecuado sería decir que le era antipático.
V: ¿Cuánto
tiempo tengo para decirte por qué me eres antipático? (preguntó, con tono
sarcástico). Si piensas preparar una
comida formal, quizá tenga tiempo de enumerarte todas las razones.
Continuará...
Qué bueno que nos vuelvas a deleitar con tu arte al escribir!!! GRACIAS
ResponderEliminarTu opinión me llena de optimismo para continuar escribiendo
EliminarTu opinión me llena de optimismo para continuar escribiendo.
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